La Provincia de Jorasán del Estado Islámico, también conocida por las siglas ISIS-K, ISKP e ISK, es la rama del movimiento del Estado Islámico que opera en Afganistán, tal y como ha sido reconocido por los líderes del Estado Islámico en Irak y Siria.
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El ISIS-K se fundó oficialmente en enero de 2015. En poco tiempo, logró consolidar el control territorial en varios distritos rurales del norte y noreste de Afganistán, y lanzó una campaña letal a través de este país y de Pakistán. En sus primeros tres años, el ISIS-K lanzó ataques contra grupos minoritarios, zonas e instituciones públicas y objetivos gubernamentales en las principales ciudades de Afganistán y Pakistán.
En 2018, se había convertido en una de las cuatro organizaciones terroristas más mortíferas del mundo, según el Índice de Terrorismo Global del Instituto para la Economía y la Paz.
Pero tras sufrir importantes pérdidas territoriales, de liderazgo y de efectivos ante la coalición liderada por Estados Unidos y sus socios afganos –que culminaron con la rendición de más de 1 400 de sus combatientes y sus familias al gobierno afgano a finales de 2019 y principios de 2020– la organización fue declarada, por algunos, como derrotada.
El ISIS-K fue fundado por antiguos miembros de los talibanes pakistaníes, los talibanes afganos y el Movimiento Islámico de Uzbekistán. Sin embargo, con el paso del tiempo, el grupo ha ido captando militantes de otros grupos.
Uno de los puntos fuertes del grupo es su capacidad para aprovechar la experiencia local de estos combatientes y comandantes. El ISIS-K comenzó a consolidar su territorio en los distritos del sur de la provincia de Nangarhar, situada en la frontera noreste de Afganistán con Pakistán, donde se encontraba el antiguo bastión de Al Qaeda en la zona de Tora Bora.
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El ISIS-K utilizó su posición en la frontera para obtener suministros y reclutas de las zonas tribales de Pakistán, así como la experiencia de otros grupos locales con los que forjó alianzas operativas.
Hay pruebas sustanciales que demuestran que el grupo ha recibido dinero, asesoramiento y formación del núcleo organizativo del grupo Estado Islámico en Irak y Siria. Algunos expertos han situado esas cifras en más de 100 millones de dólares.
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La estrategia general del ISIS-K pasa por establecer una red para que el movimiento del Estado Islámico expanda su llamado califato a Asia central y meridional.
Su objetivo es consolidarse como la principal organización yihadista de la región, en parte aprovechando el legado de los grupos yihadistas que le precedieron. Esto es evidente en el mensaje del grupo, que atrae tanto a los combatientes yihadistas veteranos como a las poblaciones más jóvenes de las zonas urbanas.
Al igual que su homónimo en Irak y Siria, el ISIS-K aprovecha la experiencia de su personal y las alianzas operativas con otros grupos para llevar a cabo ataques devastadores.
Estos ataques se dirigen a minorías como las poblaciones afganas Hazara y Sikh, así como a periodistas, trabajadores humanitarios, personal de seguridad e infraestructuras gubernamentales.
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El objetivo del ISIS-K es crear el caos y la incertidumbre en un intento de empujar a los combatientes desilusionados de otros grupos a sus filas, y poner en duda la capacidad de cualquier gobierno para proporcionar seguridad a la población.
El ISIS-K considera a los talibanes afganos como sus rivales estratégicos. Califica a los talibanes afganos de «asquerosos nacionalistas» con ambiciones de formar un gobierno limitado a las fronteras de Afganistán. Esto contradice el objetivo del movimiento Estado Islámico de establecer un califato global.
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Desde su creación, el ISIS-K ha tratado de reclutar a miembros talibanes afganos y ha atacado posiciones talibanes en todo el país.
Los esfuerzos del ISIS-K han tenido cierto éxito, pero los talibanes han conseguido frenar los desafíos del grupo mediante ataques y operaciones contra el personal y las posiciones del ISIS-K.
Estos enfrentamientos se han producido a menudo junto con la potencia aérea estadounidense y afgana y las operaciones terrestres contra el ISIS-K, aunque todavía no está claro hasta qué punto se han coordinado estas operaciones.
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Lo que está claro es que la mayor parte de las pérdidas de personal y liderazgo del ISIS-K fueron el resultado de las operaciones dirigidas por Estados Unidos y Afganistán, y de los ataques aéreos estadounidenses en particular.
Al ser una organización relativamente debilitada, los objetivos inmediatos del ISIS-K son reponer sus filas y subrayar su determinación mediante atentados de gran repercusión. Esto puede ayudar a garantizar que el grupo no se convierta en un actor irrelevante en el panorama afgano-pakistaní. Está interesado en atacar a los socios estadounidenses y aliados en el extranjero, pero la medida en que el grupo es capaz de inspirar y dirigir ataques contra Occidente es una cuestión que ha dividido a la comunidad militar y de inteligencia estadounidense.
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En Afganistán, sin embargo, el ISIS-K ha demostrado ser una amenaza mucho mayor. Además de sus ataques contra las minorías afganas y las instituciones civiles, el grupo ha atacado a trabajadores de ayuda internacional, ha saboteado los esfuerzos de retirada de minas terrestres e incluso intentó asesinar al principal enviado de Estados Unidos a Kabul en enero de 2021.
Todavía es demasiado pronto para saber en qué beneficiará la retirada de Estados Unidos de Afganistán al ISIS-K, pero el atentado en el aeropuerto de Kabul pone de manifiesto la continua amenaza que supone el grupo.
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A corto plazo, es probable que el ISIS-K continúe con sus esfuerzos para sembrar el pánico y el caos, perturbar el proceso de retirada y demostrar que los talibanes afganos son incapaces de proporcionar seguridad a la población.
Si el grupo es capaz de reconstituir algún nivel de control territorial a largo plazo y reclutar más combatientes, lo más probable es que esté preparado para reaparecer y plantear amenazas a nivel nacional, regional e internacional.
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Este artículo ha sido publicado en The Conversation
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