Secciones
Servicios
Destacamos
Inés Gallastegui
Enviada especial a Berlín
Martes, 5 de noviembre 2019, 11:53
«De inmediato. Sin demora». Günter Schabowski no lo sabía entonces, pero con esas palabras cambió el rumbo de la historia de Alemania, Europa y el mundo. El portavoz del Partido Socialista Unificado anunció ante decenas de periodistas la decisión del Comité Central de ... permitir a los ciudadanos de la República Democrática Alemana salir del país con permiso de la Policía, pero sin necesidad de alegar ningún motivo en particular. No era lo acordado, pero ya era tarde para rectificar. Eran las 18.53 del 9 de noviembre de 1989 y en las horas siguientes decenas de miles de personas traspasaron la frontera sin papeles, jaleadas por sus vecinos del Oeste, en medio de una fiesta multitudinaria. Los soldados ni siquiera intentaron evitarlo. La emoción inundó la ciudad y nada volvió a ser como antes. En los meses siguientes los cambios se sucedieron a velocidad de vértigo: en octubre de 1990 las dos Alemanias ya eran una sola nación en diciembre de 1991 el Telón de Acero caía para siempre. Hoy queda poco de aquellos 156 kilómetros de ignominia, pero Berlín enseña las cicatrices sin vergüenza y sus calles son una lección de historia. «Las heridas no pueden sanar sin la verdad», asegura a este periódico Anna Kaminsky, que dirige la Fundación para la Investigación de la Dictadura de la RDA. Sabe lo que dice: ella nació en el Este pocos meses después de la construcción del Muro y nunca conoció a su padre, que había quedado al otro lado.
Los sucesos de noviembre asombraron al mundo hace treinta años. «Fue una sorpresa. Nadie esperaba que ocurriera así», subraya Ricardo Martín de la Guardia, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid y autor del libro 'La caída del Muro de Berlín' (ed. Esfera de los Libros, 2019).
Era insólito ver a un montón de alemanes llorando de alegría, repartiendo besos y abrazos a conocidos y desconocidos. «Aquel día se reunieron familiares y amigos que llevaban años sin verse», justifica Juan Carlos Barrena, corresponsal de este periódico en Alemania. «La gente cree que los alemanes somos muy racionales, pero a lo largo de nuestra historia hay muchos ejemplos de cómo se ha abusado de las emociones de la gente con fines perversos», apostilla Kaminsky, rodeada de carteles con palabras como 'miedo', 'orgullo', 'frustración' y 'confianza', una de las muchas exposiciones que su fundación difunde por todo el país.
Pero también es cierto que en los meses anteriores a la caída del Muro muchas cosas estaban cambiando. Ante el impulso reformista de la Perestroika de Gorbachov a partir de 1985, el régimen de la RDA dirigido con mano de hierro por Erich Honecker reaccionó con más ortodoxia marxista-leninista y más represión de la Stasi, lo que empeoró la economía, generó más descontento y aceleró el éxodo de la población más joven y preparada.
Las primeras brechas en el Telón de Acero en Polonia, Checoslovaquia y Hungría facilitaron la huida de decenas de miles de alemanes orientales a través de las embajadas de la RFA en esos países de un bloque que empezaba a resquebrajarse. Después de que Budapest iniciase el desmantelamiento de su verja en mayo, aquel verano quedaron abandonados junto a la frontera austrohúngara cientos de 'trabis', los cochecitos comunistas que tantos años de lista de espera les había costado conseguir a sus dueños.
En la propia RDA surgieron organizaciones opositoras que celebraron multitudinarias manifestaciones, especialmente tras la conmemoración del 40º aniversario de la república el 7 de octubre, una ceremonia triunfalista en la que, sin embargo, fue evidente la falta de sintonía entre Moscú y Berlín.
«En las elecciones municipales de primavera, con un 99% de apoyo al Frente Nacional, la población fue más consciente que nunca del fraude», recuerda Barrena, que se instaló en Berlín en 1982 como redactor de la Agencia Efe. El 'maquillaje' del régimen a la brutal represión en la plaza china de Tiananmen también causó indignación. «Los alemanes del Este veían la tele de la RFA: los informativos, los programas, los anuncios... Soñaban con eso, porque su oferta de consumo era una vigésima parte. Y eso que eran el escaparate del bloque socialista», subraya el corresponsal, que también trabaja en Deutsche Welle, el servicio de radiodifusión internacional de Alemania.
«Abrir el muro fue una decisión táctica, no humanitaria, que tenía como finalidad acabar con la presión popular y mantener con vida al régimen», aseguraría después Günter Schabowski, uno de los pocos dirigentes del régimen que hizo autocrítica. El Gobierno intentaba evitar la sangría de población y, para ello, había aprobado un procedimiento que debía iniciarse a la mañana siguiente para que los ciudadanos con pasaporte –solo 4 de los 16 millones– pudieran solicitar la salida del país, temporal o definitiva. Solo pretendía ganar tiempo, pero Shabowsky no había estado en la reunión y el entonces presidente, Egon Krentz, le entregó la documentación sin explicaciones. Cuando un periodista le preguntó cuándo entraba en vigor la medida, el portavoz ojeó los documentos, despistado, y pronunció aquella frase que le haría famoso: «Sofort, unverzüglich!».
En los meses siguientes aquel trozo del Telón de Acero fue pisoteado, derribado, machacado y triturado con la rabia acumulada durante sus 28 años de existencia. El deseo de cambio se expresó en las primeras elecciones democráticas, el 18 de marzo de 1990, en las que la Alianza por Alemania –versión oriental de la conservadora CDU/CSU– obtuvo el 48% de los votos, los socialdemócratas el 22% y el PDS, heredero de los comunistas, el 16%. «Somos un pueblo», dijeron los alemanes. La reunificación del 3 de octubre de aquel año, liderada por el canciller Helmut Kohl y bendecida por George W. Bush y Mijail Gorbachov, supuso de hecho la absorción de la RDA y su entrada automática en la Comunidad Económica Europea.
Aunque en un primer momento la gente atacó el Muro con picos, martillos, mazas y barras de hierro con intención de derribarlo, los trozos enseguida se convirtieron en objetos preciados. «El 10 de noviembre ya había una oferta para comprar piezas», recuerda Anna Kaminsky, coautora del libro 'El Muro de Berlín en el mundo'. A finales de año el Gobierno de la RDA vio una oportunidad para enjugar sus maltrechas finanzas y decidió vender aquella construcción políticamente obsoleta pero económicamente valiosa. Unos 600 segmentos fueron enviados a otros países como parte de monumentos y memoriales.
Al verano siguiente se adjudicó la demolición oficial. Empresas privadas se quedaron con los escombros de hormigón y acero que, una vez procesados, sirvieron como materia prima en la industria de la construcción. «Una de las autopistas que unen el Este y el Oeste fue construida con ese material –recuerda Kaminsky–. El Muro levantado para separar a familias y amigos sirvió para unir el país. Mucha gente que pasa por esa carretera no lo sabe».
El hueco dejado por el Muro fue durante aquellos años una fea cicatriz en la piel de la capital de una nación de 82 millones de ciudadanos. Pero una vez abordadas las reformas más urgentes de equipamientos e infraestructuras en los empobrecidos territorios orientales, esos terrenos se han convertido en un preciado objeto de deseo. Berlín, cultural y socialmente muy atractiva y con un nivel de vida asequible en comparación con otras metrópolis europeas, padece una acuciante falta de vivienda para satisfacer la demanda de las 40.000 personas que cada año se suman a sus 3,7 millones de habitrantes. En su intento de pinchar la burbuja inmobiliaria, el Ayuntamiento decidió el pasado junio congelar durante cinco años los alquileres, régimen en el que vive el 85% del censo. La Potsdammer Platz, reducida a escombros por los bombardeos aliados durante la guerra y tierra de nadie durante los años de división, es uno de los principales ejemplos de la modernización urbanística de Berlín, con sus rascacielos firmados por arquitectos como Renzo Piano o Helmut Jahn. Los gigantescos edificios de apartamentos de la Karl Marx Allée, por su parte, son un estandarte de la mejor construcción de estilo soviético.
Treinta años más tarde, la ciudad-estado apenas conserva algunos pedazos de aquel monumento de la vergüenza, pero se ha convertido en un museo al aire libre. Entre los visitantes hay extranjeros, pero también jóvenes y adultos alemanes interesados por el pasado, en un país donde la memoria histórica es asignatura obligatoria y todos los niños han visitado un campo de concentración nazi y un par de museos de historia contemporánea antes de acabar la secundaria.
La East Side Gallery es un tramo de 1,3 kilómetros de Muro que un centenar de artistas de todo el mundo decoraron con sus grafitis. Las obras más conocidas son el beso entre Leonidas Breznev y Erich Honecker y el pequeño Trabant atravesando la pared, que tienen permanentemente colas de gente esperando para hacerse una foto.
El Memorial y Centro de Interpretación del Muro en Bernauerstrasse conserva íntegra una franja de terreno con sus tapias y su torre de vigilancia, permite hacerse una idea precisa de cómo era vivir en la frontera y relata los hitos más importantes de aquellos siniestros años.
En otros casos, la división no quedó trazada por paredes de hormigón, sino por accidentes naturales como el río Spree; monumentos como la Puerta de Brandemburgo; o vías de comunicación, como el famoso 'Puente de los Espías', las 'estaciones fantasma' del metro, tapiadas para evitar fugas, o el puesto fronterizo de la estación de Friedrichstrasse, llamado Palacio de las Lágrimas por la tristeza de las despedidas.
Algunos sectores creen que convertir aquella tragedia en un gancho para turistas –la antigua capital prusiana recibió a 13,5 millones en 2018– es poco ético. «La mayoría de la gente quiere hacerse la foto delante del mural del beso. Es un poco superficial, pero es la superficialidad que tiene todo el turismo hoy en día», reflexiona el guía español Daniel Punzón.
Kaminsky critica a los actores con uniformes de la URSS o la RDA que se dejan fotografiar por dinero en el Check Point Charlie, el enclave más masificado de Berlín. «Es una banalización del sufrimiento. El Muro es el símbolo de un sistema represivo», lamenta la directora de la Fundación para el Esclarecimiento de la Dictadura de la RDA, creada hace 20 años por el Bundestag. «Trabajamos contra el olvido», explica.
Todos los expertos coinciden en que, tras la desaparición de aquella frontera física, persistió un «muro mental» entre los alemanes de ambos lados. «Durante los 40 años de división, la forma de entender el mundo creó mentalidades diferentes. Con la reunificación hubo una reconciliación, pero también un choque», señala el historiador.
En alemán existe una palabra, 'Ostalgie' –de 'Ost', Este, y 'Nostalgie', nostalgia– que define la añoranza de los productos, la estética e incluso la forma de vida de los 'ossies'. «Hay nostálgicos en los dos lados. En el Este hay gente que echa de menos tener trabajo garantizado, pisos y coches baratos... No había grandes lujos, pero sí una seguridad que no existe en el mercado libre. Y en el Oeste algunos creen que se les ha subvencionado demasiado», apostilla Barrena.
El escritor Jens Bisky, que nació en Leipzig (este), precisamente un 13 de agosto, aporta un matiz: «Quizá entre Alemania del Este y del Oeste aún haya una frontera mental, pero entre Berlín Este y Berlín Oeste, ya no. Con la caída del Muro, la ciudad tuvo que reinventarse a sí misma desde cero; hoy vive un nuevo capítulo. Miles de personas de todas partes de mundo se están instalando aquí y cuando van por la calle ni siquiera saben de qué lado están», asegura el periodista, que acaba de presentar su libro 'Biografía de una gran ciudad'.
Durante la celebración del 29º aniversario de la reunificación, el pasado 3 de octubre, la canciller Angela Merkel admitía que aún queda «mucho por hacer» para equiparar a los cinco 'länder' que pertenecieron a la RDA a los 16 que constituyeron la RFA. Según una reciente encuesta, el 57% de los alemanes orientales se sienten ciudadanos de segunda y solo el 38% considera que la reunificación ha sido un éxito. El descontento, la sensación de haber sido desenganchados de la locomotora económica de Europa, se refleja en la política: el partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD) se convirtió en las elecciones federales de septiembre de 2017 en la tercera fuerza del país con un 12,6% de los votos y 94 escaños, pero su apoyo se duplica en los parlamentos regionales de los territorios orientales, donde se sitúa como segunda formación más votada: el 29,8% en Turingia; el 27,8% en Sajonia; el 24,3% en Sajonia-Amhalt; el 23,8% en Brandemburgo; y el 20% en Mekleburgo-Antepomerania. El espectacular crecimiento de una derecha xenófoba y antieuropea preocupa a una sociedad que no olvida su pasado nazi: hasta el momento, todos los partidos están dispuestos a pactar entre sí para gobernar con tal de aislar a la ultraderecha.
«Europa jugó un papel trascendental en la reunificación alemana –recuerda el historiador Ricardo Martín de la Guardia–. Aun cuando gobiernos como el británico y el francés mostraron al principio sus reticencias, las instituciones comunitarias fueron firmes partidarias de aquel proceso. Y la Alemania unida fue fundamental en el proceso de ampliación comunitaria al Este de Europa; su apoyo político y económico propició un acercamiento constante y desde un primer momento a los procesos de transición a la democracia en los antiguos países sovietizados».
Por eso estos días, las celebraciones con motivo del 30º aniversario de la caída del Muro no se circunscribirán a las fronteras germanas, sino que se difundirán por todo el continente. El Parlamento Europeo acogerá el 13 de noviembre en su sede de Bruselas una ceremonia solemne a la que está invitado el presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble. La conmemoración se abordará con toda probabilidad en el pleno del 26 y el 27 en Estrasburgo. En cuanto a las actividades divulgativas, la Casa de la Historia del Parlamento Europeo exhibirá durante un mes una exposición producida por el Museo de la Stasi. En España, la oficina de la Eurocámara en Madrid ha organizado un encuentro en el Parque de Berlín de Madrid, donde se exponen tres segmento del Muro.
«Queremos transmitir los valores de unidad, solidaridad y democracia que representó la caída del Muro para Alemania y para Europa, en estos tiempos de Brexit y de dificultades para la UE», explica Jesús Carmona, director de Medios del Parlamento comunitario.
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.