david s. olabarri
Enviado especial a Dnipro
Domingo, 30 de enero 2022, 00:55
Iryna Skryipnikova recuerda con precisión cada detalle del día que cambió para siempre su vida. Fue el 28 de mayo de 2014, hace casi ocho años. Iryna estaba preparando la comida en casa cuando llegó su hijo. Tenía el rostro desencajado. El chico se acababa ... de cruzar en un semáforo con 7 tanques y combatientes chechenos que avanzaban a gran velocidad. Le costaba hablar. Van hacia el centro de Donetsk.
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Aquello fue el comienzo de la pesadilla en la que todavía hoy viven Iryna y su familia y millones de personas. Antes de la aparición de los tanques ya se estaban produciendo combates en otras zonas del Donbass entre separatistas prorusos y el ejército Ucraniano. También habían llegado de golpe a su pueblo un grupo de delincuentes, «procedentes de Rusia». Unos matones que iban amenazando a la gente y se dedicaban a retirar las banderas ucranianas de los edificios.
Ella pensaba que las aguas volverían a su cauce. Los disparos se escuchaban ya cerca de allí, pero acudía todos los días a su clínica veterinaria. Su marido atendía su negocio de aparatos electrónicos y su hijo se preparaba para empezar la universidad. La vida les sonreía y no les faltaba de nada. Pero Iryna supo que nada iba a volver a ser igual cuando los militares que había visto su hijo llegaron al corazón de la ciudad y empezaron a disparar al aire con sus AK-47. Eran disparos intimidatorios que consiguieron lo que buscaban, que se desatase el pánico entre la población.
Igor Smykov estaba ahí para verlo. «La Policía de Donetsk no hizo nada» y el ejército ucraniano estaba lejos y «tardó en reaccionar». Ese 28 de mayo fue el último día que funcionó el flamante aeropuerto de Donetsk, construido para la Eurocopa que se había celebrado sólo dos años antes. Al día siguiente, empezaron los combates entre las tropas ucranianas y los rebeldes separatistas prorusos. Hoy aquella infraestructura, símbolo de la prosperidad de Ucrania, no es más que un montón de escombros.
Los vecinos del Donbass, la región fronteriza entre Rusia y Ucrania, empezaron a huir de sus casas. Lo importante era buscar un lugar seguro. Se calcula que la guerra del Donbass ha provocado el éxodo de en torno al 40% de la población de esta región. No hay cifras exactas. Pero hablamos de más de 14.000 muertos y más de 3 millones de personas que tuvieron que dejar atrás toda una vida y empezar de cero en un lugar distinto. El mundo entero sólo ha empezado a preguntarse qué está pasando aquí después de que Putin haya desplegado 100.000 soldados dispuestos a actuar en cualquier momento.
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Huída de Donetsk «Nos fuimos casi con lo puesto. Dejamos incluso al perro y a los gatos. Mis hijos no paraban de llorar»
Sólo en Dnipro, una ciudad industrial de la estepa ucraniana, situada a sólo 250 kilómetros del centro de Donetsk, se instalaron como pudieron unas 40.000 personas. Dos de ellos fueron Iryna e Igor, cada uno con sus respectivas familias. Sus casos son un paradigma de lo que se vivió en aquella época en el Donbass. Hablamos de una zona singular, que cuenta con uno de los complejos mineros más importantes del mundo. Los lazos afectivos con el país vecino son –o eran– muy fuertes, más incluso que con otras zonas de Ucrania. «Durante la Eurocopa de 2012 celebrábamos tanto los goles de nuestra selección como los de Rusia», cuenta.
Igor Smykov reconoce que, hasta el levantamiento, él pertenecía a ese amplio porcentaje de la población que se consideraban prorusos. Iryna y su familia siempre habían sido más nacionalistas ucranianos. Igor, que ha vivido y trabajado en Rusia gran parte de su vida, explica que para entender bien lo que ocurrió aquí no hay que perder de vista dos datos importantes. El primero fue la destitución de Yanukovic, nacido precisamente en Donbass, como presidente de Ucrania tras las revueltas europeistas de Maidan. Lo segundo fue la decisión del nuevo Gobierno de Kiev de convertir el ucraniano en la única lengua oficial. En el Donbass, como en gran parte del este de Ucrania, prácticamente todo el mundo se expresa en ruso. «Una parte de la población lo sintió como una ofensa hacia su tierra. Y Moscú lo aprovechó para manipular a la gente», explica Igor.
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Sin embargo, el primero que tomó la decisión de marcharse de Donbass fue este hombre de 56 años. Lo hizo apenas unos meses después del levantamiento. Supo que los separatistas estaban torturando a los detenidos en un edificio que estaba justo enfrente del taller de fabricación de componentes electrónicos que regentaba. Pensó que él podía ser el siguiente.
Cogió a su mujer y sus tres hijos y se marcharon, casi con lo puesto. Pero había que escapar. Dejaron allí incluso a un perro y a dos gatos. Sus hijos lloraban. Pensó que podría volver más tarde a recuperar sus cosas. Pero se equivocaba. Han pasado casi 8 años. Su casa de Donetsk sigue abandonada.
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Los dos primeros años en Dnipro fueron muy difíciles. Un amigo les dejó instalarse en una oficina abandonada. Hacía frío y no tenían agua caliente. Cada día que pasaba era como una nueva prueba a superar y tampoco tenían mucho dinero. Con el paso del tiempo, las cosas empezaron a mejorar. Hoy viven en un piso de alquiler. Le van surgiendo trabajos. Pero, sin ayudas ni créditos bancarios, no ha conseguido volver a poner en marcha una empresa como la que tenía antes». Lo que tiene claro es que algún día la guerra acabará y volverá a su casa. «Sueño cada noche con ello».
Iryna y su marido llevan sólo dos años en Dnipro. Ya han abierto una pastelería en el centro de la ciudad. El negocio empieza a ir bien. Tienen dos empleados, Anastasia y Nikita, dos jóvenes que también son desplazados de la guerra. Las mesas están llenas de clientes tomando pastelitos y café. «Pero no tiene nada que ver con el nivel de vida que teníamos antes», confiesa Iryna.
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Esta mujer y su marido no se marcharon de la localidad de Makeevka hasta hace dos años. Vivieron seis años aterrados. Pero toda su vida estaba allí y, además, sus padres se resistían a marcharse. Los misiles pasaban por encima de su casa y lo que sí hicieron fue enviar a su hijo a estudiar la universidad a la frontera con Hungría. Con el tiempo hasta aprendieron a identificar por el sonido qué ejército era el que había lanzado el proyectil. Alguno de ellos cayó cerca de su casa. La economía de la zona se hundió. Con el tiempo tampoco podían ya trabajar. Poco a poco, vieron cómo todo su entorno iba quedando reducido a cenizas. Su vida se estaba desmoronando. Pero «no tenía tiempo ni de llorar. Es ahora, aquí en Dnipro, cuando lloro. Siento que se me ha roto algo dentro del alma», confiesa.
Iryna tomó la decisión cuando su hijo les dijo que había que salir de allí. Ya no había ley. Y en cualquier momento podían aparecer los separatistas rusos y llevarse a su marido y obligarle a disparar. Vendieron la casa por mucho menos de lo que habían pagado y se fueron a Dnipro. Su madre se quedó un año más, pero enfermó. Y este verano consiguió que se reuniese con ella. «Es muy difícil empezar una nueva vida con 50 años», comenta. El marido de Iryna no quiere aparecer en este reportaje porque sus dos padres siguen viviendo en Donbass y teme que puedan sufrir represalias de los separatistas.
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En Kiev, en la capital, también hay muchos desplazados. Uno de ellos es Vladimir Fomichov. Se trata de un joven de 28 años que estaba en la universidad cuando se desataron las revueltas. Se posicionó en contra de los separatistas y fue capturado. «Pasé más de dos años en una de sus prisiones», relata. Después, el Gobierno ucraniano hizo un cambio de prisioneros con los rebeldes y Vladimir salió a la calle. Fue entonces cuando decidió mudarse a Kiev. Hoy trabaja como editor de televisión y sigue mostrándose crítico con los insurgentes.
La embajada española en Kiev ha comenzado a telefonear a los ciudadanos españoles que residen en Ucrania. Lo trabajadores de la delegación telefonearon para «interesarse» por su situación, recordarles la existencia del teléfono de emergencia consular y «confirmar» los domicilios que constan en los documentos oficiales, según explicó uno de los residentes.
Se trata de la primera vez que se toma una iniciativa de estas características en Ucrania. Las mismas fuentes señalan que no se hizo durante la invasión de Crimea ni durante el inicio de la guerra del Donbass. La primera vez ha sido ahora, en plena crisis prebélica entre Ucrania y Rusia, en un momento en el que el Ministerio de Exteriores recomienda no viajar aquí.
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