mikel ayestaran
Jerusalén
Sábado, 26 de junio 2021, 21:00
Mientras Ashraf Ghani y Joe Biden se reúnen en Estados Unidos, la guerra sigue en Afganistán y los talibanes avanzan de forma cada vez más rápida. Tras dos décadas y 2.400 bajas, la Casa Blanca intenta mitigar el impacto de su retirada completa ... antes del próximo 11 de septiembre con promesas como la de «mantener una asociación duradera» o «apoyar al pueblo afgano proporcionando asistencia diplomática, económica y humanitaria». Pero informes de Inteligencia a los que ha tenido acceso el diario 'The Wall Street Journal' señalan que el actual Gobierno de Kabul «puede sobrevivir un máximo de dos años tras el repliegue».
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Otras fuentes citadas por el mismo medio reducen el plazo a seis meses. Dos años es también el tiempo marcado por el secretario de Defensa, Lloyd Austin, para que grupos como Al-Qaida y Estado Islámico restauren sus capacidades para planear ataques contra Washington y sus aliados desde suelo afgano.
El Acuerdo de Doha entre talibanes y EE UU del 29 de febrero de 2020 ha servido para que los insurgentes detengan sus acciones contra las tropas extranjeras durante el repliegue. El posterior diálogo con Kabul, sin embargo, es un proceso estancado que se desarrolla en paralelo a un rápido avance militar de los islamistas que desde principios de mayo se han hecho con el control de 50 nuevos distritos de los 370 que tiene el país.
Así lo reveló la enviada especial de la ONU en Afganistán, Deborah Lyons, quien alertó de que «la mayoría de ellos rodean las capitales de provincia. Este hecho sugiere que los talibanes se están posicionando para intentar tomarlas una vez que las fuerzas extranjeras se hayan retirado por completo».
El movimiento talibán del siglo XXI mezcla figuras del Emirato Islámico que gobernó el país entre 1996 y 2001 con nuevas generaciones, que además han negociado con EE UU desde una posición de fuerza gracias a sus avances en el campo de batalla. Con el paso de los años han ganado terreno y ya son más de cien los distritos en el país que el Gobierno del presidente Ashraf Ghani considera «ingobernables», lo que siembra muchas dudas sobre la capacidad del Ejército.
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Fuentes de seguridad estadounidenses y afganas elevan a 70.000 el número de combatientes activos que pueden tener unos talibanes que, desde mayo de 2016, combaten bajo el mando de su nuevo líder, el Emir Hebatulá Ajundzada.
Lo que sobre el terreno es una batalla abierta, para el Pentágono es una «situación dinámica» pese a la cual «los aspectos del repliegue no cambiarán». El Mando Central estadounidense confirmó a inicios de semana que «se ha completado más del 50% del proceso de repliegue», incluida la retirada de cerca de 14.800 «piezas de equipamiento». La mitad de los 3.500 soldados que quedaban también están ya de regreso.
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La vuelta del Emirato que pusieron en marcha entre 1996 y 2001 se dibuja cada vez más clara. Tras el avance militar del último mes, los talibanes celebraron su «clara victoria y triunfo», que «será el principio del final de los males que deja la ocupación». Los insurgentes prometieron clemencia con los soldados que se rindan sin resistirse y les garantizó que podrían «vivir en zonas liberadas con total confianza».
En el frente diplomático, el que está abierto en Doha desde septiembre, afirmaron que el objetivo que persiguen es reinstaurar un «auténtico régimen islámico», en palabras de uno de sus máximos responsables en Catar, el mulá Abdul Ghani Baradar. En un intento de calmar a la comunidad mundial, el mulá aseguró que «preservarán los derechos de todos los ciudadanos, hombres y mujeres, a la luz de los preceptos del islam y de las tradiciones de la sociedad afgana».
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También tuvo un mensaje especial para las minorías, especialmente para los hazaras, que son chiíes, y proclamó que «los derechos de las minorías y de todos los ciudadanos estarán garantizados por el futuro sistema: no hay que preocuparse por este punto».
El periodista catalán Amador Guallar, autor del libro 'En la tierra de Caín. Viaje al corazón de las tinieblas de Afganistán', piensa que «es relativo decir que estamos en la cuenta atrás para la vuelta del Emirato porque en un país así nunca una de las partes puede ser la ganadora absoluta y hay zonas con las que no podrán los talibanes. Lo que parece que es su primer objetivo es Kabul, buscan esa victoria simbólica en la capital, pero su captura no será sencilla porque el Ejército afgano no es el de los años ochenta y EE UU, aunque que se retira, mantiene sus fuerzas especiales y el apoyo aéreo hasta diciembre». Guallar se refiere a la actual situación en el país como «guerra civil».
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Ghani no confía en los islamistas y antes de subirse al avión que le llevó a Washington denunció que «los talibanes son responsables de la guerra. Hemos presentado nuestro plan de paz al mundo y a los afganos, pero ¿dónde está el suyo?». El presidente les acusa de «violar las leyes humanitarias y destruir Afganistán».
El plan diseñado por Trump para retirar sus tropas y abrir el diálogo entre afganos para lograr la paz no da el resultado esperado. Ambas partes no terminan de consensuar una hoja de ruta y las armas son las únicas que hablan sobre el terreno. Esto ha hecho que los viejos señores de la guerra se movilicen y llamen a sus seguidores a tomar las armas.
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Después de trece años con Hamid Karzai al frente del país, en 2014 desaparecieron el chapam (capa) de seda y los gorros de karakul de la presidencia afgana. El líder pastún dejó el cargo porque la Constitución no le permitía presentarse a un tercer mandato consecutivo y su lugar lo ocupa desde entonces Ashraf Ghani.
Exministro de Economía, también pastún -la etnia mayoritaria del país- y asesor de Karzai en sus primeros años, Ghani, de 72 años, es un experto en finanzas formado en EE UU y con nacionalidad estadounidense, a la que tuvo que renunciar para ser presidente. Cuando ocurrió el 11-S trabajaba para el Banco Mundial en Washington y ese ataque fue lo que le impulsó a regresar a su país y comenzar una carrera política.
Tras el batacazo en las urnas de 2009, en las que fue cuarto, cinco años después fue el candidato más votado y repitió victoria en 2020. En ambas ocasiones las elecciones estuvieron marcadas por el fraude y Ghani tiene como compañero inseparable en el poder al doctor Abdula Abdula, que se autoproclama vencedor legítimo y el año pasado incluso realizó una ceremonia paralela de investidura. Esto sitúa al frente de Afganistán a una bicefalia enfrentada que no ayuda a tomar decisiones. En una entrevista a la cadena BBC definió su puesto de presidente de Afganistán como «el peor trabajo del mundo».
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