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mikel ayestaran
Corresponsal. Jerusalén
Domingo, 18 de agosto 2019, 09:12
Kabul llora a sus muertos. El grupo yihadista Estado Islámico (EI) perdió el califato que levantó en Siria e Irak, pero conserva su capacidad para generar terror, como demostró en la noche del sábado en la capital afgana. Una operación suicida del EI acabó con ... la vida de al menos 63 personas que habían acudido a celebrar una boda al salón Dubai City, situado en el oeste de Kabul, en un barrio de la minoría chií. Los talibanes, inmersos en un proceso de paz con Estados Unidos y que hace diez días atacaron una comisaría en la capital y mataron a 14 personas, condenaron de forma «rotunda» el atentado. Su portavoz, Zabiullah Mujaheed, envió un mensaje a los medios en el que aseguró que «no hay justificación para semejante carnicería de mujeres y niños».
Golpeados de forma sistemática. El ataque iba dirigido contra la población hazara, de la minoría chií, a los queel EI considera herejes
El brazo del EI en Afganistán reivindicó la acción en la red Telegram con un breve texto en el que explicó que primero se inmoló un atacante suicida, identificado como Abu Asem al-Pakistani, y «cuando las fuerzas de seguridad llegaron al lugar los muyahidines hicieron detonar un coche bomba aparcado». Los yihadistas identificaron su objetivo como «una gran concentración de los renegados politeístas», forma de referirse a la minoría chií del islam a la que pertenecen los hazara, golpeados de forma sistemática por el EI que los considera herejes.
«Es doloroso ver cómo el mundo cierra los ojos» al sufrimiento del pueblo afgano, tuiteó el jefe de gabinete de los servicios secretos afganos, Rafi Fazil, en una jornada marcada por los funerales y las escenas de dolor de los familiares a las puertas de los hospitales. «Los talibanes no pueden exonerarse de la culpa, ya que proveen una plataforma para los terroristas», afirmó el presidente, Ashraf Ghani, antes de apuntar también a la comunidad internacional para advertir que «no debería quedar indiferente ante este tipo de actos inhumanos».
Este no es el primer ataque de este tipo. En noviembre del año pasado, más de 50 personas murieron en el salón para bodas Uranus de Kabul, que ese día había sido alquilado para una celebración religiosa con motivo del cumpleaños de Mahoma. Aquel atentado llevó a los dueños de esta clase de establecimientos a quejarse ante las autoridades por la falta de seguridad. «O envían policías o al menos que accedan a sentarse para ver cómo podemos asegurar este tipo de eventos», declaró entonces a la cadena local Tolo Mohammad Nader Qarghayee, representante de los empresarios. Los responsables del gremio lamentaron que «vemos veinte guardias en torno a las casas de los políticos, pero el Gobierno no quiere enviar a nadie a custodiar unos salones donde pueden llegar a juntarse hasta 5.000 personas». Nueve meses después el terror les ha vuelto a golpear con la misma estrategia suicida y no confían demasiado en las promesas de unas autoridades superadas por la doble amenaza del EI y los talibanes.
El ataque se produjo la víspera del centenario de la independencia de Afganistán y volvió a demostrar la fragilidad de la situación de seguridad en el país asiático. EE UU cuenta los días para iniciar la retirada de sus 14.000 hombres tras una guerra de casi dos décadas y el propio Donald Trump tuiteó el viernes, pocas horas antes del atentado, que «ambas partes buscamos llegar a un acuerdo», en referencia al proceso abierto en Doha, la capital de Catar, con los talibanes.
El punto clave del pacto es la salida de las fuerzas estadounidenses a cambio de que los talibanes se comprometan a no dar cobijo en el país a grupos extremistas que puedan luego atacar intereses de EE UU, como ocurrió en el pasado con Al-Qaida. En una segunda fase, los talibanes también se comprometerían a un alto el fuego temporal para iniciar conversaciones con el Gobierno de Kabul con el que ahora mismo no existe diálogo alguno porque le consideran un títere de Washington. Mientras las conversaciones siguen en Doha, la guerra no para en suelo afgano.
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