Zigor Aldama
Enviado especial a Cracovia
Viernes, 11 de marzo 2022, 00:07
Cada dos segundos, un refugiado ucraniano llega a Polonia. Según los últimos datos del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), desde el pasado 24 de febrero suman ya casi millón y medio. Y eso se nota en la estación central de tren ... de Cracovia, donde miles de personas llegan desde la frontera con Ucrania. Muchos buscan la ayuda que prestan los voluntarios, pero otros no tienen aún adónde ir y descansan en diferentes lugares de las instalaciones. Por lo menos no les falta comida, no pasan frío, y, sobre todo, están a salvo de la invasión rusa.
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La línea de ferrocarril que une Cracovia con la ciudad fronteriza de Przemysl es de doble vía: los que van lo hacen sobre todo para ayudar, ya sea como voluntarios o con la intención de empuñar un fusil; los que vienen escapan de la peor guerra que Europa ha sufrido este siglo. Esos últimos no van muy cargados, acarrean solo con lo que pueden arrastrar con dos manos. Son, sobre todo, mujeres y niños. Y sorprende su entereza.
El IC 57 es un tren que sale de Frankfurt, en Alemania, y que recorre 800 kilómetros para llegar hasta la divisoria entre Polonia y Ucrania. A bordo viajan muchos pasajeros, y pocos ríen. Van en silencio. 'Mriya' es uno de ellos. Se apoda así en honor al gigantesco Antonov An-225, que ha sido la joya de la aviación ucraniana hasta que los rusos lo han destruido, y es fácil entender por qué: es un hombre corpulento, de pelo rubio y ojos ceniza, que roza la treintena.
Guerra en Ucrania
Ha dejado su trabajo en Alemania «para ir a combatir nazis» en su país natal. Aunque todavía no está seguro de si vestirá un traje de combate o si se dedicará a ayudar a quienes llegan. «Solo sé que tengo que echar una mano», afirma con una mueca de resignación.
El tren recorre pequeñas localidades del este de Polonia y nadie diría que se acerca a una guerra. Fuera, la vida sigue como en cualquier otro país europeo: se puede pedir un taxi con Uber o una comida con Glovo, y los habitantes polacos hacen lo posible por mantener la normalidad. Eso sí, muchos ofrecen habitaciones y pisos enteros para acoger a refugiados. «Es sorprendente el apoyo que están recibiendo. La gente está mostrando gran amabilidad», cuenta Grzegorz.
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Pero no se puede bajar la guardia, porque tras las mejores intenciones también se esconden elementos que pueden tener otras muy diferentes. Por eso, la propia ACNUR reconoce que aún se puede mejorar el sistema y los procedimientos que se han puesto en marcha a toda prisa para acoger a quienes huyen de la invasión de Putin. Para que no salgan del fuego y caigan en las brasas.
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