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Nikki Haley formó un día parte del círculo de confianza de Donald Trump. Después de una larga lista de hombres blancos, en enero de 2016, la exgobernadora de Carolina del Sur se convertía en la primera mujer en entrar en el equipo del entonces presidente. ... La mujer -44 años y una promesa del Partido Republicano en ese momento- ejerció durante su mandato como embajadora de Estados Unidos en la ONU. De aquel nombramiento han pasado sólo ocho años, un par de legislaturas, aunque parece una eternidad en vista de las lindezas que le dedica el magnate ahora que ambos luchan por la nominación conservadora para las elecciones de noviembre. Lo último que ha salido por su boca es «cabeza de pájaro» pero antes la había llamado «impostora», «perdedora»... e incluso había criticado su ropa.
A Trump no le ha debido hacer gracia que Haley, pese a tener los números en su contra, con una sola victoria en el proceso de primarias que arrancó en enero, se haya negado por ahora a abandonar la carrera hacia la Casa Blanca. «No despierta entusiasmo, no moviliza multitudes, nada», despreciaba su rival después de que la antigua gobernadora sureña ganara el domingo en el distrito federal de Columbia, donde se ubica Washington, con el 63% de las papeletas. Un resultado al que ella se aferra para evitar lo inevitable (la nominación del magnate) el Supermartes y que él minimiza. «Cerebro de pájaro es una perdedora, con unos resultados en récord negativo virtualmente en todos los estados», ahondaba el expresidente en su red, Truth Social, desde donde dispara sin piedad, ni rodeos, a sus enemigos.
El magnate ha dejado al resto de sus contrincantes (Ramaswamy, DeSantis...) por el camino, pero Haley -tal vez porque aún cuenta con dinero de sus donantes para los próximos comicios o porque quiere reforzar su imagen de cara a una candidatura para las siguientes elecciones, en 2028- se resiste a tirar la toalla. Y eso a su antiguo jefe no le gusta. «No hay nada agradable en ella», sostiene, un comentario nada original que utilizó antes contra Hillary Clinton. La política conservadora defiende que conoce muy bien al empresario, quien ataca cuando se siente «amenazado» así que, al menos en público, se toma sus salidas de tono como una especie de halago. Ella no se olvida de que Trump alababa su «liderazgo» cuando le dio un asiento en la ONU y que fue la elegida para replicar a Barack Obama en su último discurso como presidente sobre el Estado de la Unión, un honor reservado a promesas del Partido Republicano y candidatos presidenciales.
En EE UU están acostumbrados a los exabruptos de Trump, que suele cuestionar la inteligencia y también la apariencia de las mujeres que le plantan cara como antes hizo «Nancy la loca» Pelosi. «Cuando la vi con ese disfraz que probablemente no era tan elegante dije: '¿Qué está haciendo?'. Ganamos», dijo sobre la intervención de Haley tras su derrota en New Hampshire en enero. Ella ha hecho por ahora caso omiso a este tipo de comentarios, pero no pudo callarse cuando el magnate metió en campaña a su esposo, Michael Haley, quien se encuentra desplazado en una misión del ejército en África. «¿Dónde está su marido? Oh, él está lejos… ¿Qué pasó con su marido? ¿Dónde está? Se ha ido», se burló el expresidente sobre su ausencia -y eso que de Melania tampoco se sabe nada- en un mitin. Unas palabras que su rival tachó de «insulto para las familias de los militares».
El empresario no se pone límites a la hora de atacar a sus enemigos y con Haley -como ya hizo con Obama- ha utilizado incluso sus orígenes. La candidata nació en una familia inmigrante, procedente de India, y en más de una ocasión ha escrito mal su primer nombre (Nimrata) en las redes (Nimbra, Nimrada...) y ha asegurado asimismo que no puede aspirar a la presidencia porque sus padres no eran estadounidenses cuando vino al mundo la pequeña Nikki. Es una «impostora», argumenta. «Me pongo tacones no para ir a la moda, sino porque les duele más», suele contestar la antigua gobernadora cuando se siente atacada. Y a veces también responde con la misma mala leche que Trump gasta con ella: «viejo gruñón», «desquiciado», «caótico», «senil»... En resumen, dice, el expresidente no es «mentalmente apto» para el cargo.
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