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ZIGOR ALDAMA
Shanghái
Sábado, 27 de abril 2019, 23:32
El centro de gravedad del poder mundial lleva ya unos años de mudanza. Poco a poco se va acercando a China en un viaje que despierta tanta fascinación como suspicacia. La segunda potencia mundial, que ya lideró la economía mundial durante varios siglos en la ... Edad Media, propone ahora vertebrar el planeta de una forma diferente a la que ha imperado durante el siglo XX. Pekín ha tomado como inspiración la antigua Ruta de la Seda, que sirvió de puente entre Oriente y Occidente, y cree que los proyectos que lidera en la resurrección de esta vía comercial son más justos e inclusivos.
De hecho, los líderes chinos aseguran a menudo que el gigante asiático no busca la hegemonía mundial, como han hecho los imperios clásicos hasta ahora, sino un mundo movido por mecanismos multilaterales. Y esa afirmación se ha vuelto a escuchar de forma insistente esta semana en el segundo Foro del Cinturón y la Ruta, un gran evento celebrado hasta ayer en la capital china en el que mandatarios de más de cien países se han reunido para debatir sobre este proyecto, para el que se ha invertido o comprometido ya un capital de 877.000 millones de euros. «Buscamos una cooperación internacional limpia y transparente que sea respetuosa con las leyes de los países participantes», sentenció el presidente Xi Jinping durante el discurso inaugural.
Foro del Cinturón y la Ruta. En la reunión se han cerrado acuerdos de cooperación por valor de 57.400 millones
Países en vías de desarrollo. Temen que los proyectos terminen endeudándoles por encima de sus posibilidades y necesidades
Pero no todos están convencidos de las buenas intenciones de China. Una gran parte de los países occidentales no ocultan su recelo por la opacidad del régimen y por la falta de mecanismos de gobernanza alineados con las prácticas internacionales. Por otro lado, algunos de los países en vías de desarrollo que en un inicio acogieron la idea de Xi con entusiasmo, atraídos por la posibilidad de subirse al carro del milagro económico chino, ahora temen que las infraestructuras que han diseñado junto a China para hacer realidad esta nueva Ruta de la Seda terminen endeudándoles por encima de sus posibilidades y no sean realmente necesarias.
Para China todo son ventajas: sus empresas se adjudican importantes proyectos por todo el mundo, de forma que pueden equilibrar el frenazo económico en casa, el Gobierno gana influencia allí donde lleva a cabo proyectos, y muchos de estos facilitarán también la conectividad con su territorio, algo que siempre propicia el comercio. Buen ejemplo de ello es el gran plan ferroviario para enlazar China con Singapur a través del sudeste asiático. Países clave en esa ruta, como Laos o Tailandia, no tienen el capital suficiente como para financiarlo, por lo que reciben préstamos a bajo interés por parte de bancos chinos.
Su capacidad para devolverlos está en duda, y no faltan quienes también critican que ese ferrocarril no es necesario, que supone una seria amenaza para el medio ambiente, y que no se ha licitado de forma transparente. Ejemplos similares se repiten por todo el mundo: desde África, donde muchos acusan a China de haber creado un nuevo colonialismo económico, hasta Latinoamérica, donde Pekín también se ha pillado los dedos apostando por países como Venezuela.
«El Cinturón y la Ruta no es un club exclusivo. Tiene como objetivo mejorar la conectividad y promover una cooperación práctica que propicie un escenario en el que todos los participantes salgan ganando y compartan un desarrollo común», añadió Xi el viernes en un intento por disipar los crecientes recelos que provoca su visión del mundo. El presidente chino también afirmó que su país no busca el superávit comercial -principal punto de fricción con Estados Unidos-, y que tendrá en cuenta tanto la sostenibilidad económica como medioambiental de los proyectos.
Pero, consciente de que China no puede exigir que el mundo se abra a sus proyectos sin permitir que el mundo entre en China, ayer Xi volvió a prometer más reformas económicas que continúen con la apertura que el país inició en 1978, y se opuso al proteccionismo. Aunque en ningún momento mencionó a su homólogo estadounidense, Donald Trump, la guerra comercial con la superpotencia americana estuvo muy presente durante todo el foro, que ayer concluyó sin ninguna declaración sustancial.
Reunir a mandatarios de más de medio mundo ha sido un éxito para Xi, pero que todos ellos no hayan sido capaces de firmar nada más allá de un compromiso por el desarrollo sostenible demuestra que China todavía tendrá que esforzarse mucho para lograr que su liderazgo mundial sea aceptado. Xi tuvo que conformarse con clausurar la cita con el anuncio de que durante el foro se han cerrado acuerdos de cooperación por valor de 57.400 millones de euros. Su dinero sí que es bienvenido.
Participar en la nueva Ruta de la Seda que China ha ideado para vertebrar el mundo puede reportar grandes beneficios a las empresas europeas. En consorcio o solas, las más avispadas pueden participar en la construcción de las grandes infraestructuras que van alargando la lista proyectada por el presidente Xi Jinping. Y, por si fuese poco, la colaboración puede servir también para avanzar en el suculento mercado chino.
No obstante, en Bruselas preocupa la creciente influencia que China ejerce en la Unión Europea, y también que cada país miembro negocie por cuenta propia y no con una voz común. Eso ha llevado a que un buen número de Estados desenrollen la alfombra roja para recibir a Pekín mientras la Unión como bloque endurece las normas que regulan la llegada de la inversión china, tan deseada por quienes están en dificultades económicas como rechazada por los que añoran una UE con peso internacional. Entre esos últimos se encuentra el ministro de Economía de Alemania, Peter Altmaier, uno de los participantes en el foro de esta semana en Pekín: «Los grandes países de la UE no quieren negociar memorandos bilaterales con China -algo que Estados como Italia, Portugal o Grecia sí que han hecho-, sino gestionar la relación como un bloque», afirmó Altmaier el viernes.
En líneas similares opinó el vicepresidente de la Comisión Europea, Maros Sefcovic. En una entrevista concedida al 'South China Morning Post', aseguró que la falta de transparencia en la gobernanza del gigante asiático es un problema para aumentar la cooperación entre los dos territorios, y que la visión europea, más comprometida con la sostenibilidad, resulta más adecuada para el desarrollo mundial.
«Nosotros evitamos la trampa de la deuda y nos preocupamos por el impacto medioambiental y social de los proyectos», dijo, en declaraciones que apoyan el plan para mejorar la conectividad global que la UE presentó el año pasado. «Nuestra relación comercial con China se ha hecho tan importante que ha forzado a la UE a mirarla con lupa. Por eso hemos pasado mucho tiempo debatiendo cómo debe ser en el futuro, algo que se refleja en nuestra nueva estrategia para China», añadió Sefcovic al diario de Hong Kong. Esa estrategia ya considera a la segunda potencia mundial «un rival estratégico».
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