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diana martínez
Martes, 6 de diciembre 2022, 13:53
Olena espera en el puerto fluvial de Jersón. Es domingo. 4 de diciembre. Aguarda a su hija. Ha permanecido atrapada al otro lado del Dniéper, bajo control ruso. No sabe si podrá atravesar el cauce. «Me gustaría verla aparecer ya», cuenta a los medios. Como ... ella, unos cuantos vecinos de la parte occidental de Jersón, la que fue reconquistada en noviembre por Ucrania, tienen la esperanza de reencontrase con sus allegados, a quienes el desarrollo de la guerra en esta región ha dejado sin salida en la orilla «equivocada» del río, según las palabras de un residente. Las autoridades de Kiev y Moscú han organizado una breve tregua, finalizada el lunes, para que los civiles de las zonas en mayor riesgo de conflicto pudieran cruzar el Dniéper y ponerse a resguardo en una aldea más segura. Solo es posible que evacúen quienes tienen una embarcación. La guerra es esto: saber que tu familia espera ahí enfrente, a un par de kilómetros de distancia, mientras te atenaza el miedo a morir solo y anónimamente en un bombardeo.
El río Dniéper se ha convertido en una barrera que separa no solo a los ejércitos sino también a las familias ucranianas. Tras la reciente contraofensiva en Jersón que ha obligado a los militares rusos a cruzar el cauce y fortificarse en la orilla oriental de esta histórica arteria fluvial, cuyas aguas se llenaron de sangre durante la II Guerra Mundial para frenar el avance nazi, las casi 300.000 almas de la ciudad se han dividido en dos. Unos pocos miles continúan en ella, ahora en manos de los ucranianos, y el resto permanece al otro lado, con los rusos. Entre ellos hay convecinos que se marcharon voluntariamente y otros que fueron forzados a acompañar a las tropas en su retirada. Muchas familias han quedado rotas. Su único nexo son unas comunicaciones «muy frágiles, que apenas nos dejan saber cómo están los nuestros al otro lado», además de unas miradas cargadas de emoción de uno al otro lado del río.
«Mi hermano, mi hermana, mi sobrina y mi nieta están allí», relata Natalia Olkhovykova, de 51 años, mientras señala la orilla ocupada por las fuerzas de Moscú. Ella ha logrado quedarse en la ciudad de Jersón, eufórica tras la llegada del Ejército de Kiev aunque su alegría se haya empañado paulatinamente con los bombardeos enemigos, que han dejado sus calles víctimas de la devastación. Olkhovykova es de las personas que a diario se acercan al medio millar de «puntos de calor» establecidos por las autoridades. En ellos puede calentarse durante un rato y cargar su móvil gracias a un sistema de generadores continuo. «Estamos muy preocupados porque hemos sabido que su pueblo está lleno» de soldados rusos, afirma la mujer en relación a sus allegados.
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Existen muchos casos como éste. Olena Cherniavska vive cada día con preocupación por el bienestar de su madre, que reside en la orilla oriental. «Cada mañana me levanto y me informo para ver si el lugar donde vive está bien», cuenta esta mujer de 41 años. Ambas solo han podido hablar de manera esporádica. Sus conversaciones dependen de una señal «muy inestable» después de que las tropas de Moscú destruyeran infraestructuras eléctricas antes de abandonar Jersón a mediados de noviembre. «Logré hablar con ella y decirle casi todo lo que quería decirle, pero la conexión se interrumpió», lamenta Olena.
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Tan cerca pero tan lejos, a las familias de Jersón les resulta imposible verse con sus allegados. Hasta hace unas semanas todo era tan sencillo como cruzar los puentes sobre el Dniéper. Los rusos los volaron en su retirada para cortar el avance ucraniano. «Ahora es imposible que los civiles se comuniquen. A quienes les pilló la retirada en el otro lado, ahí tuvieron que quedarse. Los puentes están impracticables y los ferries ya no cruzan el río», afirma un vecino de la zona de Jersón dominada por Kiev.
El terror reside ahora en la escalada de los bombardeos. Los duelos artilleros sobre el Dniéper se han intensificado desde finales de noviembre. Han muerto decenas de civiles, quizá cientos, la cifra no se sabe con exactitud, y entre la población de la zona occidental circulan ya historias de padres separados de su mujer y sus hijos, o de abuelos separados de todo su entorno, que han caído bajo los misiles. «La situación no es mejor en ningún sitio. Pero de morir, que lo hagamos todos reunidos», dice a un canal de televisión Anastasiia, una joven residente hasta ahora en la parte oriental del Dniéper, cuya calle ha quedado devastada por los ataques. «Aunque no nos engañemos, la situación es difícil».
El Instituto de Estudios para la Guerra estadounidense ha confirmado que solo un puñado de militares ucranianos ha conseguido atravesar el río en botes y colocar su bandera nacional en una grúa cerca de la costa. «Esta incursión podría abrir caminos para que las fuerzas ucranianas comiencen a operar en la orilla este», explican desde el 'thinktank'. Sin embargo, nadie lanza las campanas al vuelo. Los analistas señalan que el Ejército de Kiev debería acumular un número elevado de tropas para lanzarse con posibilidades de éxito contra las defensas rusas, pero la operación resulta complicada en medio de las dificultades que ofrece el río. El Instituto de Estudios reconocía hace unos días que los ucranianos «tendrán probablemente más dificultades para conseguir victorias igual de espectaculares en la parte oriental de Jersón« que en el resto del territorio reconquistado, aunque »puede perturbar los esfuerzos de los rusos para solidificar su línea defensiva».
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La espera es clave para los residentes. «Tened paciencia», advirtió a sus familiares, amigos y vecinos Tatiana Maliutina. Todos ellos esperan «ser liberados pronto», asegura esta mujer de 54 años con la esperanza de que el emotivo encuentro ocurra lo antes posible. La situación causa miedo y decepción en los habitantes. Es el caso de Olga Marchenko, de 47 años, quien reconoce sentirse frustrada tras nueve meses de enfrentamientos y bombardeos continuos, desde que el pasado 24 de febrero el presidente ruso, Vladímir Putin, ordenara invadir el país vecino.
El malestar aumenta para ella al no saber durante cuánto tiempo el Ejército ruso continuará ocupando los territorios en la orilla oriental del Dniéper, donde vive el resto de su familia. «Esperamos encontrarlos cuando los liberen», señala la mujer tras un suspiro, temerosa de que, cuando Moscú abandone completamente la región, se produzca la estampa que se ha repetido en otras ciudades liberadas, en las que han aparecido cientos de fosas comunes. Olga, al igual que el resto de ucranianos, espera no encontrar a sus familiares con agujeros de bala o bajo tierra.
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