La inhabilitación y la cárcel –donde ha sufrido torturas– han conformado una leyenda de dignidad de este político que contrasta con la imagen cada vez más deshecha de Maduro
Tulio Hernández
Martes, 11 de julio 2017, 12:50
Eso, literalmente, un factor de perturbación, es lo que ha representado Leopoldo López para la cúpula que gobierna a Venezuela desde enero de 1999. Por esa razón ha sido el más perseguido, atacado y vilipendiado entre todos los dirigentes políticos de la resistencia democrática.
La persecución comenzó de manera formal el día que una empresa de opinión le informó a Hugo Chávez que por primera vez desde diciembre de 1997, cuando el militar ex golpista comenzó a liderar las encuestas para las elecciones presidenciales de 1998, alguien lo superaba en la simpatía popular. Ese alguien se llamaba Leopoldo López, por entonces alcalde del municipio Chacao, quien recién había comenzado una atrevida campaña de imagen que preparaba su candidatura al cargo de alcalde metropolitano de la ciudad de Caracas.
Según la fuente que nos informaba a quienes por aquellos días, hablo del año 2008, formábamos parte del equipo de campaña de López, Chávez se incomodó hasta la ira por el informe que, además, le daba un 70% de intención de voto en la capital venezolana, lo que lo hacía un candidato imbatible a una de los más representativos cargos públicos del país.
La vanidad de Chávez, ya lo sabíamos, era infinita. También su olfato político. Paladeaba los baños de amor de las masas como un infante con juguetes siempre nuevos. Se sabía amado, venerado, idolatrado por las multitudes que lo aclamaban. Y sin embargo las cifras de aceptación de López fueron un baño de agua fría que encendieron sus alarmas.
«Hay que frenarlo como sea», dicen que ordenó de inmediato. Y así se tomó la medida, tan ilícita como su encarcelamiento en el 2014, de inhabilitarlo políticamente. Jefe supremo en un Gobierno en el que no había, ni hay en el presente, autonomía de poderes, el Comandante en Jefe le ordenó de inmediato al Contralor General de la República de entonces, un oscuro funcionario de apellido Russián, que sacara de juego a Leopoldo e impidiera que se presentara a las elecciones municipales.
Russián cumplió la orden. Utilizando un ardid jurídico, inculpó a López de malversación de fondos y con ese argumento sentenció un castigo hecho a la medida del presidente, lo inhabilitaron políticamente hasta el 2014, lo que significaba que no podría optar durante ese tiempo a ningún cargo de elección pública.
Chávez se había salido con la suya. Pero la condena no detuvo a López. Los años que siguieron los dedicó a recorrer el país consolidando su organización política, Voluntad Popular (VP), hasta convertirlo en un movimiento nacional y una de las fuerzas más importantes de la oposición democrática.
Las calles se calentaron
Lo que siguió después lo conocemos todos. Voluntad Popular condujo en 2014 uno de los movimientos de protestas más contundentes contra el régimen rojo. Las calles se calentaron por varios meses. El Gobierno de Maduro dejó caer el antifaz democrático que usaba Chávez y todo el mundo comenzó a identificar el rostro totalitario que la máscara ocultaba. López, junto a otros dirigentes de su partido, acusado de promover las muertes que el propio aparato represivo del Gobierno había causado, fue condenado a prisión.
Para sorpresa de todos, incluyendo la del Gobierno, López –que pudo hacerlo– no huyó. Se entregó en un acto público convirtiéndose a mediano plazo en un símbolo de la resistencia democrática venezolana y del carácter autoritario y represivo del Gobierno.
Tres años después, luego de padecer torturas y vejaciones de todo tipo, en medio de una saga de protestas que ya llega a los cien días, un Leopoldo López ya con canas se convierte de nuevo en el centro de un procedimiento que puede cambiar el curso de los acontecimientos en un país donde la incertidumbre es lo único seguro.
Las redes sociales y los pocos medios libres que aún quedan en el país se revientan de análisis, sospechas, polémicas y especulaciones. Desde quienes consideran el traslado a casa un triunfo de la democracia hasta quienes suponen que algo se debe haber negociado a cambio.
Lo cierto es que casi una década después López sigue siendo la más grande piedra molesta en la bota militar del chavismo devenido en madurismo. Que su casa por cárcel es la primera gran muestra de debilidad de un Gobierno que ha hecho de la soberbia un camino seguro al cadalso. Que si el objetivo era desinflar los ánimos de la protesta, el pequeño triunfo y las propias declaraciones públicas de López y los suyos no han hecho más que inflamarlas. Y ha quedado claro que el líder de VP es un político duro de vencer. La inhabilitación y la cárcel, la campaña para convertirlo en un «monstruo terrorista», no han hecho otra cosa que conformar una leyenda planetaria de dignidad que contrasta con la imagen cada vez más torpe y deshecha, de cadáver insepulto, que acompaña a Maduro.
Límite de sesiones alcanzadas
El acceso al contenido Premium está abierto por cortesía del establecimiento donde te encuentras, pero ahora mismo hay demasiados usuarios conectados a las vez.
Por favor, inténtalo pasados unos minutos.
Sesión cerrada
Al iniciar sesión desde un dispositivo distinto, por seguridad, se cerró la última sesión en este.
Para continuar disfrutando de su suscripción digital, inicie sesión en este dispositivo.
Comentar es una ventaja exclusiva para registrados
¿Ya eres registrado?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.