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El perdón. Es el título de una canción de Enrique Iglesias. De uno de sus éxitos. En Santander estuvieron a punto de dárselo. A punto, pese a todo. Los 25.000 asistentes que abarrotaron El Sardinero fueron encontrando pretextos hasta que no pudieron más. ... Cuando empezó media hora tarde (pese a los reiterados avisos de acceder con mucha antelación para evitar problemas) apenas se escuchó un reproche. Cuando se dieron cuenta de que el cantante apenas canta se miraron unos a otros con una mueca de ‘bueno, al menos lo estamos pasando bien’. Incluso cuando las carencias quedaron totalmente al descubierto en un mano a mano íntimo con una de sus coristas (en ‘Loco’), el público pasó página y siguió levantando brazos y sacando fotos. Una fiesta a base de hacer la vista gorda. Pero a las 12.25 la gota colmó el vaso. En pleno éxtasis discotequero, Enrique se dio la vuelta y adiós. Literal. Se fue cuando aún no llevaba una hora y media de concierto.
Por megafonía sonaron los acordes de ‘What a wonderful world’ del maestro Armstrong y todos se quedaron esperando. Contando los segundos con la mirada fija hacia el escenario. Dando por hecho que volvería a salir, que cantaría (o acompañaría con gestos y carreras) un par de temas más (por lo menos), que presentaría a la banda, que se despediría como es debido… Pero la voz enlatada del trompetista de Nueva Orleans dejó de sonar y allí solo salieron los técnicos para desenroscar tornillos. Y ahí, justo ahí, Enrique Iglesias se quedó sin perdón. Súbeme el bochorno. Y no, esto no nos gusta. Por no haber, no hubo ni una sola mención al Año Jubilar. Que, al fin y al cabo, era el que pagaba la fiesta.
Y eso que la noche tenía todo para salir bien. El público responde en El Sardinero (igual que con el Racing pese a los disgustos). Ellos estuvieron a la altura. Los de aquí y los muchísimos que vinieron de fuera. El montaje, también espectacular. Un fondo entero convertido en enorme pantalla, fuego, cañones de humo y un equipo de sonido que hacía vibrar los cimientos del estadio. Todo, incluidos un buen puñado de músicos –hasta diez en algunos momentos sobre el escenario al margen del protagonista–, perfecto. Incluso la actitud enérgica de Iglesias, con carreras constantes, gestos y paseos por una estructura que le permitía casi colarse entre el público (eso sí lo hizo y muy bien). Por eso, a base de perdonar todo lo demás, Santander bendijo a Enrique durante un buen rato (como tituló este periódico ayer al cierre de su edición). Las canciones, más allá de críticas musicales puristas, son divertidas y el chico ha dado con la fórmula para convertirlas en éxito en los videoclips. Justo eso parecía. Un videoclip multitudinario y, como en el youtube, todos aparecían riéndose. ‘Yo quiero estar contigo, vivir contigo, bailar contigo…’. Y venga. Es lo que tienen las noches locas.
#EnriqueIglesias Concierto lamentable de @enriqueiglesias... #Santander no se merece esto!!! El vídeo lo dice todo... pic.twitter.com/x02GcuY4zh
— Jose Echegaray (@JositoEchegaray) 15 de julio de 2017
Pero no. Así, no. En las noches locas también hay que dar la talla y ganarse el pan. Escoció más que se fuera así que el hecho de que el micro viajara en sus manos en todas direcciones menos en la de su boca (especialmente cuando tocaba una nota alta). Que solo entonara trozucos sueltos y a veces se limitara a susurrarlos. La conclusión fue una pitada generalizada y un buen puñado de gritos de «manos arriba, esto es un atraco». No sirvió de nada que hubiera explicado antes que pese a los veinte años de carrera que lleva a sus espaldas aún se pone «nervioso» cuando actúa «en España». «Perdonadme por los nervios», pidió antes de contar que nunca pudo «imaginar estar aquí en Santander con 30.000 personas veinte años después». «Es un placer, es un puto honor, estar aquí en España y soy el más feliz del mundo en este escenario». Llegó a pedir que, en las siguientes canciones, todos se olvidaran «de todos los problemas, de toda la mierda que está sucediendo». Pero es que no hubo muchas más canciones. ‘Héroe’, ‘I like it’ (con globos y papeles blancos como envoltorio) y poco más.
Se echaron en falta sus éxitos más antiguos. Nada de experiencias religiosas, enamorados por primera vez , cosas del amor… Canciones, posiblemente, más exigentes para las cuerdas vocales en directo. Ni siquiera cuando trasladó la interpretación al centro del campo, en un miniescenario más recogido y dado a las intimidades. Lo intentó con ese ‘loco’ en el que lo que más dejó en la memoria fue un larguísimo abrazo (hasta el punto de quedarse todos en silencio en un ‘bueno, ¿y qué?’) con su compañera de escenario (con una gran voz). Mucho más que la canción en sí.
Optó por la fórmula del éxito reciente desde el inicial ‘Súbeme la radio’ hasta el momento álgido del coro masivo de todo el estadio en ‘Bailando’. Pasando por ese ya típico móviles al cielo para la foto de recuerdo que hace pensar con nostalgia en los mecheros incluso a los que nunca han fumado. En la retina de fotos para el Facebook, sus paseos a la carrera por una pasarela móvil que le metía entre la multitud (un homenaje santanderino a las rampas mecánicas) y las dos o tres ocasiones en que no tuvo problema de pisar el ‘prau’ y dejarse tocar (estuvo cariñoso, en ese sentido). Y ya. No debieron contarle que con la espantada dejó llorando a una chica que venía de Galicia sólo para verle y a muchos preguntándose si en Barcelona o en Madrid se hubiera atrevido a hacer lo mismo teniendo repertorio de sobra para llenar un buen puñado de minutos más y cumplir con el mínimo exigible en un único concierto en España. Esas cosas le dejaron sin perdón. Esto, así, no nos gusta.
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