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nerea aurrecoechea
Sábado, 5 de junio 2021, 19:04
Perú se dispone a dar un salto de fe, de esos que nos ponen ante un abismo al que confiamos en no caer a pesar de las leyes de la física. Porque la fe consiste en eso, en tener confianza en lo aparentemente imposible. Lo ... imposible era que Keiko Fujimori pudiera presidir el país que mantiene a su padre, Alberto –mandatario entre 1990 y 2000–, preso por delitos contra los derechos humanos. Contra toda lógica, y contra la historia también, los votos pueden poner hoy a Keiko al frente del país con tal de que no gane su rival en la segunda vuelta de las elecciones, el maestro rural Pedro Castillo, conservador y religioso pero portavoz de cambios radicales, que no ha dudado en aceptar el apoyo del partido marxista leninista Perú Libre.
Para calibrar el tamaño del favor que los peruanos están dispuestos a hacer a los Fujimori hay que recordar que Keiko ha sido acusada de pertenencia a organización criminal y blanqueo de capitales, por los que se encuentra pendiente de juicio y piden para ella 30 años de prisión. Ya pasó más de un año en la cárcel para que no interfiriera en las investigaciones que se seguían contra ella. Una victoria electoral le daría la inmunidad necesaria para retrasar el proceso y hasta lograr que se olviden sus culpas.
La favorita en esta lid fue además, desde 2016, jefa de la oposición en el Congreso peruano, tras perder aquellas elecciones frente a Pedro Pablo Kuczynski. Durante ese tiempo su objetivo como número uno de Fuerza Popular fue obstruir la labor del nuevo presidente de Perú. La falta de entendimiento continuó con Martín Vizcarra, el vicepresidente primero, que sucedió en 2018 a Kuczynski cuando éste dimitió, y desembocó en la disolución del Congreso y la convocatoria de unos nuevos comicios en 2020.
Fujimori, de 45 años, es una veterana en la política del país. Está formada en administración de empresas en Estados Unidos y representa a la derecha económica y social peruana. Casada con el estadounidense Mark Vito, sobre el que pesa también una investigación por delitos de corrupción, es madre de dos niñas de 11 y 13 años. Su paso por prisión acentuó su religiosidad, cercana a las tesis evangélicas y hostil a las políticas de género y la ampliación de derechos para las minorías sexuales. También ha defendido levantar las cuarentenas por la pandemia para recuperar la actividad productiva.
No son estas tesis las que decidirán a los votantes. Entre un 8% y un 10% son leales a Keiko sea cual sea su ideario. Tan solo porque son fieles a su padre y ven en ella la continuación del fujimorismo. Pero entre su electorado tradicional, el de la derecha, había perdido credibilidad y al inicio de la campaña un 72% de los peruanos aseguraba que nunca iba a votar por ella. Estos números han cambiado según se acercaba la segunda vuelta y muchos ciudadanos asumen que Keiko es la única opción frente al otro candidato, enemigo del capital y de lo establecido. Así, esta semana la oposición a Fujimori se ha reducido al 45%.
El nombre que explica este vaivén es Pedro Castillo, que el 11 de abril se hizo con el 19% de las papeletas, mientras que Keiko Fujimori obtuvo un 13,3%. Castillo, de 51 años, es líder del sindicato de maestros y su primer gran contacto con la política peruana fue como gestor de una huelga general que en 2017 puso en jaque al Gobierno de Kuczynsky. Tiene el apoyo cerrado del campesinado, y su bandera, bajo el lema «no más pobres en un país rico», es la derogación de la Constitución de 1993, creada por Alberto Fujimori y abiertamente neoliberal.
Para muchos peruanos persisten las dudas sobre las críticas que ha hecho a instituciones como el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo o la misma separación de poderes. En su discurso habla de la «nacionalización» del sector minero y energético, o la «limitación de importaciones». Y de ahí procede otro de los temores que pueden restarle apoyos. Estas ideas pertenecen no tanto a Pedro Castillo como al partido Perú Libre, por el que aspira a la presidencia. Un partido dirigido por el médico 'marxista leninista' Vladimir Cerrón, condenado por un delito de corrupción que le impidió optar él mismo a la presidencia.
Castillo, casado con una maestra como él, padre de tres hijos y absolutamente hermético sobre su vida privada, ha intentado despegarse de su 'mentor' y acercarse al centro. Pero el vaivén puede incluso decepcionar a los izquierdistas puros, que esperan el cumplimiento de unas promesas a su juicio imprescindibles para que Perú deje atrás la 'era Fujimori'.
En cualquier caso, lo que sí ha conseguido Castillo es proporcionar a Keiko una masa de adhesiones con la que no contaba. Entre ellas, las del escritor Mario Vargas Llosa y su hijo Álvaro, enemigos declarado del fujimorismo desde hace 30 años, cuando el premio Nobel perdió frente a Alberto Fujimori las elecciones de 1990. «Yo quiero creer en Keiko Fujimori», afirmó la pasada semana Álvaro Vargas Llosa, que le da el beneficio de la duda de no quebrantar la democracia como lo hizo su padre en 1992 cuando dio un «autogolpe» de Estado.
Hoy llega la hora de la verdad para Perú, y para Keiko, que si pierde en esta segunda vuelta, como lo hizo en 2011 y en 2016, se deberá enfrentar a un futuro en el que los barrotes de una prisión podrían poner fin a su aventura política.
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