Una familia afgana se suma a la corriente de refugiados que se desplaza por los territorios que los talibanes han conquistado. R. C.

Los afganos se preparan para vivir de nuevo bajo un rígido código de conducta talibán

El miedo cambia patrones e impulsa el fin de los símbolos occidentales, una menor actividad en internet y el aumento de los programas religiosos

GERARDO ELORRIAGA

Domingo, 22 de agosto 2021, 21:30

La mitad de la población afgana no conoció el primer Emirato talibán, un periodo breve de gobierno, pero largo en prohibiciones, vigente entre 1996 y 2001 para todo el país. Entonces, entre otras proscripciones, era un delito ver la televisión, contemplar películas o utilizar internet, ... y las mujeres quedaban recluidas en el hogar, sin poder estudiar o trabajar. El pasado martes, la presentadora Beheshta Arghand entrevistó a Mawlawi Aldulhaq, uno de los portavoces de los extremistas, en la cadena de televisión privada Tolo.

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Quizás algo ha cambiado a lo largo de estas últimas dos décadas; tal vez los radicales son conscientes de que la sociedad ha cambiado y se enfrentan a otros tiempos. Ahora bien, no necesariamente mejores. Existe la sospecha de que las nuevas autoridades rastrean las casas con listas de nombres extraídos de las redes sociales. Los siete millones de cibernavegantes nativos, una quinta parte de la población, se afanan por borrar su rastro, aunque, posiblemente, ya es tarde.

El país asiático puede parecer anclado en una difusa Edad Media, pero la modernidad también ha llegado a las estribaciones del Himalaya. La globalización, la red 4G, las series turcas y Netflix se han introducido entre amplios sectores de la población, jóvenes y urbanos. El canal Tolo fue creado en 2004 por Saad Mohseni, australiano de origen afgano, y un año después comenzó a emitir Ariana Televisión Network, iniciativa del inglés Ehsan Bayat, asimismo hijo de exiliados. Además de una emisora pública, hay cientos de radios y televisiones locales, y el 53% de los hogares kabulíes cuenta con una pantalla. Durante su primera etapa de gobierno, los fundamentalistas requisaban los monitores y, tras destruirlos, los apilaban en singulares torres catódicas. Hace cinco años, en cambio, los propios talibanes pusieron en marcha Alemarah, una app que Google retiró rápidamente.

La introducción de un régimen pivotado en la fe y ajeno a las tentaciones mundanas exigiría un apagón generalizado de todas las telecomunicaciones. Tras el triunfo radical, la programación actual en Afganistán se decanta por los temas religiosos y en algunas zonas se han cortado los suministros de la telefonía móvil, pero no es una práctica aún extendida. ¿Podría Afganistán aislarse, aún más, del resto del planeta? El coronel Pedro Baños, experto en Inteligencia y terrorismo yihadista, asegura que el bloqueo informativo sería factible y ya se ha realizado con éxito en países como Corea del Norte. Pero hay inconvenientes. «Los nuevos talibanes son inteligentes, saben idiomas y se han formado en el exterior y tratan de lavar su imagen con guiños de apertura porque precisan la ayuda económica extranjera», aduce mientras no descarta la aparición de una resistencia ciberespacial.

Nueva indumentaria

La mujer no ha abandonado aún del todo el espacio público, pero su representación se bate en retirada. Los comercios hacen desaparecer los retratos femeninos por el temor a esa furia iconoclasta que se llevó por delante los gigantes de Bamiyán. Las nuevas autoridades aspiran a imponer una homogeneización social en un país multiétnico. «Cerrarlo físicamente es muy difícil y se ha conseguido por la fuerza y temporalmente», apunta el militar español. «Tan sólo los pastunes, la etnia a la que pertenecen los radicales, cuenta con 60 tribus y 300 subtribus cuyos miembros sólo obedecen a su respectivo mulá».

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La imposición de un código de conducta 'manu militari' no ha sido inmediato, pero existe la convicción de que será instituido por esa Shura de Quetta, la cúpula talibán en el exilio pakistaní. Medidas como el veto a las universitarias o empleadas públicas se generalizarán y hay voces en el ámbito de la cooperación que sugieren que, en un futuro próximo, las mujeres tan sólo accederán a algunas parcelas de la enseñanza y la Sanidad, tal y como ha sucedido en las áreas donde los extremistas mantuvieron su autoridad.

Algunos signos exteriores evidencian lo que está por venir. El atildado Abdullah Abdullah, antes jefe del Ejecutivo y ahora dirigente del Alto Consejo de Reconciliación Nacional, órgano de transición, ha cambiado sus ternos por el 'shalwar kameez', la vestimenta tradicional formada por una camisola y pantalones holgados. La medida, también asumida por la mayoría de la población, refleja la conductiva preventiva en estos tiempos de zozobra en los que las patrullas vigilan y arrestan arbitrariamente. Por eso, en la calle ya no se protesta ante las sucursales bancarias cerradas, las tiendas más occidentalizadas han eliminado todo señal de modernidad, apenas hay presencia femenina y hasta se conduce de manera más discreta. Las peluquerías parecen abocadas al cierre porque los varones deben cubrir la cabeza y no afeitarse.

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La modernidad, en retirada

La modernidad se bate en retirada en Afganistán, según todos los indicios. «Pero, antes de analizar el proceso, deberíamos señalar que esa condición, entendida como pluralidad y consumo de bienes culturales, no se hallaba tan instaurada ahí como en Occidente. En muchos casos, su caída implica un regreso a una situación previa». Los valores se relevan por la fuerza de las armas. «Podemos volver al pasado si un poder tiránico decide impedir el progreso», advierte el sociólogo Mariano Urraco, profesor en la Udima de Madrid. El ejemplo bárbaro de los jémeres rojos en Camboya evidencia esa posibilidad. «Otra cuestión es si ese estatismo resultaría eterno ante las subterráneas dinámicas de cambio, las reivindicaciones de las nuevas generaciones y las circunstancias geopolíticas», añade.

Una plaza en un avión para huir y mantener un perfil bajo o esconderse son las opciones de quienes creyeron en una democracia que ya se ha dinamitado como sistema político. Y aunque se han realizado manifestaciones en numerosas capitales, Urraco cree que la opinión pública internacional no se ha movilizado con la dimensión que parece requerir este inquietante panorama. «Es contradictorio. Nos hemos echado a las calles por cuestiones menos importantes. En algunos casos tiene que ver con el miedo que estos individuos inspiran».

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