El Gobierno de Joe Biden refuerza su posición en Asia

La realidad siempre acaba imponiéndose, ya sea con atentados terroristas o con crisis económicas, pero hoy por hoy el Gobierno de Joe Biden ha puesto la meta de su política exterior en la región del Pacífico-Índico, que ve como «el centro de su geopolítica global». Precisamente porque «mientras EE UU pasaba las dos últimas décadas centrado en Oriente Próximo, China ha modernizado sus fuerzas armadas», destacó este martes el nuevo secretario de Defensa, Lloyd Austin, durante una conferencia de prensa en Japón.

El país del emperador Naruhito ha sido el primer destino al extranjero de Lloyd y del secretario de Estado, Antony Blinken, «no por casualidad», subrayó este último. También su primer ministro, Yoshihide Suga, será el primer mandatario extranjero en pisar la Casa Blanca de Biden en abril. El principal aliado en la región durante los últimos 60 años alberga la mayor concentración de tropas estadounidenses en el extranjero, con 54.000 pares de botas repartidas entre las bases de Okinawa, Honshu y Kyushu, todas ellas a tiro de piedra de Pekín, que de un solo disparo podría causar un gran número de bajas. Por eso las maniobras chinas junto a las islas Senkaku han puesto nerviosos no solo a los actores regionales, sino también a Washington.

Blinken podía haber ido solo a este viaje con el que pretende «revitalizar» la red de aliados tradicionales, pero se ha llevado consigo al jefe del Pentágono porque el mensaje no se limita a la diplomacia. A diferencia de su predecesor, Suga no muestra interés en continuar la modernización de las fuerzas armadas que comenzó Shinzo Abe. Washington presionará tanto como pueda, no solo para venderle armamento sino para fortalecer el frente del Pacífico que quiere «libre y con respeto a los derechos humanos», en alusión directa a las operaciones chinas de limpieza étnica de uygures en Xianjiang, la represión en Tibet, la erosión de la autonomía de Hong Kong y de la democracia en Taiwán, deletreó.

Al mismo tiempo, EE UU agita las defensas de sus rivales al renovar los tratados para extender un año más la presencia de sus tropas en Japón y cinco en Corea del Sur, la siguiente parada de la gira asiática, para indignación del Gobierno de Kim Jong-un, que no ha visto con buenos ojos las maniobras conjuntas con la mitad sur de su península. Su hermana, Kim Yo-jong, arremetió este martes con la arrogancia habitual de su gobierno contra ese intento de «diseminar el olor de la pólvora» por sus mares, advirtiendo al de Biden de que «si quiere dormir en paz durante los próximos cuatro años, se abstenga de apestar en sus primeros pasos».

Washington no le teme. Ha sacudido el avispero para despertar a la bestia con la que no ha habido diálogo en el último año, aunque sí un entendimiento epistolar con Donald Trump. En el último mes y medio el Gobierno de Biden ha enviado mensajes por diferentes canales «para reducir el riesgo de una escalada», confirmó este martes Blinken, sin recibir respuesta. Le toca ahora a Pyongyang decidir si quiere subirse al carro de la nueva geopolítica en Asia, ahora que la Guerra Fría con China es un hecho.