Mercedes Gallego
Corresponsal en Nueva York
Lunes, 20 de julio 2020, 21:55
Portland (Oregón), una pequeña ciudad muy progresista del oeste de Estados Unidos con 640.000 habitantes, es el gran experimento de Donald Trump para poner en marcha un cuerpo federal que le permita reprimir las protestas pacíficas de Black Lives Matter y usarlas como arma ... electoral. Lo que anticipaban sus habitantes la semana pasada salió ayer de boca del Presidente. Detrás viene «Nueva York, Chicago, Filadelfia, Detroit y Baltimore y todo ese lío de Oakland, porqué no vamos a dejar que le pase eso a nuestro país», dijo desde el Despacho Oval.
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Casi dos meses después de la muerte de George Floyd, la iracunda reacción de los primeros días, que incendió las principales ciudades de EEUU y provocó los peores disturbios raciales desde la muerte Martín Luther King, han dejado paso a un movimiento calmado y pacífico que mantiene la presión en busca de reformar los cuerpos policiales. «No lo veo así, estos son anarquistas, no manifestantes», contraatacó el presidente. Son gente qué odia a nuestro país y no vamos a dejar que sigan adelante».
En las calles de Portland aparecieron hace dos semanas un número indeterminado de fuerzas federales reclutadas de una amalgama de cuerpos que incluyen a las patrullas fronterizas, la Guardia Costera, los cuerpos antidisturbios llamados US Marshall y los de Seguridad Nacional, entre otros. No se identifican, llevan uniformes militares de fatiga y una simple insignia que dice «Policía». Lanzan pelotas de goma, gases lacrimógenos y detienen a los manifestantes sin orden judicial. A veces los meten en vehículos civiles sin placas oficiales mi identificación alguna. Han sembrado el terror en las calles y, según la gobernadora Kate Brown, están empeorando el conflicto, que había tomado un curso pacífico tras la violencia inicial.
Sigue habiendo pintadas y algunos episodios de vandalismo que dan licencia a Trump para aplicar todo el peso de la ley con la excusa de proteger las estatuas y edificios federales, de acuerdo a una ley creada tras el 11 S, bajo el miedo de los atentados. Ese cheque en blanco que dio el congreso a Bush en 2001 es el arma que permitirá al presidente defender su actuación en los tribunales.
«Esto es mucho peor que Afganistán», afirmó ayer. «Es lo peor que nadie haya visto jamás. Todo manejado por los mismos demócratas liberales. ¿Y sabes qué? Si Biden se mete será verdad para todo el país. Todo el país se iría al infierno».
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Trump lleva una desventaja de dos dígitos en las encuestas frente al expresidente de Obama y no está claro que aceptase el resultado que salga de las urnas en noviembre.» «Depende», dijo el domingo en una entrevista con Fox News. «Creo que el voto por correo va a amañar las elecciones», adelantó. «No estoy perdiendo, esas encuestas son falsas. Lo fueron en 2016 y lo son más ahora». La realizada por el Washington Post y la cadena ABC le dan a Biden un 55% frente al 40% de Trump. Los expertos achacan ese batacazo al mal manejo que ha hecho de la pandemia, pero con este preocupante despliegue de fuerzas federales no hay duda de que conseguirá seguirá distraer la atención y transmitir la imagen apocalíptica que mueve el voto del miedo, la mejor arma electoral de los que se presentan como hombre fuerte.
El Departamento de Seguridad Doméstica anunció ayer sus planes para enviar 150 agentes a Chicago esta misma semana. Los llamados Rapid Deployment Teams (Equipos de Despliegue Rápido), un término de nuevo cuño que anunció en Twitter a principio de mes, de cara a las fiestas del 4 de julio, incluyen a 2000 agentes bajo la tutela del cuerpo de antidisturbios llamado US Marshalls que lidera a los de U.S. Customs and Border Protection, Homeland Security y Federal Protective Service. Los videos de sus actuaciones grabados en teléfonos móviles están dando la vuelta a las redes sociales y han desatado la alarma en todo el país. Tanto que el Comité Judicial de la Cámara Baja abrió ayer una investigación. La dureza de la policía sólo ha conseguido sacar más gente a la calle alimentando unas protestas que duraban ya 50 días y empezaban a decaer, hasta que el mandatario echó más gasolina al fuego.
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