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Mercedes Gallego
Corresponsal en Nueva York
Viernes, 19 de noviembre 2021, 15:56
Por unos breves minutos, Kamala Harris tocó este viernes el techo de cristal que se le escurrió a Hillary Clinton. Sentada en su despacho del Ala Oeste, la primera mujer vicepresidenta de EE UU tuvo el país en sus manos mientras su jefe dormía sedado ... por la anestesia, incapacitado temporalmente para el cargo.
El histórico momento se deslucía por el hecho de que no fuera la voluntad del pueblo ni la justicia de género la que lo hacía posible, sino una vulgar colonoscopia de rutina a la que se sometió el presidente Joe Biden. La ironía se antojaba hasta humillante, tal vez por eso 'The New York Times' prefirió ignorarlo por completo y 'The Washington Post' lo relegó a una nota insignificante.
Harris está acostumbrada a que la ignoren. La semana pasada viajó a Francia en misión diplomática para resolver cara a cara con Emmanuel Macron las diferencias surgidas entre ambos países a raíz del trato de submarinos con Australia, asistió a una conferencia para promover elecciones democráticas en Libia y forjó un acuerdo internacional para proteger a civiles de ciberataques, pero cuando volvió a casa los columnistas seguían preguntándose, ¿dónde está Harris? «Creo que la han tenido escondida y fuera de la vista de la mayoría de las potencias europeas», opinó Célia Belin, experta del 'think tank' Brookings Institution.
Su elección como la primera mujer afroamericana escogida para acompañar al candidato presidencial en las papeletas despertó un entusiasmo que fue en aumento al hacer historia como la primera vicepresidenta de cualquier partido que llegaba a la Casa Blanca, pero el papel de segundona en la sombra, que por definición tiene el cargo, ha frustrado las altas expectativas que se habían puesto en ella.
Con todo, en estos nueve meses Harris se estrenó internacionalmente con un viaje a Guatemala y más tarde a Honduras, donde ha tratado de poner coto al flujo migratorio que enfrenta la frontera sur. Su tajante anuncio de que no facilitará la entrada de solicitantes de asilo que lleguen a Estados Unidos ilegalmente fue tan poco popular como su determinación de buscar «las raíces de la corrupción» en los países centroamericanos que expulsan a sus connacionales en caravana por la situación de peligro y miseria en la que viven.
Con la frontera sur marcando récords de viajeros indocumentados, sus gestiones no dieron más frutos que la visita a Singapur y Vietnam con la que intentaba impulsar las relaciones económicas. Su 'timing' no podía ser peor, porque en esos días la caótica evacuación de Afganistán se comparaba con la de Saigón.
Sólo el 28% de los estadounidenses aprueban su gestión, según una encuesta de USA Today-Suffolk University. Una cifra muy baja para quien aspira a suceder a su jefe en las próximas elecciones y convertirse en presidenta de pleno derecho, pero entendible dentro del contexto: Biden, el presidente que acapara todos los titulares y primeros planos, sólo tiene un 36% en la última encuesta de Quinnipiac. Ambos cuentan con que el plan de infraestructura recién aprobado y el gasto social para Reconstruir Mejor el país se sienta pronto en los bolsillos de los votantes, para que aprecien el trabajo en la sombra que han hecho.
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