mercedes gallego
Corresponsal. Nueva York
Martes, 23 de junio 2020, 22:11
Con la eliminatoria presidencial definida, hay una razón por la que las primarias pierden tradicionalmente el interés. Y es que en 2016 sólo cinco congresistas –dos demócratas y tres republicanos- perdieron sus escaños. En un año viral como este, los terremotos políticos son más creíbles, ... para bien y para mal. Demócratas y republicanos ven las primarias como un laboratorio de las elecciones de noviembre que decidirán el mapa político de EE UU.
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Tres estados –Virginia, Nueva York y Kentucky- votaban este martes en primarias en medio de la pandemia, pero eran estos dos últimos los que concentraban toda la atención. En el primero, el gobernador Andrew Cuomo intentó suprimir las primarias con el argumento de que no podrían celebrarse en medio de la pandemia, pero los tribunales le obligaron a ponerlas de nuevo en el calendario, demandado por miembros de su propio partido. De no haberlo hecho hubiera sentado un grave precedente que podría haber permitido a Donald Trump cancelar las elecciones de noviembre y perpetuarse en el poder hasta que la pandemia estuviera controlada.
En Nueva York este martes se jugaba la reelección una estrella del Partido Demócrata como Alexandria Ocasio-Cortez, la camarera del Bronx que emergió de las primarias de 2016 como congresista revelación tras batir al titular Joe Crowley, que había revalidado el cargo en diez ocasiones. Ese modelo de campaña de bases llevada a cabo con más entusiasmo que dinero, inspirada y respaldada por el senador socialista Bernie Sander, es la que mueve este año a Jamaal Browman, director de una escuela pública en el Bronx que llega a las primarias en medio de las protestas raciales desatadas por el asesinato policial de George Floyd. Browman aspira a seguir la estela de otros activistas como Nikil Salval, en Pensilvania, o Rick Krajewsky en Nuevo México, que han batido a veteranos políticos dentro de la formación para girarla hacia la izquierda.
Si eso daría dolores de cabeza a la líder del partido en el Congreso Nancy Pelosi, lo que le facilitaría la vida sería la victoria de Amy McGrath, la primera mujer que pilotó un avión de guerra en el cuerpo de marines y que había recaudado 41 millones de dólares para plantarle cara al líder republicano Mitch McConnell, hasta que apareció en Kentucky otro favorito de Sanders, Charles Booker. El afroamericano de 35 años se ha beneficiado del apoyo generalizado de la izquierda y de la fiebre por los derechos civiles que asola al país. Para cumplir la encomienda de arrebatar el asiento al odiado senador de Kentucky que lidera el Senado y cumple los deseos de Trump, McGrath tenía que vencer este martes a Booker, pero en Kentucky se jugaba mucho más que el liderazgo del Senado.
Demócratas y republicanos experimentan con lo que será la clave de las elecciones presidenciales: el voto por correo. Como la participación será clave y es consenso generalizado que de ser alta beneficiará a Biden, el presidente se opone frontalmente al voto por correo, que él mismo utiliza para votar en Florida. «Si la gente puede salir a protestar, a saquear tiendas y a crear todo tipo de caos, también puede ir a votar en persona y así mantener un resultado honesto», tuiteó Trump el lunes.
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Votar en persona no era fácil este martes en Kentucky. De los 3.700 colegios electorales que abrieron en las anteriores elecciones solo quedaban 170. En Louisville, la mayor ciudad del estado, apenas había uno para más de 600.000 habitantes, 24% afroamericanos. Desde Hillary Clinton hasta Bernie Sanders, muchos clamaban contra lo que ven como un intento de suprimir el voto. El Comité Electoral decidió que ante la decisión del gobernador de expandir el voto por correo, no harían falta tantos colegios electorales, y amparado por el celo de proteger la salud pública decidió limitar severamente la existencia de los mismos. En las oficinas electorales se llevaban a cabo formas de recuento que a juicio de organizaciones de derechos civiles servirían para anular muchos votos legítimos, bajo el argumento de que la firma no coincidía con la registrada en el carné de identidad, garabateada mucho años antes.
Uno de los muchos argumentos que se proyectan para noviembre, donde cada voto tendrá el potencial de cambiar el destino del mundo para los próximos cuatro años.
Si Mark Zuckerberg pensó que al no entrometerse en lo que colgase Donald Trump podría salir intacto de su presidencia, el fundador de Facebook se equivocó. La decisión del presidente de congelar la emisión de visados migratorios al menos hasta diciembre ha sido un hachazo para toda la industria, que emplea un buen número de extranjeros, especialmente procedentes de la India.
«Imagínate que el Real Madrid o el Barcelona solo pudieran contratar jugadores de España. Probablemente ya no podrían ser el mejor club del mundo. Pues eso es lo que hará la orden ejecutiva del presidente con las compañías tecnológicas estadounidenses», comparó Louis von Ahn, consejero delegado de Duolingo.
Google, Twitter, Microsoft, Amazon, Intel... Uno tras otro, los ejecutivos de las grandes empresas de Silicon Valley mostraron este martes su descontento con la decisión del mandatario de vetar la emisión de nuevos visados, como la famosa H1-B de la que depende la industria, con la excusa de la pandemia. Según Trump, EEUU tiene ahora demasiado desempleo como para permitirse la entrada de más inmigrantes respaldados con ofertas bien remuneradas, por lo que asegura que su decisión proporcionará buenos puestos de trabajo a 550.000 estadounidenses.
El argumento funciona bien con los jóvenes seguidores con los que se reunió este martes en Arizona, un estado que tradicionalmente vota republicano pero que este año está al alcance de Joe Biden, según las encuestas. El mandatario se tomó la foto frente una porción de valla de 320 kilómetros construida en la frontera con la que pretende demostrar que ha cumplido su promesa electoral de frenar la entrada ilegal que llegaba a través de México. Toca ahora encarar la inmigración legal para poder seguir explotando el miedo a los inmigrantes y alimentar la promesa de que el «America First» traerá la gloria perdida a EEUU y los puestos de trabajo que se fueron con la globalización.
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