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Asaltantes se enfrentan a un agente en el interior del Capitolio aFP
El corazón del imperio nunca estuvo tan desprotegido

El corazón del imperio nunca estuvo tan desprotegido

La pasividad policial sorprende al mundo. «¿Te imaginas lo que hubiese sucedido si los asaltantes fuesen negros?»

LUIS LÓPEZ

Jueves, 7 de enero 2021, 17:09

La imagen es casi ridícula: un policía asustado tratando de contener a un grupo de 'hillbillies' mayoritariamente barbudos que avanzan incrédulos hacia el interior del Capitolio. Ni ellos parecían dar crédito a la que estaban montando. La turba formada por individuos acostumbrados a ser ... siempre los últimos ocupaba el corazón mismo del imperio, el centro del poder en el país más poderoso en la historia de la Humanidad. ¿Cómo es posible que ocurra esto en una nación donde, además, la seguridad es casi una obsesión, donde se desarrollan los mecanismos de defensa más sofisticados? Una nación que incluso está en alerta permanente porque convive con la amenaza terrorista cada hora de cada día del año.

Se va a hablar mucho de esto. En principio todo parece indicar que ha habido una combinación de imprevisión y rigideces legales. Por no mencionar que el instigador del tumulto, Donald Trump, sigue siendo el presidente de Estados Unidos, con la consiguiente autoridad para influir en las decisiones delicadas que afectan al país. Y estamos ante una de ellas: prácticamente militarizar la capital.

Los analistas comienzan recordando que la arquitectura competencial en Washington D.C. tiene sus particularidades ya que es una entidad diferente a los cincuenta estados y depende directamente del Gobierno federal. Y dentro del Parlamento la situación es aún más particular porque la competencia de su seguridad corresponde únicamente a la Policía del Capitolio. Ni el ejército, ni la Guardia Nacional ni la Policía de la ciudad tienen acceso a estas instalaciones. Así que no resulta extraño que un cuerpo policial acostumbrado fundamentalmente a gestionar colas de turistas se viese desbordado por esa situación. Es más, alguno de los agentes veía con cierta simpatía a los alborotadores, sacándose selfis incluso.

El problema, por consiguiente, estuvo fuera, cuando nadie hizo nada para contener a la turba en su tránsito hasta la sede del Legislativo. Parece que las autoridades se confiaron, cosa que sorprende. Conociendo la capacidad incendiaria de Trump y los ímpetus primitivos de sus seguidores más radicales (y fuertemente armados), cualquier cosa podía suceder. La protesta estaba convocada a un kilómetro del Capitolio, sí. Pero es una distancia mínima para gente que se había acercado desde los rincones más remotos del país. El aún presidente sólo tuvo que encender la mecha para que sus fieles avanzasen hacia donde, según sus tesis locas, se estaba consumando el fraude electoral que convertiría a EE UU en un estado soviético.

Cuando todo estalló el Pentágono sí activó a todos los reservistas de la Guardia Nacional en el Distrito de Columbia (unos 1.100 soldados), y el gobernador de Virginia envió a 200 agentes estatales para contener los disturbios. Pero el daño ya estaba hecho, y la que se considera a sí misma la mayor democracia del planeta había sufrido una de las más dolorosas humillaciones de su historia. Más aún cuando ha sido infligida por su propia gente, lo que algunos allí llaman 'white trash': blancos pobres espoleados, encima, por el mensaje violento de su propio presidente.

Hay una derivada que está encendiendo aún más los ánimos en EE UU, y es la llamativa diferencia entre el blindaje al que se sometió Washington durante las protestas del movimiento Black Lives Matter, y lo de ayer. También entre la actitud policial cuando se producen altercados con mayoría afroamericana, y la desplegada en este caso. Lo dijo muy bien Doc Rivers, exentrenador del equipo de la NBA Philadelphia 76ers: «¿Te imaginas lo que hubiese sucedido si los que asaltaron el Capitolio fueran negros?».

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