Al final, Joe Biden se ha rendido al clamor que había dentro de su propio partido y ha anunciado que se retira de la carrera presidencial. Sus titubeos, patinazos y confusiones en esta precampaña daban ventaja a su rival, Donald Trump, y preocupaba a los demócratas. La puntilla fue el diagnóstico de covid que recibió al final de semana. Estos días de descanso obligatorio, aunque no total, le han servido al actual presidente de Estados Unidos para darse cuenta de que no tenía otra opción que pasar página y dejar el liderazgo del partido en manos de otra persona.
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La pregunta es quién será el encargado de sustituirle y se verá las caras en las elecciones de noviembre con Trump, que de momento se frota las manos y trata de rentabilizar el atentado que sufrió en Pensilvania hace unos días. Hay varias posibilidades, aunque la que parece más lógica es su vicepresidenta, Kamala Harris, tal y como el mismo presidente propone en su carta de renuncia. Sin embargo, no todos dentro de la formación creen que debería designarse 'a dedo', sino tras la celebración de unas miniprimarias.
La última palabra la tienen los delegados del partido: 3.900 personas con perfiles muy variados y en su mayor parte completamente desconocidos para la opinión pública. El partido se puso como fecha tope para elegir a su candidato la primera semana de agosto ya que entre el 19 y el 22 de ese mes celebra la Convención Nacional Demócrata en Chicago, a donde hay que llegar con los deberes hechos.
Solo ha habido una vez en la historia de la formación en la que el candidato se elegió en una convención 'abierta', es decir, cuando los postulantes llegan sin tener una mayoría clara de delegados en su equipo. Fue en 1968, tras el asesinato de Roberta Kennedy y con el partido divido por la Guerra de Vietnam. En ella se enfrentaron Eugen McCarthy y Hubert. H. Humbrey, que a la postre fue el vencedor de este evento y el perdedor en las urnas contra Richard Nixon.
Fue el desastroso desempeño de Joe Biden durante su debate del 27 de junio con Donald Trump lo que precipitó los acontecimientos. Poco después de empezar la batalla dialéctica, se vio que el demócrata no estaba en forma. Decenas de millones de telespectadores le vieron titubear y algo desorientado, lo que hizo saltar todas las alarmas.
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¿Qué le pasaba? Estaba resfriado y tosía con frecuencia. Su voz era apagada, se trababa al hablar y dejaba las frases inacabadas. Pero lejos de pensar que era algo pasajero por el malestar, la gente empezó a pensar que había algo más, que quizá a su edad, 81 años, empezaba a flojear.
Los nervios enseguida se extendieron en la formación que lidera y empezaron las peticiones de renuncia, públicas y privadas. Con el paso de los días se fueron sumando pesos pesados del partido. Los medios de comunicación estadounidenses, citando fuentes anónimas, afirmaron que el expresidente Barack Obama, la exjefa de la Cámara de Representantes Nancy Pelosi y los líderes demócratas en el Congreso Chuck Schumer y Hakeem Jeffries le habían pedido a Biden que diera un paso atrás. Entre tanto Donald Trump parece disfrutar de un estado de gracia, con victorias legales y la consagración en la convención del Partido Republicano.
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