Iñigo Gurruchaga
Londres
Lunes, 28 de febrero 2022, 12:44
La historia de la Gran y Felicísima Armada de 1588 ha sido mil veces contada. Felipe II agrupa en Lisboa una flota de 127 barcos que parte hacia la costa sudeste de Inglaterra con el objetivo de conquistarla y devolverla al catolicismo. El mal tiempo ... y posibles errores tácticos les obligan a dispersarse y la gran mayoría de los buques intenta regresar a España por las costas de Escocia y por el oeste de Irlanda.
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Pero uno de los barcos más grandes de aquella armada, el San Juan de Sicilia, se desvía hacia las Hébridas y finalmente ancla, al final de septiembre, en la bahía de Tobermory, en la isla de Mull. El 5 de noviembre una enorme explosión destruye el barco y mata a la mayoría de su tripulación, que esperaba iniciar en los próximos días el regreso a las costas españolas.
Timothy Ashby ha desvelado ahora más detalles sobre lo ocurrido en aquellas fechas, situando en el centro de la conspiración a su ancestro, William Ashby, un hombre culto y viajado que era el embajador de la reina Isabel I en Edimburgo. Y también un agente del secretario de la reina, sir Francis Walsingham, creador de una eficaz red de espías en aquel tiempo de pleitos dinásticos y guerras religiosas.
Ashby fue enviado a Edimburgo- su predecesor se había marchado a Inglaterra porque corría peligro su vida- con la misión de mantener la neutralidad de Escocia, entonces un reino independiente, en la guerra anglo-española. A Isabel le preocupaba que los españoles desperdigados en el Canal de la Mancha creasen allí una base y, en alianza con católicos escoceses, iniciasen la operación que había fracasado en el sudeste de Inglaterra y que aspiraba a quitarle la corona.
Diego Téllez, oficial superior de un buque de 800 toneladas, requisado por el virrey de Sicilia para el transporte de tropas, estableció un pacto en Tobermory. Prestó soldados al jefe de un clan local que estaba enzarzado en batallas con otros clanes a cambio de que les proveyeran de agua y vituallas. El barco no tenía muchos daños y podría ser reparado para el regreso.
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En «Elizabethan Secret Agent»(Agente Secreto Isabelino, La historia no contada de William Ashby, 1536-1593), que se publica en inglés en marzo, el embajador en Edimburgo es el director de operaciones para erradicar en Escocia la amenaza del millar de españoles de la Armada que habían desembarcado allí. La persecución en Irlanda ordenada por el Lord Diputado Fitzwilliam fue también feroz.
Cuando el embajador llega a su puesto, hereda el contacto con un confidente, John Smollett, del que Walsingham no se fiaba inicialmente. Se había ofrecido como espía en una visita con una delegación de escoceses a la corte inglesa. Pero, de regreso a Escocia, lo detuvieron por participar en una conspiración para matar a un ministro del Gobierno. Los ingleses le rescatan y lo convierten así en un fiel infiltrado.
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Smollet, bajo la dirección de Ashby, provee clavos o velas para el San Juan de Sicilia. Hasta que un día, el mercader oportunista introduce en el barco el dispositivo que causará la gran explosión y su hundimiento. Buena parte de los soldados estaban en tierra, participando en batallas de los clanes escoceses. La idea de que el barco transportaba un gran tesoro ha justificado múltiples intentos de encontrarlo y, en la muy bella Tobermory, el galeón español da hoy nombre a comercios.
Timothy Ashby, que vive en Mallorca, identificó a su ancestro en un libro de genealogía. Se sabía muy poco de su vida. Abogado y empresario, también empleado del Gobierno de Estados Unidos en política antiterrorista, es ahora escritor de novelas. Decidió, sin embargo, escribir la biografía de su antepasado durante los confinamientos, investigando en los archivos digitales de bibliotecas británicas.
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«Era un hombre renacentista», dice del embajador y espía. «Hablaba francés, alemán, italiano y latín. Le gustaban los libros y el arte. Y al mismo tiempo era una especie de James Bond del siglo XVI, a quien le encargaban el rescate de un diplomático secuestrado o repelía un ataque de agentes enemigos en la cuenca del Rin. Creo que hubiese mantenido una conversación cordial con un español. No era religioso, pero era leal a su reina».
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