Pablo M. Díaz
Corresponsal en Pekín
Martes, 29 de marzo 2022, 20:13
Con su política de 'covid 0', basada en el cierre de fronteras y en confinamientos y pruebas masivas cada vez que surge un rebrote, China ha mantenido a raya al coronavirus. Pero se halla en un callejón sin salida por la irrupción de la contagiosa ... variante Ómicron, que ha provocado la peor ola desde el cierre de Wuhan y el resto de la provincia de Hubeia a finales de enero de 2020. Sin una estrategia para salir de la emergencia sanitaria, Pekín sigue aferrándose a medidas draconianas mientras el resto del mundo se ha adaptado a convivir con el virus.
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Shanghái ha sido confinada nueve días para hacer la prueba del coronavirus a sus 25 millones de habitantes y la provincia nororiental de Jilin, con otros 24 millones, lleva dos semanas cerrada. Los encierros domiciliarios afectan a millones de personas, incluso en ciudades donde no se han detectado contagios. Las autoridades locales los aplican de forma preventiva para evitar ser destituidos por el Gobierno central.
En estos tres primeros meses, China ha detectado siete veces más casos de coronavirus que durante todo el año pasado. Según las autoridades, el 95% de las infecciones son leves o asintomáticas. Pero, después de dos años de controles y restricciones, entre los chinos aflora la fatiga psicológica porque no vislumbran la salida de la pandemia. Prueba de ello son las peleas que se están viendo los últimos días entre los desesperados confinados y los sanitarios con trajes especiales encargados de vigilar las cuarentenas, así como la muerte de pacientes que no pueden llegar a los hospitales y los suicidios de enfermos que no reciben sus medicinas.
A ello se suma el fuerte impacto económico que provocará no solo en China sino en todo el mundo el confinamiento de Shanghái, cuyo puerto es el primero del planeta en tráfico de mercancías. Un parón ahora agravará la ya de por sí atascada cadena global de suministros. Multinacionales como Toyota, Volkswagen y Audi han cerrado sus fábricas en la provincia de Jilin y otras como Foxconn, proveedor de Apple, y otras grandes firmas tecnológicas, interrumpieron su actividad durante el confinamiento de Shenzhen.
A pesar del coste económico y social, el jefe del comité epidemiológico que asesora al Gobierno, Liang Wannian, ha advertido de que China no cambiará su política de 'Covid 0' hasta que se vea cómo evolucionan la contagiosidad y la letalidad del virus. Aunque la mortalidad de Ómicron es menor que la de variantes anteriores, las autoridades son conscientes de que el levantamiento de las restricciones dispararía exponencialmente los casos y, como consecuencia, las muertes. Un coste en vidas que no están dispuestas a asumir porque el régimen de Pekín se enorgullece de su baja mortalidad frente a la sangría que el coronavirus ha desatado en el resto del mundo.
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Junto a las sospechas sobre la efectividad de las vacunas chinas, el motivo principal para seguir con los confinamientos es político, ya que en otoño se celebrará el XX Congreso del Partido Comunista, en el que el presidente Xi Jinping se perpetuará en el poder.
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