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Iñigo Gurruchaga
Londres
Jueves, 1 de abril 2021
David Cameron había desaparecido de la vida pública. Las setecientas páginas de sus memorias vendieron regular. No se supo más de la bonita chabola en su jardín, donde las escribió. De vez en cuando, su coetáneo en el colegio de Eton, Boris Johnson, le ofrecía ... un puesto y por alguna misteriosa vía la prensa se enteraba de que lo había rechazado. Quería concentrarse en sus labores benéficas.
Pero guardaba un secreto. Se había convertido en consejero de Greensill, una empresa dedicada al factoraje, dirigida por un financiero australiano que le pagaba un salario además de una opción de venta de acciones cuando la sociedad saliese a la bolsa. Unos setenta millones de euros si todo iba bien. Pero la empresa es ahora insolvente. Las acciones no valen nada.
El exprimer ministro ha desaparecido ahora con empeño. A ningún medio responde cuando cuando le piden que explique su viaje a Arabia Saudí, al principio de 2020, con el patrón de la compañía, Lex Greensill. Incluyó, según fuentes del 'Financial Times', ir de camping al desierto con el príncipe heredero, Mohamed bin Salman, a quien se le ha achacado el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.
Cuando era primer ministro, Cameron aceptó la recomendación de su más alto funcionario, que había conocido a Greensill cuando trabajaron juntos en el banco Morgan Stanley. Durante cuatro años, intentó desde el corazón del Gobierno, en algunos casos con éxito, que los departamentos abrazaran una innovación financiera, la técnica de «financiación de la cadena de suministro».
Conocido desde antiguo como factoraje, consiste en el pago a una empresa de las facturas a sus proveedores, dando liquidez inmediata a cambio de un descuento. El castillo de naipes de Greensill, que agrandó su negocio, y su deuda, empaquetando contratos para venderlos a fondos de inversión se vino abajo cuando las aseguradoras se percataron del volumen de riesgos mal calibrados que estaban avalando.
Se ha descubierto que Cameron habló con la oficina de Johnson y con el ministro Hacienda para que adjudicasen a Greensill préstamos y avales de la pandemia. No lo hicieron. También, que aviones de la extravagante flota de la empresa partían a menudo del aeropuerto más cercano a la residencia veraniega de Cameron. Quizás para llevarle a dar discursos, por los que que cobra 140.000 euros la hora.
El Registro de Grupos de Presión que Cameron creó dice que no puede investigarlo, por no ser un agente externo sino interno. Johnson respondió, el 24 de marzo, a un diputado que le preguntó sobre las presiones de su predecesor a personal de su oficina que era la primera vez que oía tal cosa; a pesar de que la prensa ya había publicado bastante páginas sobre el caso.
Tres días después, el «Mirror» recordó a Johnson la importancia de leer la prensa. Jennifer Arcuri confesaba jovial que fue durante cuatro años amante del entonces alcalde de Londres. El inicio del romance fue inmejorable. Se cruzan miradas en un evento. Johnson le sugiere un hotel cercano. Ella se aposta allí y le espera. Cuando llega, fogoso, el alcalde, se va al bar. Pero regresa para pedirle a su incipiente amada que le preste tres libras y cincuenta peniques para pagar la cerveza.
Las visitas semanales a Arcuri- estudiante, modelo, empresaria tecnológica,...- eran la monda. Tenía en el salón de estar de su apartamento una barra para 'pole dance'. Leían a Shakespeare- Macbeth, su drama predilecto- antes de desparramarse. Arcuri le decía que se saltasen el primer acto para ir a las mejores partes. Lo que me encanta de ti es que quieres ir pronto a las mejores partes, le decía el admirador de Pericles, el ateniense.
El Ayuntamiento de Londres, que es laborista y por tanto lee el 'Mirror', ha abierto una investigación porque Arcuri participó en eventos y en viajes comerciales a cargo del municipio. Su empresa fue subvencionada con unos 120.000 euros. No se conocía el gusto de Johnson por Macbeth, que acaba mal, pero sí su enredo con Arcuri. La Policía investigó si se había cometido un delito y lo descartó. Johnson estaba entonces casado con una abogada con la que tuvo cuatro hijos. Ha sembrado otros en su camino, no hay cuenta precisa.
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