dagoberto escorcia
Domingo, 25 de septiembre 2022, 00:20
El próximo domingo Brasil entero juega uno de los partidos más importantes de su historia. No será por el título mundial de fútbol, su deporte favorito. No. Es un partido por el futuro de los brasileños. Y también está en juego su democracia, volver a ... crecer o seguir atascado. Progreso o retraso. Son las elecciones a la presidencia, y en ellas, este país que parece feliz, pero en el que la tristeza no tiene fin, como cantaba Vinicius de Moraes, se lo juega casi todo. Los máximos favoritos a ocupar el Palacio de Planalto son de sobra conocidos por el pueblo brasileño. El actual presidente, Jair Messias Bolsonaro (67 años), y el expresidente entre los años 2003-2010, Luiz Inácio Lula da Silva (76 años).
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Otros cuatro candidatos han entrado en la disputa pero con pocas opciones para dirigir uno de los países más grandes del mundo, de los más poblados (casi 214 millones de habitantes), con uno de los mayores índices de fallecidos por la pandemia del virus COVID (685.428) y también de afectados (34,5 millones de casos confirmados), con una inflación del (8,8%), con una tasa de desempleo del 13,2%, en el que se considera que 33,1 millones de personas no tienen para comer diariamente. Y especialmente un país en el que sus ciudadanos consideran que existe una gran corrupción.
Algunos analistas tildan esta convocatoria a las urnas como las elecciones del miedo. Un miedo que tiene múltiples orígenes. Primero porque hay un debilitamiento de la confianza institucional, porque la población desconfía del Tribunal Supremo, también del Tribunal Superior Electoral, y de las urnas electrónicas. «Los recelos son alimentados en gran medida por la actual presidencia, que en más de una ocasión ha declarado que si no gana las elecciones, las pruebas del fraude serán evidentes.
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Esta incredulidad institucional nos lleva a un área de preocupación. Dependiendo del resultado, especialmente si Lula es elegido, es seguro que una parte de la población, apoyada por el presidente Bolsonaro, no aceptará. Así, corremos el riesgo de que se repita lo que ocurrió en Estados Unidos con respecto al rechazo del resultado electoral», comenta a este diario Juliana Bertholdi, abogada y profesora de Derechos Humanos en la PUCPR (Pontificia Universidad Católica de Paraná), en Curitiba.
«El segundo temor se basa en la injerencia militar en la democracia brasileña, igualmente avalada por la presidencia. Es difícil hacer análisis precisos cuando somos personajes de la historia, pero veo esta interferencia con gran temor. Sin embargo, es importante señalar que los tribunales brasileños y gran parte de los medios de comunicación muestran un especial cuidado en estas elecciones a la hora de llevar a cabo un fortalecimiento institucional y de aportar la mayor transparencia posible al proceso electoral», añade Bertholdi.
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La última encuesta, realizada por el instituto IPEC poco después del único debate entre los candidatos, da como ganador en primera vuelta a Lula da Silva con una ventaja de 16 puntos (47%) por 31% de Bolsonaro. En una posible segunda vuelta, la victoria del ex presidente sería por un 54% y un 35% de su rival. El debate televisivo, que tuvo récord de audiencia, destacó por la pasión y por la tensión y las acusaciones personales entre los dos principales candidatos, especialmente por parte de Bolsonaro a Lula, al que llamó varias veces «expresidiario», y en el que también el actual presidente atacó a una periodista, de la que dijo que parecía que «duermes pensando en mí», y «eres una vergüenza para el periodismo brasileño».
Nada nuevo saliendo de la boca de un político, que antes fue militar, y que en la mayoría de sus discursos abraza la defensa de las armas, la pena de muerte, la homofobia, la misoginia, el racismo. Nada extraño en un Bolsonaro que, quizás porque su segundo nombre es 'Messias', se cree protegido por lo divino. Y nada anormal en un Jefe de Estado que acude al funeral de la reina Isabel II en Londres y pronuncia un discurso desde el balcón donde reside el embajador brasileño, en el que dedica dos segundos a dar el pésame y dos minutos a continuar con su campaña electoral, intentando revertir el resultado de las encuestas. Ahí vuelve a repetir sus frases preferidas: «Somos un país que no quiere discutir la legalización de las drogas, que no quiere discutir la legalización del aborto y un país que no acepta la ideología de género», para rematar con su consigna favorita: «Dios, Patria, Familia y Libertad».
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Los 580 días en prisión
Las dudas sobre Lula no radican precisamente en ese período en el que fue perseguido y permaneció 580 días en prisión, acusado de corrupción. Durante el debate televisivo tuvo ocasión para responder con contundencia a Bolsonaro: «Él sabe las razones por las que estuve preso. Pero con todo este proceso que he pasado, hoy yo estoy más limpio que él o cualquier otro pariente suyo, porque yo fui juzgado y fui considerado inocente». Paulo Sotero, ex director del Instituto Brasil del Centro Wilson, en declaraciones a la CNN, «Brasil vive una situación trágica provocada por nosotros los brasileños, por las élites económicas de nuestro país, por la corrupción de la que no se libran los políticos. Lula hoy puede estar dando la imagen del pasado, de un hombre cansado, y Brasil es un país joven, que necesita renovación».
«Las encuestas permiten sacar algunas conclusiones: las mujeres, los negros, los indígenas, los más pobres, así como la población del Nordeste, votan mayoritariamente a Lula», sostiene Juliana Bertholdi. «Bolsonaro ha enfrentado mucha resistencia de estas poblaciones y no ha encontrado el discurso adecuado para atraer estos votos, especialmente de las mujeres. En el primer debate, fue absolutamente grosero con una periodista, lo que resonó muy mal entre las mujeres. En su discurso en la ONU, utilizó datos falsos sobre el descenso del número de feminicidios que tuvieron poca repercusión a nivel nacional. Para tratar de revertir la situación, la primera dama ha asumido un papel muy central en la campaña electoral, buscando en particular el voto de las mujeres evangélicas», analiza la abogada.
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Otros analistas creen que los votantes de Bolsonaro en general son hombres, con niveles de educación más altos, que utilizan el lema económico como principal justificación de su voto, así como conservadores, como los evangélicos, que se posicionan a favor de las agendas anti-LGTB y los derechos reproductivos de las mujeres. También hay quienes tienen un rechazo insuperable a Lula por las situaciones enfrentadas en la investigación del Lava-Jato, y por eso votan por Bolsonaro. Recientemente, las encuestas también hablan de un «voto útil» para ambos candidatos, de votantes moderados que buscan una «tercera vía» pero que, por el rechazo absoluto al adversario, acaban votando a Lula o a Bolsonaro.
Lula, sindicalista, líder del PT (Partido de los Trabajadores), fundamenta sus opciones en el país que dejó, en el que avanzó en la lucha contra el hambre, y en un país que la gente hoy extraña. «Un país de empleo, con derecho a vivir dignamente, con la frente bien alta». Bolsonaro resaltó en la 77ª Asamblea de la ONU la mejora económica de Brasil durante su mandato y avanzó que el país llegará a final de año con una economía en plena recuperación, dijo que había reducido la pobreza y el desempleo.
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No obstante, los retos del elegido presidente son muy grandes. A nivel internacional, Brasil ha perdido parte de su protagonismo y se enfrenta a una falta de credibilidad diplomática a la que no se había enfrentado antes en ningún gobierno. Es un Brasil, que según muchos analistas, ha vuelto al mapa del hambre, del que salió en 2014, que ha visto dispararse el número de feminicidios y de asesinatos homófobos/transfóbicos, y que ha deforestado la Amazonia como nunca antes.
Si Lula acaba siendo el más votado, el temor estará instalado en la reacción de Bolsonaro, que ya hace meses habló de un posible fraude y muy pocos no descartan que rechace el resultado y provoque un golpe de Estado.
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