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James Ibori, con ropajes turquesa, en su época de gobernador. Reuters
El gobernador que robaba demasiado

El gobernador que robaba demasiado

De vuelta en Nigeria. El sorprendente caso de James Ibori, encarcelado durante cuatro años en Londres, refleja la inmensa corrupción en algunos países africanos

gerardo elorriaga

Domingo, 20 de junio 2021, 00:40

l futuro laboral en Inglaterra se tornó oscuro para James Ibori cuando en 1992, como cajero de una ferretería, dejó que su esposa abandonara la tienda en la que trabajaba sin abonar los artículos seleccionados. Doce meses más tarde, fue condenado a pagar una multa de alrededor de 300 euros por gastar más de 1.150 euros utilizando una tarjeta de crédito robada. Entonces, aquel nigeriano, un joven licenciado en Economía, reconoció que el sueño inglés se había esfumado y decidió regresar a su país, frustrado y arruinado.

Pero la resurrección fue rápida. Sólo seis años después regresó a Londres para adquirir su primera mansión. Hoy, las autoridades fiscales de Gran Bretaña intentan confiscar bienes por valor de 117 millones de libras esterlinas (unos 135 millones de euros) de aquel dependiente de ética dudosa. Su caso ejemplifica la capacidad depredadora de la élite africana y la connivencia de Occidente en el expolio de los bienes públicos del continente.

La historia de un arribista sin escrúpulos y fino olfato político parece inspirada en la novela 'Bel Ami' de Guy de Maupassant y podría haber proporcionado el guión a una superproducción exótica al director de cine James Ivory, con quien guarda tanta similitud en el nombre. Pero su caso no es ficticio y revela que siempre hay segundas oportunidades para el hijo de un líder urhobo, una de las etnias que habitan el sudeste de Nigeria, rica en petróleo.

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La coyuntura propiciaba la vuelta desde Londres. El inmigrante decidió regresar al socaire de la inminente liberalización del gigante africano, tras años de férreo control militar. Como otros políticos con visión de futuro, creó un partido, posteriormente integrado en el Partido Democrático Popular, una de las grandes formaciones que protagonizan la escena nacional.

Nigeria es, sobre todo, un botín de dos millones diarios de crudo. El 'putsch' del general Sani Abacha acabó en 1993 con el sueño de elecciones en el país. El golpe no detuvo la ambición de Ibori, que ya se había curtido en los avatares políticos con una estrategia depurada que consistía, sucintamente, en venderse al mejor postor. Al parecer, apoyó al insurrecto y se integró en una entidad destinada a implementar políticas públicas. Sus detractores aseguran que, en realidad, formó parte de las fuerzas represoras del nuevo dirigente, el hombre de hierro que aplastaba toda crítica interna.

El régimen era un aliado de Occidente, su gendarme en el Golfo de Guinea, y una dictadura implacable. El gobierno castrense fue condenado por la ejecución del escritor Ken Saro-Wiva, defensor de los derechos humanos y medioambientales en la región suroriental, el hogar de Ibori, un territorio explotado por las multinacionales del petróleo, saqueado y contaminado impunemente.

La suerte de aquel aspirante a político ya había cambiado definitivamente y gestionaba tantos fondos que el FBI le interrogó en 1995 por una transferencia a Estados Unidos que suponía ligada a la estafa 419, el timo procedente de Nigeria que circula a través del correo electrónico. El funcionario pudo demostrar que se trataba de una gestión ligada a la Administración. El general Sani Abacha apenas gobernó cinco años y falleció de un infarto en la residencia oficial. La Justicia nigeriana calcula que el militar y los suyos malversaron en tan corto periodo de tiempo unos 4.000 millones de dólares (3.265 millones de euros).

Otro golpe de timón

Nigeria, por fin, enfilaba la recta democrática y la perspicacia de nuestro hombre, de James Ibori, le incitó a un nuevo golpe de timón. Se unió a las filas de Atiku Abubakar, aspirante a la vicepresidencia dentro de la candidatura de Olusegun Obasanjo, el hombre mejor posicionado para alcanzar el poder. Poco antes de las elecciones de 1999, volvió a Londres por la puerta grande. Tal vez por efecto de la beatlemanía, adquirió una residencia en la calle Abbey Road y utilizó un pasaporte falso para evitar la sombra de su pasado. No obstante, el político nigeriano cometió un error imperdonable que, años más tarde, destapó el fraude: en el documento, la fecha de su nacimiento es tan sólo un mes posterior a la de su hermana.

Los comicios encumbraron a Obasanjo y convirtieron a Ibori en gobernador del Estado del Delta, el epicentro de la explotación de los hidrocarburos. Su salario era de unos 25.000 dólares, pero, sorprendentemente, su designación le proporcionó una súbita y desmedida fortuna. No sólo canceló la hipoteca sobre su mansión en Abbey Road, sino que se hizo con otras tres propiedades inmobiliarias, incluida una en el lujoso barrio londinense de Hampstead por 2,5 millones de euros. Podría antojarse el fruto de un optimismo desmesurado, pero lo realmente increíble es que todas estas transacciones se llevaron a cabo con dinero en efectivo.

La bonanza prosiguió para Ibori gracias a sus inteligentes cambios de fidelidad. Dejó atrás a Abubakar y se convirtió en fiel aliado de Obasanjo en su propósito de cambiar la Constitución para permitir un tercer mandato. La estrategia no consiguió el apoyo necesario y el gobernador siguió buscando caballos ganadores. En 2005 su ascendiente político resulta evidente, hasta el punto de que alzó el brazo de Umaru Yar'Adua como candidato presidencial incluso antes de que la convención del partido le otorgara esta condición. Su ambición ya no tenía límites e iba más allá de los bienes raíces. Confiaba en ser elegido vicepresidente y optar, en la siguiente convocatoria, a la jefatura del Estado. En suma, lo quería todo.

Ibori tocó el cielo del Trópico, pero cayó con estrépito. Como su predecesor Abacha, Yar'Adua falleció en el cargo en 2010 y fue sustituido por el vicepresidente Goodluck Jonathan, su mayor rival en la lucha por el poder máximo. Por supuesto, una de las primeras medidas que Jonathan puso en marcha cuando asumió la dirección del país fue emprender una investigación en torno al enriquecimiento de su enemigo político.

Comprar un jet privado

Las sospechas sobre el origen de la inmensa fortuna de James Ibori ya habían generado recelos tanto en Nigeria como en Reino Unido. Comenzaron en 2005 cuando intentó comprar un jet privado en la capital inglesa y dieron lugar a un procedimiento que implicó el allanamiento del despacho de Bhadresh Gohil, el abogado y factótum de Ibori. Desgraciadamente para ambos, la Policía halló discos duros camuflados tras una pared falsa que revelaban un entramado de compañías 'offshore' para desviar el caudal. Los tribunales congelaron activos por valor de unos 20 millones de euros. Nkoyo, la esposa del gobernador, intentó poner tierra de por medio, pero fue arrestada en el aeropuerto de Heathrow. Ibori achacó la operación judicial a una persecución política.

El acoso también llamaba a su puerta. Diversas entidades tribales y ONG locales lo habían denunciado y la Comisión de Delitos Económicos y Financieros (EECC) ya lo había arrestado en 2007 por robo de fondos públicos y lavado de dinero. El comisionado anticorrupción Nuhu Ribadu llegó a reconocer que Ibori le ofreció detener el proceso a cambio de una casa en el extranjero y una bolsa con 15 millones de dólares (unos 12 millones de euros) que ni siquiera se podía levantar del suelo. El investigador rechazó el soborno y, poco después, sufrió dos intentos de asesinato.

En los buenos tiempos, James Ibori gozaba de impunidad en su latifundio particular. El Tribunal Supremo del Estado del Delta le absolvió de 170 cargos presentados por el EECC. El problema es que Jonathan lo superaba en autoridad y en 2010 los fiscales presentaron una denuncia por delitos de malversación por 217 millones de euros. No había escapatoria. Se dictó su encarcelamiento, pero los oficiales que intentaron capturarlo fueron emboscados antes de llegar a su domicilio. Mientras tanto, el gobernador volaba hacia Dubai. El alivio resultó efímero. Los Emiratos lo extraditaron a Inglaterra.

Cuatro años en la cárcel

El proceso fue largo, complicado y alcanzó a su esposa, su hermana y su amante. Los recursos de sus abogados lo ralentizaron apelando, incluso, al Tribunal Europeo de Derechos Humanos. En 2012, Ibori se declaró culpable de diez cargos, entre ellos el robo de 204 millones de euros al erario público, el lavado de dinero y la conspiración para defraudar. Sus bienes en Inglaterra fueron confiscados y se le condenó a 13 años de prisión.

Quizá pensaron que esta historia sería ejemplarizante y reparadora. Pero no se trata de una película, es la vida real. El condenado sólo cumplió cuatro años de cárcel y, una vez más, volvió a su tierra, el Delta del Níger, uno de las áreas más pobres y degradadas del país. La acogida fue multitudinaria, a pesar de las furibundas críticas vertidas desde los medios de comunicación. La clase dirigente lo cortejó impúdicamente, tal vez para beneficiarse de su amplia experiencia en el tráfico de influencias. El mismo gobierno que ha condenado sus excesos también presionó discretamente a Londres para detener su encausamiento.

Y así, el ex gobernador James Ibori se ha convertido en el ave fénix de la política nigeriana, el mago de las finanzas y el Houdini de los juicios.

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