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En mi rutina cotidiana no me cruzo con gente como la que sale en 'La isla de las tentaciones', hombres y mujeres (y viceversa) exuberantes que parecen sacados de otro planeta.
Un planeta con supermercados en los que seguramente vendan silicona, implantes capilares y suplementos ... proteínicos en lugar de galletas, leche y papel higiénico, y en el que cualquier excusa sea buena para quitarse la ropa y dejar a la vista el tanga (el de ellas y el de ellos, que en eso hay igualdad máxima).
Cuesta identificarse con la muchachada que puebla este 'reality' de Telecinco, una auténtica revelación que ha convertido en celebridad a una tal Estefanía, de la que sospecho vamos a oír hablar durante una temporada.
Posiblemente la elección de estos personajes tan extravagantes esté pensada para que el resto de los seres mundanos tomemos la suficiente distancia de ellos y disfrutemos del espectáculo como si asistiéramos a un circo romano, en el que se abronca a la mujer descocada, se vitorea al hombre conquistador y se hace mofa del pobre pringado que ha sido engañado.
No hay carros ni caballos ni falta que hace. Más allá de la selección de los protagonistas, del buen ritmo y brío del montaje, y del guion con tramas adictivas que nunca decaen, parte del éxito de este programa probablemente se deba a que desata nuestros instintos más primarios.
Nadie siente de verdad que este sea un drama real y participa del show sin cargo de conciencia ninguno. Hoy son Christofer, Rubén y Estefanía, pero ya nos anuncian quiénes serán los próximos que bajarán a la arena. Tenemos lucha de fieras asegurada para largo rato.
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