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Si el coronavirus no campara a sus anchas por el mundo, probablemente esta historia tendría otro desenlace. Uno en el que las sedas y los rasos casarían con brillantes y rubíes en grandes salones con históricos tapices. Pero la realidad del momento, el recogimiento obligado, ... ha provocado que el ochenta cumpleaños de la reina Margarita de Dinamarca se celebre de puertas adentro. Nada que ver con el derroche de hace cinco años. Y eso que este pasado jueves sus súbditos llenaron balcones y abrieron ventanas para cantarle el cumpleaños feliz.
Dicen de ella, y sin permiso de Belén Esteban, que es la reina del pueblo. De hecho, fue elegida en las urnas. Cuando tenía trece años, Dinamarca realizó un referéndum para revocar la ley sálica que impedía reinar a las mujeres. Y los daneses apoyaron que Margarita fuera su reina. La primera de la historia si no se tuviera en cuenta la regencia de otra Margarita, que ocupó el trono en el siglo XIV. Ella, la soberana ya octogenaria, sí que lo tiene en consideración, hasta el punto de que el día que se coronó lo hizo como Margarita II, otorgándole el privilegio a su antepasada que la historia no le dedicó.
Pero si algo caracteriza a la monarca de los daneses es su arte. En todos los sentidos. Dicen que de no haber reinado quizá se hubiera entregado al patronaje. Algunos de los vestidos que se enfunda en grandes ocasiones llevan su firma, aunque oculta bajo otra aguja. Margarita es un derroche de color, de flores, de sombreros que solo su cabeza es capazde sostener, de un joyero que hasta envidia la misma reina Isabel de Inglaterra, a quien admira y visita todos los años cuando Londres se cubre de luces navideñas. No cabe duda de que su armario está repleto de piezas imposibles dignas de exponerse en un museo, como ya ocurrió en 2018. Pero no solo cose para su propio guardarropa. Suyos son también los vestuarios, e incluso decorados, de un buen puñado de obras teatrales.
La reina de Dinamarca, que ni por asomo piensa en ceder el trono a su hijo Federico, es tan amiga de sus amigos como enemiga íntima de sus nueras. Al menos en el pasado. Ahora, con los años, con la costumbre, parece que ya ha aceptado a Mary como una de los suyos. Y eso que costó. Con recordar que fue ella, la suegra, quien eligió el vestido de novia con el que la australiana entró en la corte ya se dice bastante, más si se añade que está catalogado como el menos favorecedor de la historia de las bodas reales. Tampoco es un dato menor el que Mary no pueda ni acercarse al joyero de Margarita, que dispone de dos tiaras, la que Federico le regaló como pedida y otra que la reina le cedió para el día de la boda. Tanto es así que la princesa acudió a un 'segunda mano' a comprar una pieza de joyería antigua para alternar con qué coronarse.
De Margarita, que salvaguarda la Orden del Elefante, la máxima distinción del reino de Dinamarca, también se destaca su amor por la literatura, las artes escénicas y la repostería. Y, cómo no, los rifirrafes, lo más y los menos, que tuvo con su marido Henrik hasta el día de la muerte del eterno príncipe. Fue el consorte masculino que más se quejó de la discriminación que viven los hombres en las cortes. Quiso ser rey y nunca lo consiguió. Las esposas de los herederos se convierten automáticamente en reinas en cuanto sus maridos acceden al trono; pero los hombres mantienen su rango inferior.
Afronta la reina de Dinamarca con optimismo la nueva década. Ha distribuido en palacio una serie de imágenes de Margarita, con su heredero y el heredero del heredero. Pero parece que ambos tendrán que esperar para dar un paso al frente. Porque ella se mira en el espejo de Isabel II, que será reina hasta la muerte, una reina, por cierto, que el próximo martes soplará 94 años. Cuando el confinamiento se levante, a buen seguro Margarita abrirá las puertas de palacio para reunir al resto de casas reales europeas y brindar por la reina.
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