miguel pérez
Domingo, 2 de mayo 2021, 01:01
«Ha llegado la hora de poner fin a la guerra más larga de Estados Unidos». El deseo expresado hace unos días por el presidente estadounidense, Joe Biden, se materializó este sábado con el inicio oficial de la retirada de sus tropas de Afganistán. ... Aunque un centenar de militares de la fuerza multinacional de la OTAN destinado a labores de soporte ya abandonó el país el pasado jueves, el grueso del contingente americano ha empezado en las últimas veinticuatro horas el regreso a casa en un proceso que se prolongará hasta el 11 de septiembre. Una fecha elegida a propósito por la Casa Blanca porque entonces se cumplirá el veinte aniversario de los mortíferos atentados de 2001 contra las Torres Gemelas.
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A tenor de las limitadas imágenes de la operación, ese repliegue se asemeja a un enjambre de avispas artilladas. Esta semana los helicópteros han cruzado repetidamente los cielos alrededor de Kabul para organizar el transporte de material y efectuar labores de vigilancia. El Pentágono ha enviado a la zona dos bombarderos y un portaaviones con el fin de «proteger a las tropas en su retirada», según señaló el comandante de las fuerzas estadounidenses en Medio Oriente, el general Kenneth McKenzie, ante la eventualidad de que los talibanes aprovechen el supuesto momento de debilidad para perpetrar ataques.
En total, está prevista la evacuación de 25.000 soldados y 16.000 contratistas de Estados Unidos, aparte de 7.000 militares de la OTAN. Nada que ver con los 100.000 efectivos que ocuparon el país en los momentos más álgidos entre 2001 y 2010. Tras el atentado de Nueva York, el Ejército americano invadió Afganistán y desalojó del poder al régimen talibán. Ahora, con su marcha, los aliados dejarán atrás 2.000 cruces correspondientes a los militares muertos en estas dos décadas en atentados con explosivos o enfrentamientos armados. La ONU ha garantizado que, a medida que las tropas abandonen la región, ésta recibirá un paquete de ayudas económicas para garantizar el acceso de la población a los servicios esenciales, construir infraestructuras y promover «una paz justa y duradera».
Más allá de la capacidad de movilización humana, la dificultad del repliegue estriba en el desmantelamiento de las múltiples bases repartidas por Afganistán y el transporte de miles de equipos, vehículos, armas y aeronaves. La Administración norteamericana considera un «gran desafío» la operación logística necesaria para no dejar rastro de su presencia militar después de veinte años de conflicto. Calcula un plazo de tres meses hasta su conclusión.
En este escenario ocupa un lugar destacado la seguridad. El Pentágono explicó este sábado que su máxima preocupación es conseguir una retirada protegida de la amenaza talibán. Los insurgentes, según sus datos, son más numerosos que hace diez años y controlan una superficie mayor de territorio. No obstante, EE UU rechaza que sus tropas vuelvan a casa bajo el signo de la derrota, tal y como en su momento sucedió con el despliegue ruso. Al contrario, el propio Biden expuso que la actual retirada obedece a que se ha cumplido el objetivo de evitar que Afganistán se convirtiera en una base para coordinar nuevos atentados contra Estados Unidos.
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También las fuerzas de seguridad locales han entrado en estado de alerta. «Los talibanes podrían intensificar la violencia» aprovechándose de las maniobras para la evacuación, declaró el ministro de Interior, Hayatulá Hayat. El consejero de seguridad nacional afgana, Hamdulá Mohib, consideró igualmente que los insurgentes «podrían elegir la guerra».
En todo ello existen hechos fatídicos que alimentan esta hipótesis. Los extremistas se hicieron eco este sábado del inicio del repliegue a su manera; es decir, con dos atentados con coches bomba que causaron al menos 32 muertos. Uno de ellos se produjo cerca de una base aérea en Parwan. Mató a dos agentes de seguridad y dejó heridas a 25 personas cerca de una mezquita. Solo horas antes, una explosión frente a una casa de invitados en la provincia de Logar se saldó con al menos 30 fallecidos y 60 heridos.
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En medio de una compleja situación política y con las conversaciones de paz en Doha lastradas por constantes atentados, la población vive atemorizada. Nadie descarta que a partir de septiembre los talibanes intenten reinstaurar el régimen fundamentalista con el que gobernaron el país entre 1996 y 2001.
El presidente, Ashraf Ghani, afirma que las tropas gubernamentales son «totalmente capaces» de resistir a los insurgentes, aunque el Pentágono mantiene serias dudas y no descarta que el Ejército local se quiebre, el Estado se desmorone y todo termine en una cruenta guerra civil. «La inteligencia, el apoyo de fuego, es lo que les da una ventaja sobre los talibanes. Y todo eso desaparecerá», advirtió el general MacKenzie en su explicación sobre la despedida de las fuerzas aliadas.
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Los talibanes consideran una «traición» que la retirada de las tropas aliadas no hubiera finalizado el 1 de mayo -según anteriores acuerdos-, sino que por el contrario haya comenzado en esta fecha.
Por eso este sábado mostraron su cólera con dos atentados en sendas provincias afganas -Parwan y Logar- mediante la explosión de sendos coches bomba. Al menos, 32 personas murieron y casi un centenar resultaron heridas.
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