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diana martínez
Sábado, 30 de abril 2022, 20:33
La guerra en Ucrania supera los dos meses y todo apunta a que el conflicto a gran escala se estancará para librar contiendas menores durante años. Las decisiones del presidente ruso, Vladímir Putin, que aún niega que esté llevando a cabo una invasión en el país vecino, le están llevando a quedarse solo. Conforme continúa en su afán de destruir, su círculo de fieles disminuye. Desde que comenzó la ofensiva el pasado 24 de febrero, cada vez más miembros de la élite rusa desafían al jefe del Kremlin tras ver afectadas sus fortunas como consecuencia de las sanciones internacionales.
Son oligarcas que se enriquecieron en el sombrío proceso de privatización que siguió a la caída de la Unión Soviética en la década de los 90. Los castigos de Occidente han congelado decenas de miles de millones de dólares, incautado yates y mansiones, y prohíben volar a países extranjeros. Esta situación, sumada a que el rublo está por los suelos, ha llevado a varios magnates a desvincularse de Moscú. Algunos van más allá y se atreven a criticar la invasión, lo que está prohibido en Rusia. Por eso numerosos casos prefieren enfrentarse a Putin manteniendo la distancia y a través del anonimato.
«En un día destruyeron lo que se construyó durante muchos años. Es una catástrofe», lamenta un empresario que, junto a muchos otros de los hombres más ricos de Rusia, fue convocado a una reunión con Putin el día que estalló la guerra a gran escala. A pesar de su postura en contra, ninguno se atrevió a emitir protesta alguna. Sabían las represalias que podían recibir. El mandatario les aseguró a todos que el país seguiría siendo parte de los mercados globales, una promesa que pronto quedó en saco roto tras las sanciones de Occidente.
Mientras discutían en voz baja las consecuencias del conflicto, algunos de los oligarcas se dieron cuenta de que todo había terminado para los imperios comerciales que habían estado construyendo desde que comenzó la transición al mercado de Rusia hace más de tres décadas. «Algunos de ellos dijeron: 'Lo hemos perdido todo'», afirmó uno de los participantes en la reunión.
Oleg Deripaska, un magnate del aluminio que hizo su fortuna inicial durante la era de Boris Yeltsin, dejó atrás el anonimato y calificó a la guerra en Ucrania una «locura de la que nos avergonzaremos por mucho tiempo». Arremetió contra Putin, afirmando que sus políticas de Estado de los últimos 14 años no han favorecido «ni al crecimiento económico ni al de los ingresos de la población». De hecho, mencionó el coste de la invasión. En ese sentido, subrayó que el crack económico resultante de las sanciones sería «tres veces peor» que la crisis financiera que sacudió la economía rusa en 1998.
Las tensiones se reflejan también en la cúpula del Ejército, que comienza a desvincularse de Putin tras el arresto de dos miembros del Servicio Federal de Seguridad y la destitución del vicejefe de la Guardia Nacional. Además, en el frente crecen la baja moral y la disidencia. Según 'Financial Times', más de un millar de soldados se han negado a combatir.
En un país en el que mostrarse en contra del Gobierno está penado con la cárcel -o peor, numerosos oligarcas contrarios a la guerra se han acabado suicidando en misteriosas circunstancias-, hay quienes optan por huir. Casi una decena de altos cargos han renunciado a sus cargos y abandonado el país, entre ellos Anatoly Chubais, el enviado especial del Kremlin para el desarrollo sostenible. Otros, aunque quieran, no han podido abandonar. Elvira Nabiullina, jefa del Banco Central ruso, presentó su renuncia pero Putin se negó a dejarla ir, según cinco personas familiarizadas con la situación.
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