La República de Guatemala vive la celebración de la XXVI Cumbre Iberoamericana con sensaciones contradictorias. Por un lado, ha elevado el sentimiento de orgullo nacional entre la población pero por otro ha acrecentado aún más el hartazgo político de buena parte de los 17.000. ... 000 millones de guatemaltecos, muchos de ellos en situación de pobreza.
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Las autoridades, con el discutido presidente Jimmy Morales al frente, han tratado de dar la máxima relevancia a la gran cita de los presidentes iberoamericanos. Entre los éxitos de los que pueden presumir es la presencia de 17 de los 22 jefes de Estado y de Gobierno, una cifra muy superior a la de anteriores ediciones.
Que hay una cumbre en Guatemala se percibe desde la escalerilla del avión. Por los carteles y por la alfombra roja jalonada de soldados vestidos de gala que esperan en posición de firmes a unos mandatarios que el miércoles han ido llegado a cuentagotas.
Otro de los elementos inusuales en estos días es el despliegue de seguridad. Retenes de soldados y policías se suceden a escasa distancia durante los 60 kilómetros que separan el aeropuerto de La Aurora de Antigua, la ciudad que ejerció de capital durante el dominio español y sede de la Cumbre.
Es en esta joya colonial donde con más intensidad se vive la Cumbre. Sus cerca de 45.000 habitantes compaginan sus tareas del día a día con las caravanas policiales y militares que escoltan a cada uno de sus actos a los presidentes y los jefes de Estado. Hay uno de ellos que destaca por su atracción, quizá el único. El miércoles, Felipe VI se bajó del avión que le llevó a Guatemala desde Perú y se fue directo al centro de Antigua para visitar el Centro de Formación de la Cooperación Española. A la salida una multitud le esperaba. Unos, la colonia española, para gritarle «viva España» y otros, la población local, para «comprobar si es tan alto» o «tan guapo como dicen». El Rey les dedicó un buenas noches a todos y estalló el júbilo. Después se subió en un imponente todoterreno y se fue a través de las calles cortadas al tráfico.
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Dos cuadras y medio más arriba, como se denomina en Guatemala a las manzanas urbanas, Marcelo y Gueto comparten un vino de la tierra. «Hacen cola para que les den un buenas noches y se van tan contentos», ironiza Marcelo, dueño de un cuidado restaurante que entre sus tapas ofrece paella o gazpacho.
Uno y otro se toman la Cumbre un poco a broma. Se les encienden los ojos al saber que han venido 17 jefes de Gobierno y Estado a su país. Pero a continuación se preguntan para qué sirven estas reuniones. «Mucho lujo y caravanas de coche pero ¿de qué sirven?, porque a mí nunca me han beneficiado para nada», insiste Marcelo. «Y de lo mio qué», añade Gueto.
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Este es precisamente uno de los grandes problemas que tienen las cumbres. Por mucho que se ha esforzado la Secretaría General Iberoamérica, nunca ha logrado explicar los logros de la Comunidad. Aunque los hay y muchos, sostienen.
Quizá el más ambicioso haya sido el intento de crear un Erasmus iberoamericano, un proyecto del que se habla cumbre tras cumbre pero que no se concreta. Para España, que carga con un 60% del presupuesto, es indudable que les abren muchas puertas al otro lado del Atlántico. Paralelo a la Cumbre, hay un encuentro en Antigua de más de 650 empresas, con las grandes del Ibex-35 a la cabeza.
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A los países más pobres también les convienen. Son escuchados, se tratan de tú a tú con los grandes y pueden arrancar proyectos de cooperación. Pero los más importantes de América Latina, a excepción de México, hace tiempo que perdieron el interés.
Mientras presidentes y empresarios se reunen y los militares hacen guardia la vida continúa en Antigua. Y hay quienes aprovechan la coyuntura. «Mirad, ahí muchas cámaras». La frase la pronuncia uno de los integrantes de una larga caravana de médicos que marcha huelga para exigir un aumento salarial. El lugar donde están las cámaras es el Centro de Formación de la Cooperación Española, en donde se espera al Rey y a Pedro Sánchez. Un buen escaparate.
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