david s. olabarri
Enviado especial. Kiev
Miércoles, 26 de enero 2022
El pasado 14 de enero la Policía tuvo que inspeccionar 350 escuelas de Kiev por amenazas de bomba. Ese mismo día también se tuvieron que desalojar algunas estaciones de metro por alertas similares. Todos los avisos fueron falsos. Pero, en un momento como el actual, ... de preguerra entre Ucrania y Rusia, con 100.000 soldados de Putin desplegados en la frontera, todas las alertas han de tomarse en serio. Sobre todo, las más graves.
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Darina Trakchenko sufrió directamente ambos casos. El colegio al que acuden sus hijos tuvo que ser inspeccionado y, además, uno de sus niños estaba en el transporte subterráneo durante el aviso de ataque. En los grupos de 'wasap' una madre empezó a preguntar si al día siguiente iban a llevar a los pequeños a clase. Darina lo tenía claro. Sus hijos no iban a faltar. Esas amenazas no eran más que otra «maniobra» de Rusia por «sembrar el caos» en Ucrania. «Llevamos así bastante tiempo, pero ya he aprendido a filtrar la información falsa», subraya mientras atiende a dos de sus clientes en un centro de distrito de la ciudad.
Estas falsas amenazas de las que habla Darina son parte de lo que se denomina como la 'guerra híbrida', que no es otra cosa que una campaña de desinformación y ataques cibernéticos. Hay expertos que consideran que estas agresiones pueden ser la fase previa a un conflicto militar a mayor escala, pero en Kiev sus ciudadanos tratan de mantener la tranquilidad y seguir con su vida habitual. Los tambores de guerra que resuenan desde el Donbass, a 700 kilómetros de la ciudad, donde desde 2014 han perdido la vida más de 13.000 personas en combates entre separatistas 'prorrusos' y el Ejército ucraniano, no se perciben de momento tan cercanos en la capital de este país, clave en la geopolítica de Europa.
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Las embajadas de algunos países como Estados Unidos y Reino Unido han empezado en los últimos días a evacuar a su personal ante la posibilidad de que, al margen de los enfrentamientos del Donbass, se produzca una invasión del Ejército ruso. En Kiev hay opiniones de todo tipo. Hay quien cree que estamos a las puertas de un ataque y se está preparando a conciencia para ello. Otros piensan que es solo una maniobra intimidatoria de Vladímir Putin, que el presidente ruso sólo quiere «sacar los dientes» y mostrar al mundo su potencial militar. La inmensa mayoría no tiene certezas y no sabe lo que va a pasar. Lo que nadie hace es interrumpir su vida normal.
Este miércoles las escuelas, las fábricas, las tiendas, todo en general, seguía abierto en Kiev, como cualquier otro día, como si la amenaza de una guerra no se cerniese sobre ellos. Iryna Dovmantovych es una profesora de español que estudió dos años en Bilbao, la mejor experiencia de su vida. Este miércoles su agenda laboral seguía muy apretada. En uno de sus recesos, atiende a este diario. Iryna explica que los ucranianos han aprendido a vivir en la «inestabilidad». Y por eso son conscientes de que lo mejor es adaptarse al momento que se vive y «no hacer planes a largo plazo».
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Iryna cuenta que esta sensación de provisionalidad no es algo que venga de ahora. La han vivido generaciones y generaciones de ucranianos, con constantes amenazas de invasiones de países tan diversos como «Polonia, Rusia o Turquía». «Todos quieren este territorio. Y los que sufrimos las consecuencias somos nosotros», lamenta.
«Guerra híbrida». Hace unos días, la Policía inspeccionó 350 escuelas por amenazas falsas de bomba
«Memoria genética». «A mi bisabuelo le mandaron a Siberia por oponerse a los bolcheviques»
Guerra del Donbass. «Muchos consideraban a los rusos como hermanos. Pero desde 2014 todo ha cambiado»
Los ucranianos son resistentes. Gente dura, que no se queja si el termómetro marca 9 grados bajo cero o si el metro lleva varios minutos de retraso. Pero muchos comparten la sensación de pertenecer a un país maltratado por la historia. Es lo que Darina, experta en educación internacional y que se define «nacionalista», llama «memoria genética». Esto es, los testimonios de los sufrimientos familiares que van pasando de generación en generación.
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En un momento como el actual, en el que muchos ucranianos temen que Putin busca reedificar el «Imperio Ruso», las afrentas de Rusia y la Unión Soviética contra Ucrania están más frescas que nunca en la memoria colectiva. Muchos hablan de la Gran Hambruna: unos diez millones de campesinos murieron tras entrar en vigor los programas de colectivización agrícola de Stalin.
El bisabuelo de Iryna no murió, pero se pasó unos años en un campo de concentración en Siberia por oponerse a las confiscaciones de tierras. Sobrevivió, pero llegó tan mal de salud que falleció poco después. Él tenía campos y caballos. «Todo el siglo XX fue muy malo. Pero tras la revolución soviética, los borrachos y los que no hacían nada en el pueblo se hicieron bolcheviques y se convirtieron en la gente que tenía el poder. Mi bisabuelo se convirtió en enemigo del pueblo porque se oponía a ellos», relata.
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Valentina Kobylyanska está jubilada y tiene un hijo que, tras el servicio militar obligatorio, luchó dos años en la guerra de Donbass. Allí vio morir a muchos de sus amigos. Esta mujer explica que, hasta 2014, cuando se produjo la revuelta de Maidan y estallaron los enfrentamientos en la región fronteriza, muy pocos pensaban que Rusia podía iniciar -o promover- un ataque frontal contra Ucrania. No hay que olvidar -insiste- que hablamos de un país en el que hay en torno a un 30% de ciudadanos de origen y costumbres rusas. «Muchos los consideraban hermanos». Desde entonces, todo ha cambiado e incluso la mayoría de los 'prorrusos' están en contra de lo que Putin está haciendo», afirma.
Cuando se pregunta a los vecinos de Kiev sobre el porqué de lo que está pasando, la mayoría rechaza las explicaciones de Rusia de que todo se trata de una maniobra defensiva en sus fronteras por la aparición de drones armados. Para muchos, la clave es que Ucrania es vital para la expansión y la seguridad de Rusia. Sin este territorio «Moscú queda arrinconado en los bosques del norte».
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La mayoría de los vecinos de Kiev espera que la sangre no llegue al río y no está, de momento, adoptando medidas. Pero no todos. La siguiente entrevista es en el Ayuntamiento de una ciudad en la que conviven los imponentes edificios soviéticos, iglesias ortodoxas y construcciones modernistas. En la puerta espera Vadym Vasylchuk, uno de los cabecillas en 2014 de las revueltas de Maidan. Estas protestas son determinantes en la historia reciente de Ucrania: se trata de una serie de movilizaciones de carácter nacionalista y europeista en contra de unos acuerdos con Rusia y la ruptura de otros pactos que alejaban a Ucrania de la UE. Fueron semanas de protestas que, tras 120 víctimas mortales, acabaron con la presidencia de Víktor Yanukóvich.
En 2015 fueron prohibidos los partidos comunistas en Ucrania. Vadym lleva varios años como concejal electo de Voz, el partido mayoritario en Kiev que se define como liberal en lo económico, proeuropeo y de tendencia demócrata cristiana en lo político.
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- ¿Vadim, cree que la amenaza de Rusia contra Ucrania es real?
- Esperemos que no pase nada. Pero yo por si acaso me acabo de comprar un rifle.
Viajar fuera de España en tiempos del covid es engorroso. Hay que estudiar las normas sanitarias que imperan en el país al que se pretende llegar y cruzar los dedos por no caer en un confinamiento que retrase el regreso. Desplazarse a un territorio ajeno a la Unión Europea es todavía más complicado. Y para viajar a uno en una situación tan delicada como Ucrania, en un clima de máxima tensión bélica con Rusia, no se puede descuidar ningún detalle si se quiere tener ciertas garantías de que se va a poder cruzar la frontera.
En un momento en el que diversas embajadas están evacuando a su personal ante la posibilidad de un inminente estallido de las hostilidades, el Ministerio de Asuntos Exteriores desaconseja a los ciudadanos españoles viajar a Ucrania «salvo por motivos esenciales». «Se desaconseja» todavía más desplazarse a la región del Donbass, donde llevan produciéndose enfrentamientos armados desde 2014, y se pide «no permanecer allí más allá del tiempo imprescindible».
En estas circunstancias, los controles son rigurosos desde el propio aeropuerto de Bilbao. Para viajar a Kiev se necesita el pasaporte covid que acredite que el pasajero ha recibido la pauta de vacunación completa. Pero también un seguro médico que cubra los gastos de un eventual ingreso hospitalario en tierras ucranianas.
Mascarillas abajo
El vuelo que sale desde Bilbao hace escala en Munich, Alemania. Allí, varios policías esperan al pasaje nada más bajar del avión. Piden otra vez los controles de vacunación antes de entrar en el aeropuerto. Todo el mundo está en regla.
Para coger el vuelo con destino Kiev hay que dirigirse hacia la zona internacional y pasar un control de fronteras. El vuelo hacia la capital de Ucrania va casi vacío. La mayoría de los pasajeros son ucranianos que trabajan en el extranjero y vuelven a sus casas. Uno de ellos es Andrey, un marinero, uno de los pocos que ha empezado el viaje hacia Kiev desde Bilbao. Su barco llegó a puerto hace unos días en Santander y quiere estar con su familia. «¿Miedo? Cómo voy a tener miedo si vuelvo a mi casa. No creo que haya un ataque de Rusia. Pero si lo hay no creo que sea contra civiles», dice.
Los controles en Kiev son rigurosos. Vuelven a pedir el pasaporte covid. También te aclaran que sin seguro no vas a entrar. Pero lo que lleva más tiempo es la comprobación de pasaportes. Reclaman a los pasajeros que se bajen las mascarillas. Miran una y otra vez. Pero al final dejan pasar a todo el embarque.
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