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M. Pérez
Domingo, 25 de junio 2023, 15:06
Las últimas imágenes de Evgueni Prigozhin tras suspender su rebelión contra la cúpula del Ministerio de Defensa ruso son la de un todoterreno. Él está en su interior. En Rostov. Saluda. Sonríe. Aprieta manos. Se deja querer por decenas de civiles de esta ciudad cercana ... a Ucrania que pugnan por hacerse selfies con el hombre que durante más de doce horas ha puesto en jaque al Gobierno de Vladímir Putin. Se marcha. Invadió Rostov con sus tanques y mercenarios en la madrugada del sábado y la desocupó pasada la medianoche de este domingo como si fuera una fiesta. Su paradero era desconocido este mediodía y eso alimenta todavía más la expectación por conocer cuándo cumplirá el pacto alcanzado con el Kremlin de exiliarse a Bielorrusia a cambio de evitar su procesamiento por traición.
Lo más probable es el que líder mercenario se encuentre ahora con sus tropas al otro lado de la frontera, donde tienen sus cuarteles y prosigue la defensa de las posiciones ocupadas frente a la contraofensiva del ejército ucraniano. Los paramilitares han salido ya de todos los enclaves que este sábado ocuparon en Rusia (Rostov, Voronezh y Lipetsk) dentro de esa extraña operación montada por Prigozhin que ha acabado de modo sorprendente. La primera impresión es la de que el oligarca antaño amigo de Vladímir Putin, que tuvo Rusia en sus manos y el cuasiestatus de héroe militar al frente de una empresa de mercenarios, ha perdido. Va camino del destierro.
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Sin embargo, con tan pocos datos como hay ahora mismo sobre su pulso con Putin, es difícil dar por sentado que ha salido derrotado. Anoche se marchó entre vítores. Ha dejado en evidencia ante la opinión internacional la debilidad del actual gabinete ruso. De hecho, pudo ocupar Rostov y avanzar cientos de kilómetros hasta quedarse a doscientos de Moscú sin que el ejército regular hiciera nada para detenerle y con el Gobierno sumido en una especie de bloqueo. El Kremlin dice hoy que el presidente no abandonó en ningún momento su despacho, frente a la bastante creíble teoría difundida el sábado de que se había marchado a San Petersburgo. Existe la certeza de que su avión hizo ese trayecto, pero no hay ninguna imagen probatoria de que Putin permaneció en el Kremlin tras el mensaje matinal a la nación donde calificó a su antiguo amigo de «traidor». Como sugería un veterano periodista, hubiera sido necesario entrar en la sede gubernamental y echar un vistazo para comprobarlo. Y no parecía factible en un Kremlin herméticamente protegido.
Algunas fuentes señalan que el acuerdo con Prigozhin para desistir de su revuelta, alcanzado con la intermediación del presidente bielorruso Aleksandr Lukanshenko, implica una depuración en el Ministerio de Defensa, comenzando por su propio ministro. Serguéi Soigú es su archienemigo. El líder de Wagner le acusa desde hace meses de la muerte sinsentido de miles de combatientes rusos en el frente por una deficiente gestión de la guerra. E incluso de bombardear a sus propios mercenarios.
El Kremlin no ha querido confirmar ni desmentir esta posibilidad. Su portavoz, Dmitri Peskov, ha asegurado esta mañana que esos términos «difícilmente podrían ser discutidos durante los contactos» entre Prigozhin y Lukashenko, ya que «están dentro de la prerrogativa y competencia exclusiva del comandante en jefe supremo»; es decir, Vladímir Putin. Sin embargo, tampoco ha rechazado taxativamente que se puedan ejecutar cambios en el ministerio. Según Peskov, los únicos objetivos que hicieron desistir a Prigozhin fueron los de «evitar el derramamiento de sangre, evitar la confrontación interna y evitar enfrentamientos con resultados impredecibles». El portavoz también ha insinuado que muchos de sus hombres (Wagner alistaría a entre 25.000 y 50.000) decidieron no acompañarle en su marcha a la capital, en la que pudieron participar unos 5.000. Hay que precisar, sin embargo, que Prigozhin dejó fuertes retenes en la retaguardia, unos en las localidades ocupadas y otros en el frente ucraniano.
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Putin ha comparecido a primer hora de esta tarde en la televisión estatal, donde ha explicado que la máxima prioridad del Ejecutivo consiste en continuar con la «operación militar especial en Ucrania». Se ha mostrado seguro de que «todos los planes y tareas relacionadas» con la invasión ya previstos continuarán sin cambios y anunciado que participará en la reunión ordinaria del Consejo de Seguridad en Moscú la próxima semana.
Lo que parece cada vez más claro es que el jefe del Grupo Wagner no actuó movido por un súbito impulso de cólera y que llevana tiempo organizando su movimiento. Los principales periódicos estadounidenses recogen en su edición de este domingo que la Agencia de Inteligencia de EE UU conocía ya desde hace días que Prigozhin planeaba una «acción armada» contra la cúpula de Defensa rusa. La CIA informó a la Casa Blanca (algunas fuentes citan que lo hizo el miércoles), al Departamento de Defensa y a los líderes del Congreso para que estuvieran preparados. Sin embargo, no lo hicieron público ante el temor de que Moscú se lo tomara como una maniobra de Washington destinada a alentar un golpe de Estado.
Según estas informaciones, en las dos últimas semanas «hubo suficientes señales para poder decirle a los líderes que algo estaba sucediendo», lo que hizo cundir una «gran preocupación» en la Administración de Joe Biden y los servicios de inteligencia. Los estrategas manejaron qué tipo de escenarios eran posibles en caso de una gran desestabilización: si Putin lograría mantenerse en el poder o cómo quedaría de comprometido el control sobre los arsenales nucleares. «Hubo muchas preguntas en ese sentido», ha precisado un funcionario estadounidense a 'The Washington Post'.
Lo que mantiene desconcertado al espionaje estadounidense es por qué el Kremlin no tomó medidas previas, ya que tiene el convencimiento de que Putin conocía también los planes del líder mercenario desde veinticuatro horas antes. Habría circulado tal cantidad de indicios de que Prigozhin maniobraba en busca de un golpe de efecto que resultaba sencillo determinar que «algo estaba pasando».
La imagen con la que este antiguo oligarca de 62 años, dueño de decenas de empresas, ha salido de Rostov no es, en absoluto, la de un líder derrotado. Muchos analistas consideran que seguirá siendo un individuo influyente tras su exilio a Bielorrusia, en caso de que finalmente se cumpla. El acuerdo con el Gobierno ruso establece su destierro a cambio de que ni él ni sus tropas sean procesadas por traición. Del futuro de sus paramilitares solo hay interrogantes en estos momentos. No se sabe si mantendrán su actual estatus o se verán obligados a firmar el contrato de integración en las fuerzas armadas regulares, como recientemente exigió el Ministerio de Defensa al resto de compañías privadas, entre ellas las del caudillo checheno Kadírov. Precisamente, las tropas chechenas desplazadas este sábado para frenar el avance del Grupo Wagner han regresado también hoy a sus zonas de combate en Ucrania.
La fotografía matinal de Rostov no se corresponde con la de una ciudad que ha vivido una ocupación militar. La circulación es escasa, pero típicamente dominical. Budennovsky Prospekt, la avenida asaltada solo hace unas horas por carros de combate y soldados de fortuna fuertemente armados, se encuentra expedita. Las cafeterías vuelven a abrir. Los únicos signos de la invasión residen en la marcas dejadas por los tanques en el suelo o los muros de algunos edificios.
La autopista hacia Moscú y algunas carreteras de la región sufren cortes puntuales para reasfaltar los tramos por los que circularon los carros de combate. En Lipetsk, los militares trituraron el asfalto con la vana pretensión de frenar la columna mercenaria. También se trabaja en el lugar donde se produjo el único enfrentamiento de Wagner con las fuerzas armadas rusas, con el desenlace de tres helicópteros de combate derribados. Las restricciones al transporte se han levantado, según el viceministro de Política Regional y Comunicaciones Masivas de la región de Rostov, Serge Tyurin. «Las estaciones de autobús y tren están funcionando con normalidad, los billetes están a la venta y todos los destinos están programados», ha dicho.
Queda la resaca. Y el convencimiento de haber vivido el episodio político-militar más extraño de la invasión en propia casa. Al jefe de Wagner, que muchos creyeron posible que cambiaría el destino de Rusia y de la guerra con una tranquila marcha a Moscú al frente de 5.000 mercenarios, le despidieron con aplausos. Inmediatamente después de la salida del último blindado decorado con la letra Z llegó la Policía. Fue recibida con improperios y al grito de «¡Vergüenza!».
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