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miguel pérez
Jueves, 10 de noviembre 2022, 16:00
Los asesores de Donald Trump empiezan a insistirle en que retrase su lanzamiento a la carrera por la presidencia de Estados Unidos en 2024. Su equipo considera que la fecha previsiblemente fijada por el líder republicano para efectuar este anuncio, el próximo martes, no es ... la más adecuada tras los ajustados resultados conseguidos por los republicanos en las elecciones intermedias y la ascendiente popularidad del gobernador de Florida, Ron DeSantis, dentro del partido a raíz de su victoria indiscutible en este Estado. La incertidumbre sobre quién tendrá al final el control del Congreso y el Senado tampoco parece ayudar, según los consultores, a un golpe de efecto de parte del exinquilino de la Casa Blanca.
Trump ha empezado a caer en desgracia entre un sector influyente y notable de dirigentes republicanos. Le culpan de que el esperado gran triunfo conservador no se haya producido y lo pueda ser, en todo caso, por la mínima. Y como causas aducen su megalomanía y su selección para distritos electorales clave de candidatos poco creíbles, cuyo aval principal era el apoyo incondicional al magnate y sus teorías de que no pudo revalidarse como presidente en 2020 debido a un fraude electoral promovido por los progresistas. En definitiva, cuando creían que podían tocar el cielo con los dedos en unos comicios con múltiples factores a su favor, muchos republicanos le atribuyen la pérdida fútil de escaños que podían darles hoy un cómodo segundo tramo de legislatura.
El multimillonario presenta una tarjeta que, con otros líderes, hubiera sido bien valorada, aunque no en su caso: a día de hoy el control de las Cámaras todavía está en juego, hay candidatos suyos que han logrado su pase al Senado en plazas disputadas (J. D. Vance en Ohio) y al menos un centenar de aspirantes de su cosecha visceralmente negacionistas se han situado en altos cargos locales y nacionales. El problema es que Trump ha perdido la magia. Las elecciones han puesto en tela de juicio su aura de figura dominante del republicanismo, de ser el único capitán capaz de conducirlo a grandes conquistas, como era la impresión reinante durante la campaña. Y eso, dos años antes del nuevo intento de llegar a la Casa Blanca, es letal.
El magnate se fue la noche del martes electoral en silencio a la cama. Aunque algunos invitados le vieron «de buen humor», dejó su discurso de épico triunfalismo guardado en la chaqueta y abandonó la fiesta convocada en su club de Mar-a-Lago, incluso desafiando al amenazante huracán que se cernía sobre Florida. Pero el miércoles despertó como el trueno. «Furioso» y «gritándole a todos», según ha informado la CNN. Le molestaba la derrota de su patrocinado, Mehmet Oz, en Pensilvania y la algarabía entre los suyos por la victoria de Ron DeSantis.
Se había desayunado con titulares como el del 'New York Post', que abría la portada con la palabra 'DeFuture', un juego para conectar al gobernador de Florida con el futuro del Partido Republicano. El editorial de la conservadora Fox News también tildaba a DeSantis como «el nuevo líder» de los conservadores y hasta Joe Biden, su gran rival, ironizaba en una rueda de prensa que sería «divertido verles enfrentarse». Para colmar la situación, en la fiesta del gobernador hubo miembros de su equipo que se jactaron de lo «desastrosos» que eran los resultados de las urnas para Trump.
Muchos dentro del partido están asumiendo titulares como el del 'Post'. Y el propio aludido parece saber de alguna manera que deberá digerir la responsabilidad, pese a no mostrar signos externos de arrepentimiento. En su red social ya ha colgado un mensaje donde afirma que él consiguió en las presidenciales un porcentaje mayor de votos que el cosechado por DeSantis en su reelección como gobernador. Pero nada de eso convence. «Los presidentes republicanos en un amplio espectro de Estados contaban con Donald Trump para que les diera la victoria y no lo hizo. Están decepcionados», ha dicho David Urban, uno de sus principales colaboradores en la campaña de 2016 que le condujo a la Casa Blanca.
Trump es un calculador nato. Particularmente, a él no le importa mantener el próximo día 15 como la fecha para anunciar su candidatura. «Hemos tenido éxito. ¿Por qué cambiarla?», ha dicho desde su residencia de Florida. Su estrategia pasa por un cálculo de los tiempos, incluso en medio de la improbabilidad más absoluta. Si los resultados electorales en Arizona y Nevada salen pronto y son favorables a los republicanos en el Senado (donde hay un empate a 48 escaños, a falta de tres para dirimir a qué partido le corresponderá el control de la Cámara), podría postularse públicamente «con una sensación de refuerzo personal», afirman en su equipo.
La segunda opción es aplazar la postulación hasta diciembre, cuando se conozca el resultado definitivo en Georgia. En este Estado se ha producido un empate técnico entre el aspirante demócrata Raphael G. Warnock y el republicano Herschel Walker, un ultraconservador, antigua estrella del fútbol americano y de las artes marciales que está en la carrera a senador por insistencia directa de Trump. El escaño está abocado a decidirse en una segunda vuelta el 6 de diciembre y, según 'The Washington Post', hasta cinco consultores han aconsejado ya al magnate que espere a hacer su anuncio pasado ese momento, si Walker gana, claro, lo que le permitiría «atribuirse el mérito».
Entre una y otra opción, el expresidente tiene ante sí otras tres pistas de circo donde realizar equilibrios. Biden. El mandatario y su antecesor han hecho prácticamente de estas elecciones intermedias una guerra particular sobre su posible concurso en los comicios de 2024. Tras los resultados no tan desfavorecedores para los demócratas, Biden ha dicho que dejará madurar su decisión de presentarse hasta principios de 2023.
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Esa es la parte sencilla para Trump. La más difícil es la angustia de la espera para conocer si Ron DeSantis se postula como candidato republicano: si lo hace, y antes que él, el veterano líder perdería la ventaja y tampoco es de los que se contentan con el rol de secundario. No obstante, diferentes fuentes consideran que DeSantis esperara a terminar la sesión legislativa de Florida en mayo antes de dar un paso. Finalmente, no hay que olvidarse de Mike Pence. El que fuera vicepresidente de Trump (y denostado por éste) publicará justamente esta semana próxima un libro en el que se esperan jugosos capítulos sobre su paso por la Casa Blanca, la relación con su jefe y el atroz asalto al Capitolio, donde le dejó solo ante el peligro y su vida estuvo en juego.
El alcance para evaluar la incipiente caída en desgracia del jefe republicano depende de los recuentos de papeletas todavía en el aire, del control de daños que pueda ejercer su equipo y del peso que detenta (y es mucho) en el conservadurismo más severo. En su contra juega el egoismo. El lunes cayó mal en el partido que fuera necesario prácticamente implorarle que no anunciara su candidatura a la presidencia en vísperas de las elecciones intermedias. La cúpula republicana necesitó horas, y el concurso de los principales asesores del expresidente, para convencerle de que esa era la noche de los aspirantes a senadores y congresistas y no la de autoconvertirse en el protagonista. Aun así, entre los suyos nadie habla de él como un ídolo caído, conscientes de la importancia del trumpismo, pero sí se cuestiona su papel como la figura todopoderosa que antes era. Aun así, algunos líderes anónimos citados este jueves por los medios estadounidenses aseguran que la partida «todavía esta en manos» de Trump y es él quien «debe reconducirla», considerando que en una situación como la actual «DeSantis sabe que no es momento de presentarse» en aras a la concordia interna del partido.
La antigua portavoz del líder republicano en el Gobierno se ha quejado abiertamente de la «baja calidad» de los candidatos trumpistas y de los adversos resultados electorales obtenidos, precisamente cuando «todo jugaba a favor para una victoria en muchos Estados». La sensación de que debería haber sido «una noche mejor» no es solo suya. El gobernador de New Hampshire, Chris Sununu, ha pedido a Trump que guarde silencio hasta la segunda vuelta en Georgia. «No sé quién le está aconsejando que haga un anuncio la próxima semana. Deberían ser despedidos», ha reprochado. Igual que él, crecen las voces internas que piden que el magnate tampoco haga campaña a favor de Walker en ese Estado porque «será un desastre». Entre sus antiguos colegas las vibraciones le son igualmente adversas. Mitch McConell se ha quejado abiertamente contra él y el veterano senador Patrick J. Toomey se ha convertido en el más demoledor al destacar «el efecto tóxico que ha tenido Donald Trump en carreras completamente ganables».
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