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Mikel Ayestarán
Mosul
Miércoles, 5 de julio 2017, 10:07
Ráfaga, silencio, explosión. De la ciudad vieja de Mosul emanan el sonido frío de las armas y la calidez de las pisadas de los civiles que escapan a pie del infierno. Aturdidos, demacrados y cubiertos de polvo caminan con la mirada perdida sobre los escombros ... y solo sus pasos sobre los cascotes rasgan el silencio sepulcral que sucede a las detonaciones. Los heridos son evacuados en los 'Hummer' del Ejército, convertidos en improvisadas ambulancias que vuelan hasta el hospital de campaña más cercano.
Pero la gran mayoría camina como muertos vivientes hacia las zonas aseguradas por las unidades antiterroristas donde les espera un severo control para evitar suicidas y la infiltración de yihadistas. En los últimos tres días, el Daesh, cercado en unos cientos de metros de esta zona de la orilla oriental de Mosul, recurrió a kamikazes para frenar el avance iraquí, en la mayoría de casos a mujeres suicidas.
Los hombres de la Golden Division, la punta de lanza del Gobierno de Bagdad contra el califato, lideran los combates en Mosul. Su cuartel general improvisado está a unos minutos de la ciudad vieja. Vehículos blindados custodian el acceso y bloquean la calle para evitar coches bomba y en el interior, en un gran salón, el general Abdul Ghani al-Asadi dirige las operaciones acompañado de diez asesores. Además de mapas con la situación de los combates tienen la televisión puesta en una cadena que emite vídeos musicales.
Este veterano militar de Nasiriya, al sureste de Bagdad, lidera la lucha contra el Estado Islámico (EI) desde 2013. «Estamos en la fase final, pero hay que exterminarlos, porque no quieren rendirse. Por eso se alarga una batalla que no tiene nada que ver con las de Tikrit, Ramadi o Faluya porque aquí hemos tenido que luchar en una ciudad en la que había más de un millón de civiles», explica.
El general no para de recibir mensajes. En los últimos tres días el EI llevó a cabo 34 operaciones suicidas contra sus hombres, y en la mayoría de casos se trataba de mujeres kamikazes. «Podíamos esperar cualquier cosa de esta gente, pero es la primera vez que recurren a las mujeres de esta forma masiva, lo que apunta a que están desesperados y no tienen más armas», informa el mando iraquí, que pide a sus hombres que extremen la seguridad en los controles a los civiles que huyen de la ciudad vieja. Entre las nuevas medidas adoptadas está la de obligar a las mujeres a quitarse el niqab cuando escapan de la zona del califato, los hombres saben desde hace semanas que deben salir con el pecho descubierto para disipar dudas sobre si llevan o no un chaleco de explosivos adherido al cuerpo.
Algunos de los oficiales bromean con la última estrategia del EI. Los yihadistas alardean de su deseo de cometer operaciones de martirio porque, según sus autoridades religiosas, les abren las puertas del paraíso donde les esperan 72 huríes (mujeres vírgenes). Pero, «¿qué espera a una mujer que se inmola? ¿Una polla gigante?», es la pregunta en voz baja de uno de los presentes y provoca una carcajada en la sala, que se corta cuando el general vuelve a coger el 'walkie-talkie' para hablar con los suyos. Su semblante cambia según las noticias que recibe. Aunque Bagdad dio por derrotado al califato hace una semana, la guerra sigue.
Los tabúes y el peso de la mezcla entre religión y tradición suelen mantener a las mujeres alejadas de la yihad, pero los fuertes controles a los que se somete a los hombres llevan a grupos como el EI a recurrir a una estrategia con antecedentes en Líbano, Chechenia o Palestina. Hamás mantuvo un fuerte debate ideológico que acabó en 2004 cuando su entonces líder, el jeque Ahmed Yasín, declaró que «se trata de una evolución más en nuestra lucha. Las mujeres son como un ejército en la reserva y hay que usarlas cuando son necesarias». Los expertos en lucha antiterrorista apuntan a que este recurso añade un factor sorpresa extra a cualquier atentado y provoca un impacto mucho mayor en la opinión pública. Por ello lo definen como «la última arma asimétrica» al servicio de los grupos armados.
En Mosul hay prisa por terminar la operación para poder centrarse en Tal Afar, ciudad situada 65 kilómetros al oeste en la que el EI ha establecido su nuevo bastión. La ansiedad de los dirigentes de Bagdad por cantar victoria contrasta con la desesperación de los civiles, sobre todo mujeres y niños, que acaban de huir de los combates y no saben a dónde ir. Están en mitad de calles desiertas, cobijados bajo los esqueletos de edificios dañados por los bombardeos. «Salimos de un infierno en el que nos moríamos de hambre y sed. Los últimos días han sido horribles… pero ya no quedan apenas combatientes del Daesh (acrónimo en árabe del EI), incluso muchos han dejado sus armas y están escondidos», afirma Sarab, que tiene en brazos a uno de sus hijos y quiere cruzar a la otra orilla del Tigris para intentar buscar la ayuda de familiares.
A su lado está Wafah, desesperada. «He perdido a mi marido. ¿Dónde está? ¿Se lo han llevado? ¿Ha muerto? ¿Dónde está mi marido, por favor?», suplica fuera de sí a los soldados iraquíes que tratan de contenerla. Son los supervivientes del califato y de la guerra, pero ahora les toca empezar la lucha para subsistir en medio de una auténtica catástrofe humanitaria.
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