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Los coches se abren paso a duras penas a través de la carretera secundaria que une Kostiantynivka con Bajmut. Son 27 kilómetros directos al corazón de una batalla que empezó en verano y en la que el enemigo avanza metro a metro en el corazón ... del Donbás. La niebla es un muro, parece nieve que hay que quitar a paladas para seguir adelante. Este camino rural es ahora la autopista empleada por militares y voluntarios para acceder al epicentro de la batalla. Conforme se avanza hacia el este cada vez se ven menos coches y más destrucción.
Cuando ya no quedan vehículos, la carretera se hace eterna y cada kilómetro cuesta una eternidad. La niebla se oscurece al chocar con la tierra negra de los chernozems, ese suelo fértil ideal para el cultivo de cereal que se revela contra el abandono del último año invadiendo el poco asfalto que queda y convirtiéndola en un lodazal.
Discurridos 20 kilómetros hay que detenerse en Chasiv Yar, un municipio que pertenece al distrito de Bajmut y que marca ahora mismo el límite de la zona controlada por Ucrania. A partir de aquí solo hablan unas armas que no paran de rugir. Los ucranianos castigan con dureza al enemigo desde este punto y cada golpe de artillería hace temblar el suelo. No para. No para.
La prensa no es bienvenida. Un vecino con los ojos fuera de sí prepara pinchos de carne de cerdo en una parrilla improvisada en el portal de un edificio medio destruido. Avanza hacia los recién llegados con un cuchillo de cocina en la mano y manteniendo el equilibrio a duras penas por culpa del hielo. «Hace unos días vinieron unos fotógrafos y después los rusos nos atacaron y perdí mis dos coches. ¡Fuera de aquí bastardos!» Hay miedo a hablar, miedo a los combates del presente y a posibles represalias rusas en el futuro si las tropas de Ucrania pierden más terreno. El cambio de manos se puede producir en cualquier momento.
Aquí no se siguen los partes de guerra del Ministerio de Defensa porque tienen información de primera mano. Ellos son protagonistas de esta lucha por el Donbás. Un día más el Estado Mayor indicó que Rusia «sigue atacando las posiciones de las tropas ucranianas» alrededor de Bajmut, pero negó que el grupo mercenario ruso Wagner hubiera capturado Yahidne, al noroeste de la ciudad. Según indicó el portavoz del grupo de fuerzas del este de Ucrania, Serhiy Cherevaty, «se registran combates en siete puntos vecinos a Bajmut». Puntos como Chasiv Yar.
El terror puede con los pocos vecinos que quedan en esta parte de Chasiv Yar y hay que adentrarse por las calles desiertas de esta localidad, que antes de la guerra tenía 20.000 habitantes, para encontrar algo de calor. El Punkt Nezlamnosti (punto de reunión) se ha convertido en el lugar al que acuden quienes han decidido no hacer caso a la llamada a evacuar efectuada por las autoridades. Aquí pueden conectarse a Internet y, cuando hay gasolina para el generador, cargar sus móviles y cocinar gracias a una estufa de leña con una chapa en su parte superior.
Lubov cuece patatas, prepara sopa y té sobre la estufa que preside el Punkt Nezlamnosti. Esta antigua biblioteca se ha convertido en un refugio de vida, un inmueble donde los vecinos se ven las caras, se saludan y celebran que siguen un día más con vida. «Sueño con cocinar borsch (sopa de remolacha) y gulash (estofado de carne) o preparar postres, pero ahora solo podemos cocer patatas, no hay nada más», dice Lubov mientras Ludmila ilumina con una linterna la cazuela con patatas.
Ambas amigas compartirán luego menú en una de las mesas alargadas del centro, pero esperan a que llegue algo de gasolina para el generador y poder comer bajo la luz de la bombilla. Luego, en sus casas, volverán a vivir de noche. «Mi bisnieto se llama Arthur y tiene 8 años. Hace mucho tiempo que salió con sus padres. Yo nací aquí, mi marido nació aquí y no nos iremos. Mejor morir en tu tierra que morir de hambre como refugiado en un lugar desconocido», piensa Ludmila.
El paisaje helador de la calle se derrite por el efecto cálido de la leña. Solo las explosiones se cuelan entre las ventanas forradas. «No nos importa demasiado a estas alturas si son disparos de nuestra artillería o si son de los rusos, vivimos con el miedo metido en el cuerpo y es imposible acostumbrarse», confiesa Vladimir, extrabajador de la fábrica local de material refractario, una planta que «era la mayor de la URSS», recuerda con orgullo.
El rato en este Punkt Nezlamnosti es un paréntesis en una vida marcada por la muerte. Fuera, la guerra llama a las puertas de este distrito de Bajmut. La artillería no para. No para.
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