Tal y como se daba por hecho, la administración Obama se abstuvo ayer en la ONU en la votación del Consejo de Seguridad sobre Israel y su conducta en los territorios palestinos ocupados desde 1967, incluida la parte oriental de Jerusalén ("Al Quds" para los ... árabes). Es decir, permitió que el terremoto que el documento supone para la política israelí, saliera adelante y, lo más relevante, da a Palestina un estatus nuevo y hace de Israel una potencia ocupante... un proceso que alguno, con cierta exactitud, juzgan como la sudafricanización del escenario palestino-israelí.
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En septiembre de 2011, aunque ya con algunas vacilaciones novedosas, el gobierno Obama vetó una resolución prácticamente idéntica y, por tanto, es útil saber qué ha ocurrido desde entonces para que se produjera el cambio. Y hay dos razones generales que lo explican: la primera es que la conducta israelí desde entonces ha empeorado y, con una mentalidad sionista de viejo cuño, ha proseguido el crecimiento de las colonias que cuartean cada día más el suelo palestino que en Jerusalén-Este, que es también descrito como suelo ocupado y, por tanto, inhabilita jurídicamente la famosa "reunificación" unilateral que hizo Israel en 1981.
El desastre político y la desautorización jurídica y moral que significa la adopción de la resolución se completa no solo con el hecho, capital, de que Washington no haya impedido, sino de que el Consejo, con otras cinco potencias con asiento permanente (USA, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia) representa literalmente al mundo entero. El aislamiento israelí parece insostenible a corto plazo y, por cierto, una parte minoritaria, pero no desdeñable de la propia sociedad israelí, también lo cree así.
La marca de Obama
El presidente, un militante del partido demócrata, tradicionalmente tan pro-israelí como el republicano, ha sido ninguneado casi abiertamente por la administración del Likud y sus socios ultranacionalistas y el primer ministro, Benjamin Netanyahu, quien preside el gobierno desde hace casi ocho años (y ya fue primer ministro en 1966-99) parece haber cometido un error que uno de sus predecesores, Shimon Peres, llamaba el peor de los pecados": enfadarse con Washington. Un Washington que, además, necesita apoyo árabe en el combate contra el terrorismo "islamista".
Se diría que ha habido, como en el tópico de las desavenencias conyugales, "incompatibilidad de caracteres" y, en efecto, el divorcio era evidente y el error de Netanyahu fue el de creer que sus influencias innegables, sus redes de amistades en el Capitolio y la voluntad mayoritaria del mismo hacían ambientalmente casi imposible que la Casa Blanca tomara la decisión de unirse al gran grupo que denuncia la política de ocupación israelí. Fue advertido por cientos de artículos y consejos informados, pero cuando el miércoles pasado se produjo un rocambolesco primer acto de esta comedia teatral y Egipto, país que presentaba la resolución, decidió súbitamente retirarla del orden del día después de que Netanyahu llamara al presidente egipcio, general al-Sisi, se suscitó un estupor internacional.
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La opinión informada añadió en seguida que otro miembro del Consejo -- y hubo rápidos voluntarios -- la presentaría. La votación fue idéntica a la que habría recogido el primer intento: por unanimidad se declaró ilegal la ocupación israelí ... y se abrió el cisma americano-israelí, que es lo relevante a estas alturas y se confirmó la extendida convicción de que un tal Barack Obama no se dejaría intimidar por la maquinaria pro-sionista que funciona en Washington, en el Capitolio, en los círculos políticos y los medios financieros.
Una dimensión histórica
¿Qué sucederá ahora? En primera instancia, nada, y en Israel ya hay voces oficiales que indican que el gobierno sencillamente ignorará la resolución y que incluso endurecerá su política de ampliación de las colonias y judaización de Jerusalén. Un debate en el lado palestino, y esto es un renglón particularmente importante, intentará dilucidar si los palestinos, ahora jurídicamente descritos como expoliados en su tierra podrían legítimamente emplear la violencia para revertir la situación.
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En la administración republicana que el nuevo presidente, Donald Trump, pro-sionista abierto que ya ha seleccionado a un judío norteamericano de extrema derecha, David Friedman, como su próximo embajador en Israel, tomarán nota de lo sucedido, guste más o menos. Incluso su amistoso y frecuente interlocutor, Vladimir Putin, le recomendará que no corra riesgos innecesarios... lo que tal vez aplazará el proyecto de trasladar la capital norteamericana de Tel-Aviv a Jerusalén. Es de recordar que ni un solo país tiene su representación en la ciudad santa, por obvias razones.
Israel se dice "traicionada", pero no hay tal cosa. La conducta hacia la cuestión palestina ha ido evolucionando poco a poco y, por si sirve de guía, anotamos aquí que alguien tan poco sospechoso como Ronald Reagan ordenó cuando le faltaban unas semanas para dejar la Casa Blanca en en el otoño de 1966 "la apertura de un diálogo político sustancial con la OLP", la "Organización de Liberación de Palestina", al mando de Yasser Arafat. Trump no puede cambiar una resolución de la ONU, obviamente, pero puede trasladar la embajada a Jerusalén... si quiere seguir equivocándose. Allá él...
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