Arantza Furundarena
Martes, 28 de enero 2020, 11:27
Lo mejor de Carolina de Mónaco es que para calcularle la edad no hace falta recurrir a la prueba del Carbono-14, como sí sucede con la inmensa mayoría de las celebrities que están entraditas en años. A ella basta con mirarla. Acaba de cumplir ... los 63 y, como en la copla, su cara serrana lo va diciendo... Carolina es probablemente la mujer sin operar más famosa del planeta, título que en su entorno requiere más valor que el de novillero del año. Pero es que arrojo nunca le ha faltado a la primogénita de Rainiero. De jovencita se atrevió con el París-Dakar. Y ya de mayor, con Ernesto de Hannover, que también es un deporte de riesgo, y el que probablemente la ha obligado a atravesar de verdad el desierto. Eso sí, siempre con algo de beber a mano.
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Se acerca Carolina Grimaldi a la edad de la jubilación sin actividad profesional conocida. La de primera dama de Mónaco se la arrebató la inquietante (y ella sí, retocadísima) Charlene, esposa de su hermano Alberto. Un insondable machismo dinástico le ha privado a Carolina de regir los destinos del principado de Mónaco, que será solo una roca, pero como ella dirá: menos da una piedra...
Esa frustración tal vez sea la causa de un carácter difícil que, sin llegar al punto (sin retorno) de Rociíto Carrasco, la ha llevado a enemistarse primero con su hermana y luego con su cuñada. De acuerdo que ambas, cada una en su estilo, son unas friquis, pero tampoco parecen tan mala gente como para volverles la cara. De Carolina se dice que es ambiciosa y altiva.
De joven crió fama de rebelde. Una rebeldía muy sui géneris que la llevó a querer vivir como una plebeya, pero no para independizarse y buscarse un curro (hasta ahí podíamos llegar). Lo suyo era disgustar a sus padres por la vía de ligarse a un playboy talludito y con más vicios ocultos (y manifiestos) que un puente de Calatrava. Así se casó con Junot. Y así le fue.
El resto es de sobra conocido, la tragedia conyugal, la reclusión en la Provenza, la vuelta a los ruedos del amor y de la moda, del brazo de sus modistos de cabecera... De Carolina habrá quien diga que su gran aportación al mundo ha sido el estilo. Pero en eso su madre le sacó mucha ventaja. La verdadera lección de Carolina de Mónaco, su gran mérito en la era de los 'fakes' es saber envejecer sin ocultar las arrugas.
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