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t. nieva
Viernes, 2 de septiembre 2022, 21:19
Fernando Sabag Montiel, el presunto agresor de Cristina Fernández de Kirchner, vivía en un miniapartamento alquilado de 15 metros cuadrados en la bonaerense avenida San Martín. Lo que se conoce en Argentina como un monoambiente. Además, disponía de otro domicilio en el barrio de La ... Paternal donde, según algunos conocidos, mantenía en buen uso tres coches. Uno de ellos lo utilizaba él mismo para realizar trabajos de chófer. Los otros dos, al parecer, los alquilaba.
Se instaló provisionalmente en San Martín hace ocho meses. Nadie sabe el motivo. Llegó allí por recomendación de una pareja que antes había habitado en el mismo departamento. Su arrendatario, Sergio Paroldi, reside en una vivienda colindante. También es conductor. Y aún se encuentra conmocionado. «Todavía no me lo puedo creer», relata a 'La Nación'. Los anteriores inquilinos se lo habían recomendado como un buen chaval. No le dio mayor importancia al 'sol negro' nazi tatuado en su codo izquierdo o los otros dos tatuajes en sus manos con la Cruz de Hierro y el martillo de Thor. Paroldi desconocía que se tratase de simbología del III Reich, a la que Sabag parecía muy aficionado a tenor de sus visitas a foros radicales y supremacistas en internet.
Pero en la noche del jueves el dueño se enteró de que su inquilino era probablemente el individuo más denostado de Argentina cuando conectó el televisor para informarse sobre el intento de magnicidio de la vicepresidenta y se dio de bruces con su fotografía en la pantalla.
La Policía Federal acudió ayer al domicilio para inspeccionarlo. Y al abrirles la puerta es cuando Paroldi se enfrentó a su segunda sorpresa. Apestaba. La habitación estaba cubierta de suciedad. No había sido limpiada en semanas. El fregadero se encontraba roto y la vajilla amontonada y sin lavar a un lado. Por el nauseabundo olor, el inodoro llevaba varios días atascado. Por doquier, ropa, mantas y una abundante cantidad de bolsas de patatas fritas que, al parecer, constituían la base de la dieta del homicida frustrado.
Pero lo que más estupor causó a los agentes fue el hallazgo de varias cajas con munición (cerca de un centenar de balas en total) y un amplio abanico de elementos fetichistas: lencería femenina, varios consoladores y un látigo de imitación a cuero negro. «Lo que más sorprende, además del olor y la suciedad, es la cantidad de elementos fetichistas. No teníamos idea de esta faceta suya», explicaba esta tarde un amigo del propietario de la vivienda al periódico bonaerense.
Nadie en el entorno de Sabag hubiera supuesto nunca que vivía en condiciones tan insalubres y delirantes. Y mucho menos que estuviera planificando asesinar a la vicepresidenta del país. «No parecía un loco. Siempre era muy educado. A mí me llamaba 'señor' con respeto», cuenta Paroldi. Lo único que les extrañaba era cómo un joven de 35 años bien parecido desarrollaba una vida social tan escasa que muchos residentes en la avenida sólo le conocían de saludarse en la calle y nunca le habían visto en un bar o una casa de comidas. «Siempre entraba y salía solo», concuerda el dueño. «Hace unas semanas apareció con una pelirroja. La habré visto entrar unas dos o tres veces. 'Qué bueno que ahora tiene novia', pensé». El propietario no sabe si es la misma joven con la que salió hace escasas semanas en un reportaje callejero de la televisión y que vendía algodón de azucar en el centro de la capital. Ahora teme que Sabag tuviera amigos neonazis y quieran entrar en su casa.
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