Anthony Fauci, el hombre que se atreve a desafiar a Trump

El día que dio una opinión, aclarando previamente que sólo era su opinión, el mundo tembló. Acababa de volver de Vietnam, tras muchas entrevistas con los generales que le llevaron a una conclusión: «Cada vez queda más claro para este periodista que la única salida racional será negociar, no como ganadores, sino como un pueblo honorable que cumplió con su promesa de defender la democracia e hizo lo mejor que pudo». El llamado 'momento Cronkite' cayó sobre Lyndon Johnson como una apisonadora. «Si he perdido a Cronkite, he perdido a la América de a pie», comprendió.

Desde entonces una ristra de hombres ilustres y no tan ilustres se han ganado la confianza del país, siempre ayudados por momentos de crisis y la pequeña o gran pantalla. Rudy Giuliani se convirtió en el alcalde de América cuando los atentados del 11-S se llevaron por delante su búnker para emergencias construido -en contra de todo consejo- en el World Trade Center. El alcalde de Nueva York se quedó deambulando entre los escombros a merced de las cámaras, con el presidente en paradero desconocido, y se convirtió por azar en la autoridad a escuchar.

En los últimos años Tom Hanks ha encabezado la encuesta de Readers Digest, envuelto en el halo de héroe que le han dado películas como Forrest Gun, Náufrago o Salvando al Soldado Ryan, pero el actor fue uno de las primeras celebridades víctimas del coronavirus. Así que el nuevo héroe de los estadounidenses es un señor bajito, a punto de cumplir los 80, que aparece en televisión casi todas las tardes y promete hacer algo tan revolucionario en tiempos de Trump como decir la verdad.

'Tony', para los amigos, o el Doctor Fauci, para los estadounidenses, es ahora el hombre en el que más confía el 70% del país, según Quinnipiac University. Y no solo porque el director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas sea uno de los epidemiólogos que más sabe de virus, sino porque es uno de los pocos miembros del gobierno que se atreve a llevarle la contraria a Donald Trump, incluso en público.

Fauci tuvo su momento Cronkite el pasado 21 de marzo, cuando el presidente presumió ante las cámaras de haber encontrado la cura del coronavirus, «demostrada por los estudios», en un fármaco para la malaria. «¿Pero de verdad se ha comprobado que puede curar el Covid-19?», preguntó incrédulo un periodista. El doctor Fauci se acercó al micrófono sin vacilar. «La respuesta es no», dijo tajante. «No sé a lo que se refería el presidente, creo que podía ser un estudio en el que se mezcló el hidroxycloroqine y azithromicyn, pero los estudios que hay por ahí son puramente anecdóticos».

Lívido, Donald Trump no volvió a coger la palabra en esa conferencia de prensa. No era la primera vez que ese hombrecillo le llevaba la contraria. Dos semanas antes, cuando todavía minimizaba la epidemia y aseguraba que iba a desaparecer «como por milagro», el investigador dijo al Congreso que las cosas se iban a poner «mucho peor». Y esa vacuna que según Trump iba tan rápida, tardaría año y medio. El fantástico trabajo que estaban haciendo con las pruebas de diagnóstico, «un fracaso».

Fauci lleva medio siglo trabajando para el gobierno de su país y ha tenido que lidiar con seis presidentes de ambos partidos. Le tocó convencer a Reagan de que se tomara en serio la epidemia del sida, que entonces parecía cosa de gays. Lo hizo tan bien que cuando a su vicepresidente George H. Bush le preguntaron en un debate presidencial quién era su héroe, nombró a alguien «del que seguramente nunca hayáis oído hablar: el Dr. Anthony Fauci, un hombre honorable, un excelente investigador del Instituto Nacional de Salud que está trabajando muy duro en esa enfermedad del sida», dijo en 1988.

Fauci tiene una máxima: «Voy a decir siempre la verdad sin importar lo que pase». Para no traicionarla, cada vez que va a la Casa Blanca aplica un consejo que le dio un miembro del gobierno de Nixon: «Llega preparado para que cada visita sea la última», ha contado. La prensa intenta arrancarle respuestas que pongan en apuros al mandatario, pero él hila fino porque solo quiere convencerle de que haga lo correcto. «No tengo interés en quedar como el tipo duro que le plantó cara al presidente», explicó al 'New York Times'. «En lugar de decirle 'no tienes razón', todo lo que hago es hablar de datos y evidencias». Y según él, le escucha.

En una ocasión las cámaras capturaron el momento en que se tapaba la cara al oír otro de los disparates de Trump. La imagen se hizo viral y con ella la furia de los trumpistas. La etiqueta de #FireFauci (despedir a Fauci), que retuiteó hasta el propio presidente, para estremecimiento general, se asoció a tantos mensajes agresivos y amenazas de muerte que el Departamento de Justicia le ha asignado protección de los servicios secretos. El senador Ed Markey ha llegado a proponer una ley que le blinde del despido, porque el país no se puede permitir perder «la única voz cuerda» en la Casa Blanca. Cuando no aparece en la conferencia de prensa diaria del mandatario, Twitter entra en pánico: #NoFauci #WhereisFauci #LetTonySpeak. (Dónde está Fauci? Dejad hablar a Tony).

Si hay algo que no soporta Trump es que uno de sus subordinados se vuelva más popular que él, pero con la reelección en juego sabe que no es momento de deshacerse de él. Su amigo, el senador Lindsey Graham, le ha dado públicamente un consejo: «Hagas lo que hagas, asegúrate de que el doctor Fauci está contigo. De esa manera tu responsabilidad política será muy limitada». Y ése es el mejor seguro de vida que tiene el hombre en quién más confía el país.