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rafael m. mañueco
Corresponsal. Moscú
Domingo, 6 de septiembre 2020, 22:36
Las protestas que se repiten cada día en Bielorrusia -las de cada domingo son las más multitudinarias- en demanda de que Alexánder Lukashenko acceda a la repetición de las elecciones y cese la violencia, no sólo no constituyen un obstáculo para los planes que tiene ... el presidente ruso, Vladímir Putin, de engullir el país vecino, sino que los facilita en la medida en que debilitan al dictador bielorruso. Lukashenko, el promotor inicial de la unión ruso-bielorrusa, terminó dándole la espalda a Moscú, hasta el punto de que en Rusia son muchos los que piensan que aquel proyecto no era más que una estratagema para obtener gas y petróleo baratos sin la menor intención de ceder soberanía. Ahora, sin embargo, las cosas han cambiado. El presidente bielorruso está donde querían verle en el Kremlin, contra las cuerdas.
Hasta hoy, Lukashenko había logrado capear el malestar popular después de cada convocatoria electoral, todas salvo la de 1994, con resultados manipulados y fraudulentos. Esta vez no ha sido la primera que la gente ha salido a la calle para denunciar un pucherazo y exigir unos comicios limpios y auténticamente democráticos. Pero el dictador lograba siempre aplastar las protestas a base de represión y encarcelamientos. Aún no lo ha conseguido y las movilizaciones duran ya un mes.
En este contexto, la semana pasada la diplomacia y el Gobierno ruso desarrollaron una actividad febril para aprovechar el momento. El miércoles se reunieron en Moscú los ministros de Exteriores ruso y bielorruso, Serguéi Lavrov y Vladímir Makéi, y, al día siguiente, viajó a Minsk el jefe del Gobierno ruso, Mijaíl Mishustin, acompañado de los ministros de Energía y Finanzas, Alexánder Nóvak y Andréi Siluánov. Retomaron la agenda para hacer realidad la tantas veces postergada 'Unión Estatal'. Se habló también de la refinanciación de los 845 millones de euros de deuda que Minsk tiene contraída con Moscú, de nuevos créditos y de los suministros de gas y petróleo.
Lukashenko y el predecesor de Putin, Borís Yeltsin, rubricaron pomposamente en el Kremlin, el 8 de diciembre de 1999, el acuerdo para la creación de un Estado unitario. Era el cuarto documento después tres intentos que no fructificaron. Preveía la creación de una estructura confederal con una misma política económica y de defensa y con una moneda única.
La firma estuvo precedida de una gran polémica por parte de quienes temían en Rusia unirse a un Estado dirigido por un déspota como Lukashenko y también por los nacionalistas bielorrusos que rechazaban volver a formar parte del 'imperio ruso'. La idea, una vez pactadas todas las cuestiones políticas, jurídicas y económicas, era reformar la Constitución de ambos países y aprobar el documento final en sendas consultas populares.
Pero el proyecto quedó inconcluso. Eso sí con algunos avances. Tomando como referente la Unión Europea, crearon un espacio económico común y eliminaron los controles fronterizos y aduaneros. Y hasta eso se desmoronó. Ya desde el año pasado Rusia vigila de nuevo su frontera con Bielorrusia. Estableció un embargo a algunos productos bielorrusos, a la carne por ejemplo. Moscú no quiso bajar el precio del petróleo y del gas a su vecino y tampoco reestructurar su deuda.
Varios factores habían degradado las relaciones entre los dos países: el rechazo del presidente bielorruso a privatizar sus empresas estatales a favor de corporaciones rusas, la negativa a reconocer Crimea como territorio ruso, el acercamiento de Minsk a Occidente, la eliminación del visado para los ciudadanos de la UE y EE UU en visitas cortas a Bielorrusia. El Kremlin ha acusado además a Lukashenko de beneficiarse de las sanciones de Moscú a la UE, utilizando las ventajas de la zona de libre comercio con Rusia para convertirse en lugar de tránsito de las mercancías vetadas.
Putin presionó una y otra vez a Lukashenko para ultimar de una vez la deseada 'integración' de Bielorrusia. En diciembre de 2019, con motivo del 20 aniversario de la firma por Yeltsin y Lukashenko del documento base, el Kremlin intentó de nuevo llevar a término la 'unión'. Una nueva tentativa se produjo el pasado mes de febrero con la apertura de una nueva ronda de negociaciones, pero tampoco cuajó. Ahora Lukashenko lo ha puesto todo en bandeja. Su ansia desmedida de poder manipulando el escrutinio de las elecciones le ha llevado a una situación de máxima vulnerabilidad ante Rusia y todo indica que en Moscú la aprovecharán.
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