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RICARDO FERNÁnDEZ
Domingo, 12 de septiembre 2021, 08:32
Se llama Harry y es un héroe. Así, con sus cinco letras -sus dos consonantes y sus tres vocales- y su tilde. Y con todo lo que esa palabra entraña. Es un soldado británico, pero es un héroe español. El más reciente de una larga ... saga de héroes españoles. También un héroe embarazoso y, hasta hoy, al menos, el más desconocido. O silenciado.
Porque la historia de Harry incomoda. No puede ser de otra forma cuando es un chico de 22 años de edad, para colmo integrante de un ejército extranjero, quien espontánea y graciosamente se pone al frente de un operativo estratégico del Estado español.
Martes 17 de agosto. Aeropuerto Hamid Karzai de Kabul (Agfanistán). Harry Dear, un integrante del grupo de Logística Paracaidista de la British Army comprueba su equipo y se dispone a recoger su subfusil AS80 cuando la mirada se posa en una enseña rojigualda. La llevan prendida en su uniforme unos agentes de las Unidades de Intervención Policial (UIP) de la Policía Nacional, a los que ve pasar a su lado. «¡Hola!», les saluda. «¡Hello, friend! How are you?», le responden.
La perenne sonrisa de Harry se agranda. «No, coño. A mí habladme en español, que yo soy casi de los vuestros», les advierte, divertido. «Joder, pues bienvenido al infierno», vienen a decirle. «Pásate luego a vernos y ya te tomas algo con nosotros», se despiden con un fuerte apretón de manos.
A la tarde siguiente comparte unas cervezas y unas lonchas de jamón serrano y embutidos con los agentes españoles. Luego se irán uniendo al grupo unos cuantos 'geos' (miembros del Grupo Especial de Operaciones). El chaval les cuenta que se ha criado en Murcia, a las orillas del Mar Menor, donde su padre se instaló dos décadas atrás para iniciar una carrera de promotor tras abandonar las fuerzas armadas británicas. «Yo no era muy bueno con los libros y mi padre decidió que lo mejor era apuntarme a una academia militar en Inglaterra», relata para explicar el hecho de haber acabado comiendo jamón en el aeropuerto de Kabul, en lugar de estar en Málaga aguardando el momento de ver torear a Roca Rey. «Tenía ya hasta compradas las entradas, joder».
La misión de Harry consiste en cubrir con un blindado, de manera ininterrumpida, el trayecto de diez kilómetros que hay entre las pistas del aeropuerto y el Hotel Baron, en el que las fuerzas norteamericanas han instalado el 'check point'. El carro que conduce viaja atestado de compatriotas, de funcionarios de la Embajada y, sobre todo, de ciudadanos afganos que han colaborado con el Estado británico y que ahora, temiendo por sus vidas y las de sus familiares, huyen de los talibanes. Se topa con sus amigos españoles.
Los GEO, pese a su extraordinaria preparación y a todo su amor propio, asisten impotentes desde la distancia al dramático espectáculo. Nadie les había advertido de que iban a tener vetado el acceso al 'check point', que está en manos exclusivas de las tropas estadounidenses y británicas. De ahí que su capacidad de acción sea, más que limitada, prácticamente nula. La impotencia y la rabia les subleva. «Al otro lado de los talibanes tiene que haber más de treinta afganos de los nuestros y sus familias, que estarán tratando de llegar hasta nosotros», le cuentan.
Harry busca a su mando más inmediato y le dice que va a echar una mano a los colegas españoles. El otro se encoge de hombros y el soldado se siente legitimado para subirse a un muro y comenzar a gritar: «¡España, España!». Después de muchos esfuerzos localiza a un hombre que fue intérprete de la Embajada española, de nombre Fawat, quien está acompañado por otros afganos. Harry les pregunta cuántos son en total y le contestan que unos veinte.
Pero no tarda en constatar que ha habido un equívoco: no son veinte individuos, sino veinte grupos, compuestos por unas 76 personas de ambos sexos y de todas las edades. El 'british soldier' los arrastra a empellones entre la muchedumbre hasta uno de los accesos y los deja a resguardo de los policías nacionales. Una de las mujeres grita que ha perdido a su hijo, recién nacido, y Harry lo encuentra a una decena de metros de distancia, sostenido en lo alto por un afgano que trata de evitar de esa manera que lo aplaste la enfebrecida multitud. Llega hasta él como malamente puede, toma al crío y lo pone en brazos de su madre.
Al final no queda otra que hacer viajes y más viajes para poner a salvo a todas esas personas. Harry ya se ha ganado un hueco en el afecto de los agentes españoles, que le entregan un parche y una bandera con la enseña nacional y con el símbolo de la unidad: un águila que atrapa entre sus garras a una serpiente.
«No sé a cuántas personas saqué de allí. Fueron muchas. Quizás a 150, 200... Solo el primer día ya fueron 76 y cada día que pasaba eran otras 10, 15, 20... Algunas veces ya me fallaban las fuerzas, porque los primeros cinco días los pasé casi sin dormir, pero me animaba diciendo que nunca más volvería a estar allí, en esa situación, y que tenía que llegar hasta donde pudiera», rememora mientras disfruta de un bien ganado descanso en Murcia, junto a María, su novia.
Afirma que jamás pensó en recibir un día un reconocimiento público a su tarea. Le bastaba con el afecto y el reconocimiento diarios que le regalaban los policías españoles y, algo más prosaico, con las bandejas de jamón que extraviaban para él. «Era un milagro que aquello pudiera salir bien y el milagro lleva el nombre de este chaval», admite un miembro de las fuerzas de seguridad del Estado, que confirma íntegramente el relato de Harry, el héroe que agitaba al aire una bandera rojigualda y gritaba «¡España!» hasta que la garganta le sabía a sangre.
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