Seguidores republicanos esperan ya, pese al frío, en la puerta del Capital One para no perderse a Trump este lunes. Reuters

«Lo importante no es dónde jure, sino que Trump va a arreglar el país»

Los seguidores del nuevo presidente de EE UU minimizan que deban contentarse con ver su investidura por televisión debido al frío pese a tener su entrada y haber viajado a Washington

Domingo, 19 de enero 2025, 13:38

En 2016 Donald Trump dijo que podría dispararle a alguien en medio de la Quinta Avenida «y no perdería ningún votante». Casi una década después, eso es más verdad que nunca. Ninguno de los miles de ciudadanos que han invertido en viajar a Washington D.C. para su segunda investidura reniega de él, aunque lógicamente cunda la decepción de no verle jurar el cargo o acompañarle en el desfile hasta la Casa Blanca.

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El argumento de las frígidas temperaturas que batirán récords con -15°C, sin contar el factor viento, ha convencido a pocos. Kevin Brown, de Dakota del Norte, está acostumbrado a esas inclemencias. «Me da igual, el lunes estaré esperándole fuera del Capitolio», promete. Después de haberse gastado «unos cuantos miles de dólares» en avión y hotel para vivir ese momento de la historia en el que Trump «acabará con el socialismo y le dará la vuelta al país», no piensa achicarse por una tormenta de nieve.

Entre los MAGA no ha colado que el presidente electo decida en el último momento cancelar los actos públicos y trasladar la ceremonia al interior de la Rotonda del Capitolio solo porque va a hacer frío. «Estamos en Washington en enero, claro que va a hacer frío, ¿no?», se preguntaba desconcertado Damian Miller cuando fue a recoger su entrada ayer al Senado. «Nosotros tenemos granjas. No dejamos de ir a darle de comer a las vacas porque haga frío», replicó Ken Robinson a un periodista del 'Daily Beast', quien dio la noticia al granjero de Oklahoma.

Su preciada invitación solo sirve ya de recuerdo. En la oficina del senador Ted Cruz se habían adjudicado aleatoriamente 300 entradas entre los 20.000 solicitantes. Ayer, dos empleados aseguraron a este periódico que todos los afortunados estaban yendo a recogerlas, aún sabiendo que los actos se han suspendido. A Keilin Moore la avisaron de la oficina de su senador de Dakota cuando estaba a punto de subirse al avión. No tuvo tiempo de pensarlo, pero tampoco se le pasó por la cabeza cancelar el viaje. «Lo importante es que va a gobernar de nuevo y arreglar este país», se conformaba. Junto a la pomposa invitación, los retratos autografiados del presidente Trump y su delfín, JD Vance, justificaban el paseo hasta el edificio Russell del Capitolio, donde algunos de los que hace cuatro años entraron por la fuerza son recibidos estos días con honores.

Los senadores daban discursos amenizados con canapés y se codeaban con sus invitados este sábado para celebrar el comienzo de una nueva era, ahora asociada a la memoria de Reagan, el único presidente que hasta ese momento tuvo que prescindir de la escalinata del Capitolio por las bajas temperaturas. La entrada ni siquiera les dará acceso al pabellón deportivo del Capital One, donde se podrá ver en megapantallas la ceremonia, a la que ya solo atenderán unas 600 personas dentro de la rotonda del Capitolio, todas ellas dignatarios, legisladores, multimillonarios y gente bien conectada con el presidente o su partido.

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Las 20.000 entradas que se repartieron al público para la investidura no sarisfacían ni de lejos la demanda. Por eso algunas se han hecho valer en el mercado negro a través de plataformas como eBay o Craigslist, donde hace un mes habían alcanzado los 4.300 dólares. Por supuesto, no son reembolsables.

«El futuro de Estados Unidos vale mucho más», defendía Joan Christoph, una directora de Recursos Humanos de Dakota del Sur que había conseguido la suya en la lotería de su senador, pero había gastado 1.000 dólares por persona en cada uno de los billetes de avión para su familia, además del hospedaje y los gastos de la estancia. «No sabemos dónde veremos la ceremonia, pero de momento vamos a sacarle partido al viaje visitando museos y monumentos. Yo sigo entusiasmada de que haya ganado las elecciones», decía con una sonrisa. «Por tercera vez», apostillaba su marido.

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El dogma del trumpismo es no reconocer nunca esa derrota electoral de 2020 ni admitir renuncio alguno de su líder. Por eso ninguno confesará jamás que trasladar la ceremonia al interior les haya parecido un signo de debilidad. «Sabemos que va a estar más seguro», se conformaba Kevin Watchman, que había viajado desde Minnesota y vagaba por el Capitolio sin saber qué hacer con esa entrada.

En el mundo de las conspiraciones siempre hay un motivo ulterior que da sentido a lo inexplicable. La existencia de una amenaza oculta era del todo plausible, pero Jaime Florez, director de Comunicación Hispana del Partido Republicano, lo negaba tajantemente. «Al contrario, esto es una pesadilla para los encargados de su seguridad. Tienen que abandonar de la noche a la mañana los protocolos que llevan meses ensayando y vigilar en el recinto a una multitud que se ha triplicado repentinamente».

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Tampoco se creían el argumento meteorológico los manifestantes que el sábado marcharon hasta el Lincoln Memorial para reactivar a la oposición civil. «Basándome en su historia, yo diría que esto tuvo más que ver con su ego. Seguro que vieron que no iba a tener tantos asistentes como esperaba y no lo pudo soportar», apostó una de las participantes.

La ocupación hotelera de Washington para esta investidura estaba al 70%, según datos de la industria citados por 'The Washington Post', mientras que en su primera investidura llegó al 90%. Con todo, las 300,000 personas que se le estimaron entonces, basándose en fotografías aéreas, estaban muy por debajo de los 1,8 millones que asistieron a la primera investidura de Obama o el millón que volvió para la segunda. De ahí que cuando aquel día de enero de 2017 su portavoz, Sean Spicer, afirmase sin pestañear que el presidente Trump había tenido la mayor multitud de la historia, los periodistas se quedaran atónitos. Era la primera vez que desde el pódium de la Casa Blanca se negaba lo evidente con tanto descaro. No sería la última. La era de las 'fake news' acababa de nacer. Casi una década después ha cobrado vida propia, arropada por las redes sociales. La realidad paralela de Trump está ya tan grabada en la mente de sus seguidores que si disparase a alguien en la Quinta Avenida no se lo creerían.

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