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Los abogados de Donald Trump temen que su principal enemigo en el proceso judicial que comienza este martes en Manhattan sea precisamente Donald Trump. Durante todo el fin de semana, los letrados han hecho grandes esfuerzos para refrenar al magnate en sus afiladas críticas al ... fiscal Alvin Bragg –al que considera «corrupto»–, al juez Juan Merchán y al propio sistema judicial de Nueva York, donde aseverá que «es imposible para mi obtener un juicio justo». Incluso, le han obligado a suavizar o retirar algunos de los mensajes que ha colgado en su red social y hasta William P. Barr, el exfiscal general que dimitió en diciembre de 2020 ante los intentos del todavía presidente por anular la victoria electoral de Joe Biden, ha aconsejado a su equipo que haga lo posible por no subirle a testificar a un estrado. Trump «carece de todo autocontrol. Y sería muy difícil prepararlo y mantenerlo testificando de manera prudente», ha señalado.
La hoja de ruta del primer expresidente estadounidense que será fichado por la Policía comienza este mismo lunes, con su traslado en avión privado desde Miami hasta el aeropuerto de La Guardia, en Nueva York. El viaje posiblemente más difícil de su vida política, pero que él intenta revertir en el más rentable de cara a su nominación republicana como candidato presidencial. Mientras sigue ingresando donaciones para sufragar su nueva causa, su equipo se ha asegurado de que un amplio abanico de pesos pesados del conservadurismo mantengan encendida la llama de la «persecución política». Hay previstas un par de manifestaciones. El club de fans nunca falla. Él dormirá en la Torre Trump. Con la Policía abajo, en la puerta. Y «el martes por la mañana iré, lo creas o no, al Palacio de Justicia», ha escrito el propio acusado, que se queja amargamente: «No se suponía que Estados Unidos fuera así».
Lo es. Toda la logística está preparada en los juzgados. El momento será un referente durante las décadas venideras de manera semejante a como se recuerdan otras 'pilladas' históricas de la talla de Nixon. Evidentemente, será un mal día para acudir a un trámite judicial. La sede del Bajo Manhattan ya está blindada por la Policía y el Servicio Secreto la tiene estrechamente vigilada en coordinación con los funcionarios judiciales. Nunca en el exterior se habían concentrado tantos periodistas.
La presunción de que puedan producirse disturbios no ha sido despejada, pero sí atenuada. El FBI ha trabajado sin descanso desde hace días. La monitorización policial de las redes sociales radicales y de los movimientos extremistas, unidos a las fugaces protestas de esta última semana, no hace prever una repetición del asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021. Y menos en un Nueva York minuciosamente fortificado. Pero el recuerdo persiste. También el miedo a un lobo solitario en el país del fusil de asalto AR-15. Y además es previsible que una multitud quiera acudir a presenciar la llegada de Trump, sean simpatizantes o simples curiosos.
Cómo se defina esa llegada depende del puerto al que hayan llegado las negociaciones entre el equipo legal del magnate y el Ministerio Público. Un acusado por un delito penal común suele hacerlo con las manos esposadas a la espalda. Los millonarios y altos ejecutivos, engrilletados por delante. Los expresidentes son un apartado nuevo. Todo apunta a que entrará con las manos libres. Tampoco hay riesgo de huida ni de que protagonice un altercado: rodeándole habrá miembros del Servicio Secreto. Son sus escoltas. E incluso le acompañarán en la toma de huellas dactilares.
En realidad, ya se ha contado todo de la comparecencia judicial del magnate. Las únicas incógnitas son casi de protocolo judicial. Por ejemplo, ¿será Trump objeto de la correspondiente colección de fotos policiales –frente y perfil– que se hacen a los detenidos o bastará con las huellas? No está claro. Ni eso ni la posibilidad de que su paseíllo por los tribunales y en la sala donde le leerán las acusaciones pueda ser grabado o rentransmitido.
Las agencias de noticias han pedido al juez que permita la entrada de cámaras dado lo excepcional del caso, pero el Estado de Nueva York suele ser estricto en este punto. Es posible que tampoco quiera oír más tarde acusaciones de que se ha permitido fotografiar a Trump en el banquillo como parte de la «persecución política» al líder republicano que denuncian los conservadores. Pero también se trata de un caso histórico y más mediático que el de O. J. Simpson o Harvey Weinstein. De una u otra manera, lo que sí parece seguro es que el acusado no esperará a ser llamado en un calabozo, sino en una habitación anexa, y que quedará grabado por las cámaras de seguridad internas de la sede judicial mientras escucha los cargos. Él podrá declarar a continuación. Y lo que dirá es «en voz alta y con orgullo, 'no culpable'», afirma su abogado, Joe Tacopina.
Trump no parece tener intenciones de pasar en Nueva York un minuto más de lo necesario. Si nada se complica, y ninguna de las acusaciones sugiere lo contrario, saldrá del juzgado y regresará de inmediato a Florida. Por el momento, su intención es llegar a la hora de la cena a su mansión de Mar-a-Lago. Alli su equipo ha preparado una declaración en horario de máxima audiencia (entre las dos y cuatro de la madrugada en España) donde tendrá vía libre para explayarse sobre el trance pasado y su imputación. Tacopina va preparado a Nueya York. En la CNN aseveró este domingo que presentará una moción para intentar desestimar cualquier cargo que recaíga sobre su cliente.
Los letrados son maestros del cálculo. Los de Trump hablan lo suficiente para dejar claro que el magnate es objeto de una «caza de brujas», pero evitan molestar en demasía al fiscal o al juez para no caer en un delito de amenazas u obstrucción a la Justicia. Preguntado si el magistrado «odia» a Trump, como el mismo expresidente ha señalado, Tacopina dijo este domingo que no le considera un juez «parcial». Y sobre su cliente, añadió :»No soy un vocero. Tiene derecho a su propia opinión y, por lo que ha pasado, francamente, no lo culpo por sentirse como se siente».
El objetivo de los defensores consiste en sofocar un incendio antes de que se produzca. Es difícil impedir que el proceso se transforme desde la derecha en un asalto ideológico al sistema de Justicia. No resulta el mejor escenario para Trump, que ya está bastante marcado por la relación que la Comisión del Congreso encontró aparentemente entre él, su discurso y la insurrección del Capitolio.
Aunque Tacopina tampoco ha ahorrado en días pasados algunas andanadas de artillería contra el tribunal del Bajo Manhattan, el perfil bajo parece imponerse en vísperas de la acusación. El semáforo para Trump luce un incierto color ámbar. Le esperan otras investigaciones y una de las que le amenazan ahora de modo más consistente es la de los documentos secretos encontrados en su casa de Mar-a-Lago. El abogado que le representa en este caso, James. M. Trusty, ha aprovechado el 'caso Stormy Daniels' para señalar que existern «puntos en común» entre ambas investigaciones porque se están «empujando los límites legales» para «apuntar a un hombre».
La semilla que siembra el trumpismo recalcitrante es la de que existe un «proceso político» contra el expresidente para apartarle definitivamente de la vida pública y de una posible carrera hacia la Casa Blanca. Hasta que salga mañana del tribunal, a él le han aconsejado moderación. Este fin de semana ha dejado salir la presión en interminables partidos de golf. Al parecer, le han visto tranquilo. Pero lo que diga este martes por la noche resulta impredecible.
La maquinaria republicana, en cualquier caso, ha estado funcionado. Trabaja rápido. A toda presión. Los conservadores han aprovechado al máximo la demanda de entrevistas para desarrollar una auténtica invasión en los medios de comunicación con idéntico argumento: éste será un enjuiciamiento «político» que, según los más catastrofistas, abrirá las puertas, si se quiere, a otros muchos procesos similares contra senadores, congresistas y altos cargos. En definitiva, una reformulación del antiguo axioma de Trump de que el Gobierno demócrata arrebata a EE UU su democracia y sus valores esenciales. Si en 2020 fue por un «fraude electoral», ahora lo es por una «caza de brujas judicial».
Algunos analistas ya han prevenido contra este fenómeno, que se enrarece según quien lo difunda. La senadora afín a QAnon Marjorie Taylor Greene ha ido este fin de semana más lejos y afirmado que detrás de todo este proceso se encuentra el «partido de los pedófilos», en referencia a los demócratas. Los abogados de Trump han debido salir en televisión a aplacar los ánimos antes de que las arremetidas llevaran al «descarrilamiento». Pero resulta complicado tapar tantos agujeros cuando todo el que es algo o quiere serlo en el conservadurismo se apunta al carro.
Al otro lado de la trinchera, Bruce Springsteen ofreció el sábado en el Madison Square Graden el amarre que la sociedad neoyorquina necesita en estos días para la historia. Hubo más gente a las puertas del emblemático auditorio vibrando con lo que se vivía en el interior que ante la Torre Trump. Un indicio de que el Capitolio estaba lejos. El escritor Don Winslow, otro iluste referente de la Gran Manzana, se reafirma este lunes en 'The New York Times' en su decisión de dejar la escritura para dedicarse de lleno al activismo antiTrump. En vísperas de publicar este mes la continuación de su última novela, 'Ciudad en llamas', tiene claro que éste y un tercer volumen que saldrá dentro de un año son los últimos de una trilogía y de su carrera literaria, al menos, por un largo tiempo. A cambio, seguirá editando vídeos de denuncia contra los republicanos más extremos y su líder, del que dice: «Más que nada, espero que esta sea solo la primera acusación contra Donald Trump. Quiero ver al expresidente caído en desgracia obligado a luchar contra múltiples acusaciones en diferentes lugares, estatales y federales, al mismo tiempo».
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