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Tres años y medio de gobierno, en plena pandemia, fueron pocos para llevar a cabo los sueños de una vida. Entre aquellos que Joe Biden quiso hacer realidad cuando llegase a presidente de Estados Unidos ha quedado en la cuneta uno muy personal al que piensa dedicar su último aliento en los seis meses de mandato que le quedan: «Seguiré luchando para hacer realidad mi proyecto de Cáncer Moonshot para acabar con el cáncer tal como le conocemos, porque podemos lograrlo», anunció al renunciar a un segundo mandato.
Con ese objetivo ha interrumpido sus vacaciones en una playa de Delaware para volar hasta Nueva Orleans, donde ha anunciado un presupuesto de 150 millones de dólares en premios de la Agencia de Proyectos Investigativos Avanzados para la Salud. Con ese dinero quiere apoyar a ocho equipos investigadores del país que trabajan en mejorar las técnicas quirúrgicas para eliminar tumores cancerígenos.
A Biden esto le toca muy hondo. Su primogénito, Beau, murió en 2015 a los 41 años de un tumor cerebral. El entonces vicepresidente estaba devastado y renunció a presentarse a las elecciones, dejando el espacio a Hillary Clinton. Desde que a los 29 años perdiese a su mujer y a su hija en un accidente de coche, los dos niños que sobrevivieron al choque de un camión fueron su razón de vivir. De entre ambos, Hunter Biden es la oveja negra de la familia. Un vividor, drogadicto y putero confeso, todo ello en una biografía en la que lo ha descrito con pelos y señales. Beau, por contra, era el orgullo de su padre. Graduado en Derecho, fue voluntario en Kosovo, donde entrenó a jueces y fiscales. Se enroló en el ejército tras los ataques del 11-S y luchó en Irak, donde su padre cree que contrajo el cáncer, por las toxinas que desprendía la quema de materiales químicos en las instalaciones militares.
Hizo carrera política como fiscal general de Delaware, donde se especializó en perseguir a depredadores sexuales, violadores, pederastas, malos tratos de pareja o de ancianos y otras causas nobles. Trabajó con la entonces fiscal general de California, Kamala Harris, que en parte obtuvo por esa amistad la confianza del presidente. Fotogénico, afable y políticamente astuto, cuando se lanzó a gobernador de Delaware algunos veían en él a un nuevo Kennedy, con el apoyo de la maquinaria política de su padre, solo que entonces la muerte le echó la zarpa a través del cáncer.
Meses después, Barack Obama anunció en su último discurso sobre el Estado de la Unión el lanzamiento de un proyecto nacional «para eliminar el cáncer tal y como le conocemos», tan ambicioso como el de poner a un hombre en la Luna, por lo que lo llamó Moonshot. Lo dotó con mil millones de dólares y puso al frente al hombre que lo había propuesto, su vicepresidente Joe Biden.
Desde entonces nunca ha soltado ese desafío con el que quiere vengarse de la muerte. El cáncer es la segunda causa de mortalidad en Estados Unidos, después de las enfermedades cardiovasculares. Según la American Cancer Society, solo este año se diagnosticarán dos millones de nuevos casos de cáncer. Más de 600.000 personas morirán de ello. Los expertos creen que solo con expandir el acceso a las innovaciones médicas que se han logrado, se podría reducir la mortalidad entre un 20% o 30%.
La prioridad del mandatario es generalizar los estudios preventivos mediante la inclusión gratuita de los mismos en los seguros médicos y el aumento de la conciencia social, además de fomentar la investigación. Solo la atención que el presidente le ha dado a este tema habría logrado poner al país en vías de reducir la mortalidad del cáncer a la mitad, previniendo cuatro millones de muertes. «La pasión del presidente Biden y su compromiso en esta tarea ha significado una diferencia monumental para toda la comunidad», aseguró John Retzlaff, Jefe de Políticas de la American Association for Cancer Research.
En su visita a Nueva Orleans, el presidente y la primera dama, concentrados en eliminar tumores como el que mató a su hijo Beau, recorrieron las instalaciones de la Universidad de Tulane, a la que el Gobierno ha otorgado un premio de 22,9 millones de dólares para desarrollar sistemas de imágenes y nuevas técnicas que visualicen individualmente las células a eliminar sobre la superficie del tumor, para poder determinar si quedan más células cancerígenas antes de completar la cirugía. Otras siete universidades con proyectos investigativos en ese sentido han recibido dotaciones parecidas, desde la John Hopkins University de Baltimore a la de California en San Francisco.
El proyecto de Cancer Moonshot siguió recibiendo dotación durante el Gobierno de Donald Trump y goza de un compromiso igual de apasionado por parte de Kamala Harris, pero será Joe Biden quien se lleve el crédito en la historia, sobre todo si en estos últimos seis meses alcanza la Luna.
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