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Ivia Ugalde
Washington
Sábado, 19 de septiembre 2020, 08:58
El fallecimiento a los 87 años de la jueza Ruth Bader Ginsburg, figura icónica en Estados Unidos por su lucha en favor de la igualdad de las mujeres y los derechos civiles, ha desatado un terremoto político de consecuencias incalculables a seis semanas de ... las elecciones presidenciales del 3 de noviembre. El efecto más inmediato es que la batalla sobre quién ocupará el cargo vitalicio que deja vacante la magistrada progresista en el tribunal de más alto rango del país se ha convertido ya en el principal asunto de campaña para el presidente, Donald Trump, y su rival demócrata, Joe Biden.
Como ocurrió hace exactamente cuatro años, también en vísperas de la elección presidencial, la lucha de poder se traslada al Supremo. Pero sus efectos van mucho más allá y pueden inclinar sensiblemente la balanza de votos en los comicios que tendrán lugar en apenas 45 días.
De un lado, sería como revulsivo entre los republicanos, seducidos por la filosofía de Trump de reforzar la mayoría conservadora en el alto tribunal, que actualmente cuenta con cinco magistrados de su corriente ideológica frente a cuatro progresistas. Pero también ha avivado a los demócratas ante el temor de perder otro asiento clave en un órgano que, como intérprete último de la Constitución, podría cambiar el futuro de EE UU al pronunciarse en asuntos clave como el aborto, la discriminación racial, el acceso a las armas, los derechos LGTB y la financiación electoral.
Los nueve magistrados que conforman el Supremo, una vez propuestos por el presidente y ratificados por la mayoría del Senado, ocupan su cargo de por vida. De ahí la convulsión generada por la muerte de Bader Ginsburg, tras más de dos décadas luchando contra el «cáncer metastásico» que padecía.
La propia magistrada, que fue nombrada en 1993 por Bill Clinton y se convirtió en la segunda mujer en vestir la toga en la historia de EE UU, sabía del profundo impacto que tendría su fallecimiento en un momento tan delicado como éste. Por eso dejó plasmada su última voluntad días antes del fatal desenlace: «Mi deseo más ferviente es que no se me sustituya hasta que no haya un nuevo presidente».
Trump, sin embargo, ha decidido hacer oídos sordos y este sábado instó a los republicanos a cubrir «sin demora» la vacante en el Supremo. Y todo ello pese a que la proximidad de las elecciones fue precisamente el argumento esgrimido en marzo de 2016 por el líder de la mayoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, para bloquear el nombramiento realizado por Barack Obama del juez progresista moderado, Merrick Garland, quien iba a ocupar el puesto del conservador Antonin Scalia, fallecido en febrero de ese año.
Como resultado de la maniobra republicana, nada más llegar a la presidencia Trump propuso al juez conservador Neil Gorsuch. Posteriormente nombró a Brett Kavanaugh para que ocupara el asiento que dejaba libre en 2018 el magistrado Anthony Kennedy al retirarse. Y ahora pretende nominar a un tercero antes de que finalice el 20 de enero su primer mandato, lo que reduciría a solo tres la representación de progresistas en el alto tribunal frente a los seis afines que ostentaría.
Esta vez, por el contrario, a McConnell no parece importarle que en seis semanas haya elecciones. Ahora alega que la situación es distinta porque en 2016 había un Senado elegido para oponerse a Obama y ahora dicha Cámara está conformada para cumplir la agenda de Trump.
La incógnita reside ahora en si se producirán deserciones de senadores republicanos que impidan el nombramiento hasta saber el resultado de las urnas. Biden pide que así ocurra: «Los votantes deben elegir al presidente y éste debe elegir al juez. Esa fue la posición que el Senado republicano tomó en 2016. Esa es la posición que debe tomar hoy».
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