m.f. Antuña
Lunes, 22 de junio 2020, 16:38
A punto de cumplirse el primer aniversario del fallecimiento de Arturo Fernández, Carmen Quesada, la que fue su mujer desde 1986, habla de su ausencia y su eterna presencia. Lo hace desde Marbella, donde vive y trabaja como voluntaria en Cáritas, con dolor, con pena, ... con orgullo colosal y con el convencimiento de que el propio Arturo leerá estas palabras suyas dichas para él con ganas de agradecerle y recordarle. Fue el 4 de julio de 2019 cuando murió en Madrid.
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-¿Cómo ha sido este año?
-Muy duro. Me cuesta creer que no está de gira, que no le voy a volver a ver, que no voy a estar nunca más esperando su salida o su llegada del teatro cada noche y no vamos a pasar horas planificando la siguiente función teatral, el nuevo decorado, vestuario, programando la próxima gira, hablando de fútbol, de las anécdotas del día, de la familia... O buscando un pueblo cercano que visitar y donde comer los días de descanso semanal. Me cuesta aceptar que no voy a volverle a ver acercarse a mí con esa sonrisa que lo inundaba todo, con ese porte y con esa manera de andar que daba la medida de su aplomo, de su seguridad y de su equilibrio personal. Era toda mi vida. Y no solo como pareja. Así que ahora, si no fuera por mi trabajo de voluntariado, y por las muchas personas de mi entorno que me quieren y a las que tengo que agradecer su esfuerzo por darme aliento, sería una autómata incapaz de encontrar sentido a la vida.
-El último año él ya estaba malito, así que debió ser especialmente duro.
-Arturo nos hizo creer a todos que era inmortal. Tenía una enfermedad desde dos años antes, pero parecía que no iba a poder con él. Fue muy duro, pero sobre todo desde el 18 de marzo del año pasado, el último día que pisó un escenario.
-Él siempre dijo que no quería jubilarse, que quería morir en el escenario. Y lo consiguió.
-Sí, era su mejor medicina, sin duda. Arturo, que tuvo muy buena salud hasta los 88 años, tenía, como todo el mundo, pequeños contratiempos. Le he visto salir de casa con fiebre o doblado por una lumbalgia, de manera que parecía imposible que pudiera hacer la función teatral, pero se subía al escenario y desaparecía lo que tuviera. Él decía que en el guion no había toses o que el personaje andaba derecho. Se rompió un brazo rodando 'La casa de los líos', le operaron y al día siguiente volvió al rodaje adaptando los capítulos siguientes a su personaje con cabestrillo. El escenario y el público eran su mejor medicina, sin duda.
-¿Cómo fueron esos últimos meses en los que vio que tenía que dejar el escenario?
-Los tres últimos meses los pasó intentando, con todas sus fuerzas, recuperarse para cumplir su compromiso con Valencia, última plaza programada de 'Alta seducción', preocupado porque no tenía claro cuál iba a ser el estreno siguiente en septiembre en Madrid y trabajando con el guionista de una película ya firmada que hubiera sido preciosa. Afortunadamente él seguía creyendo que se recuperaba. Fueron días muy difíciles. Pero él seguía estando y eso daba fuerza.
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-Su muerte abrió informativos y sirvió para destapar un cariño inmenso. ¿Cómo lo vivió la familia?
-Fue impresionante y eso que nosotros, lógicamente, no vimos ni oímos los programas de televisión y radio ese día. Aunque en esa situación estás en una especie de nube, sí es cierto que desde el primer momento notamos el cariño y el respeto que se había granjeado y, como no puedes sentir un dolor mayor que el de su marcha, consuela, consuela mucho. Lo agradecimos muchísimo. Las alegrías y las penas es mejor poderlas compartir.
-Y volvió a Gijón y al Teatro Jovellanos.
-Arturo tenía tres pasiones en igual orden de magnitudes: su profesión, su familia y Asturias, Asturias entera. Pero, sin duda, Gijón era especial para él. Terminó la emotiva lección inaugural que dio en la Escuela Superior de Arte Dramático del Principado en el 2018 diciendo: «Este viejo corazón de asturiano no puede despedirse sin confesaros que cada vez que entra por la puerta de actores del Jovellanos siente que aquel joven que se marchara un día de una tierra que amaba -y sigue amando- profundamente, pero que no le podía ofrecer horizontes, ha cumplido su mejor sueño». No entró por la puerta de actores, entró y salió por la puerta grande que esa tarde se convirtió en la puerta del actor.
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-¿Qué recuerdos guarda de aquellos días en Gijón?
-El pueblo de Gijón siempre fue muy generoso con él, abarrotaba el Jovellanos cada Semana Grande como antes lo hacía en el Arango, pero lo vivido aquel día superó el mejor sueño, suyo y nuestro. Fue una preciosa, conmovedora y emocionante manifestación de cariño y de respeto que no olvidaremos nunca y que nunca podremos agradecer bastante. Las colas de personas esperando en un silencio lleno de lágrimas y de amor a él, las abuelas que subían la escalinata del escenario ayudadas por sus hijos y nietos, la nube de flores que se depositaba en la pared exterior del teatro, los sonoros aplausos que le acompañaron a la salida de la iglesia de San Pedro. Inolvidable. Una vez más: gracias Gijón. Gracias a los gijoneses, al Teatro Jovellanos y a las instituciones. Y, cómo no, a la cobertura de la prensa asturiana y, concretamente, a la que este periódico dio de su despedida.
-Su carrera fue larga y prolija y creó un personaje de galán elegante, impoluto y conquistador. ¿Qué compartía Arturo con él?
-Compartían la elegancia, la simpatía y los buenos sentimientos, pero poco más. El personaje que creó, consciente de que era el que el público prefería, era un loco adorable, un frívolo, con buenos sentimientos. Mientra que Arturo era tremendamente responsable en todos los aspectos de la vida, un trabajador incansable, un hombre de una generosidad extrema y de una integridad absoluta. No conocía la vanidad; le gustaba gustar, sí, a todos nos gusta, y más a una persona que vive del favor del público y para quien ese 'gustar' es una forma de pulsar el éxito profesional. Pero siempre se sorprendía y agradecía cualquier muestra de afecto o admiración que recibía por la calle. Era incansable atendiendo solicitudes de autografos o de fotos, aunque estuviera agotado.
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-Usted vivió con él muchísimos años. Cuéntenos lo que no sabemos.
-Desde el verano de 1986. Pues era un hombre que disfrutaba de estar en casa con su familia, de los almuerzos de fin de semana con hijos y nietos, de sus perros... Adoraba a los animales, a todos sin excepción, la naturaleza le fascinaba. Ir a Gijón y disfrutar recordando las mil y una historias, todas entrañables, que compartía con su hermano 'elegido', José Manuel Ibáñez, su amigo desde la niñez. Le gustaba una buena mesa y sobre todo una buena conversación de sobremesa. Leer en general, biografías, novela histórica, ver una buena película y -cómo no- un buen partido de fútbol. Ver un partido de fútbol con él creaba afición, porque sus comentarios eran geniales. Siempre he pensado que era aún mejor ser humano que actor. Y estoy segura de que era mucho más fácil convivir con Arturo que con cualquiera de sus personajes, por muy atractivos que resultaran.
-No sé si le apetece recordar cómo se conocieron.
-Lo conocí el 1 de abril de 1980 y supe desde el primer día que quería pasar con él el resto de mi vida. Pero fue seis años después cuando se cumplió mi deseo.
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-Arturo tenía el aplauso del público, pero siempre le acompañó el reproche de algunos compañeros de profesión. ¿Cómo lo llevaba?
-A Arturo la opinión que verdaderamente le importaba era la del público. Sabía y podía dominar cualquier registro y también sabía y decía que es mucho más difícil hacer comedia que drama. Y es verdad. Pero hablamos de comedia, no de farsa.
-¿Le quedó alguna asignatura pendiente?
-Ninguna asignatura pendiente. Hizo lo que quiso y quiso lo que hizo. Con más de 60 años de compañía teatral propia, la más longeva de la historia de nuestro teatro, si hubiera querido hacer otro género, lo hubiera hecho. Y lo hubiera bordado sin duda. Quizá sí le quedó una asignatura pendiente: aprender a tocar el piano.
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-¿Su personaje le pudo cerrar otras puertas?
-No. Le encantaba la alta comedia que, de verdad, interpretarla, presentarla y dirigirla como él lo hacía es dificilísimo. Tuvo el talento y la suerte de poderse abrir, no sin esfuerzo personal y económico, las puertas de los teatros, puertas que, en definitiva, solo mantienen abiertas los espectadores. Si algunas puertas se le quisieron cerrar fue más bien por otros motivos. Otro de los muchos e interesantes mensajes que dio a los alumnos de la Escuela Superior de Arte Dramático en aquella memorable lección inaugural fue: «Huid del sectarismo que demasiado a menudo impregna esta profesión nuestra; el arte no tiene ideología. El actor sí puede tenerla y es libre de manifestarla, pero no de despreciar la labor de los que no piensan como él».
-¿Qué le daba al público? ¿Por qué le querían tanto?
-Además de dos horas largas de felicidad, les daba la seguridad de que no iban a salir defraudados. En cada nuevo montaje se esmeraba más si cabe que en el anterior, con un texto más sorprendente, con los decorados, la música, el vestuario... Todo por fascinar al espectador. Y lo fascinaba. Su talento como director, la naturalidad con la que se movían y hablaban todos en escena. El espectador lo percibe todo y percibe que detrás de eso hay esfuerzo, coherencia e independencia, además de calidad actoral ¿Y cómo lo premia? Llenando el teatro.
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-¿Se lo imagina viviendo la pandemia con los teatros cerrados?
-Uf. Lo he pensado tantas veces. Hubiera sido terrible para él. Su segunda casa cerrada. Indudablemente hubiera sido muy crítico con la gestión del Gobierno, aunque por supuesto hubiera respetado las medidas de confinamiento como el que más.
-Le gustaba el debate y se metió en jardines políticos. ¿Se arrepintió alguna vez?
-Sí, le gustaba el debate y no dudaba en expresar su opinión con enorme valentía, con enorme coherencia y hablando desde la voz de la experiencia. Él vivió muchas Españas, tenía muchísimo sentido común y era muy difícil de manipular. Creo sinceramente que no se arrepintió nunca de meterse en 'sus jardines', otra cosa distinta es que le disgustara que sus opiniones se sacaran intencionadamente de contexto para 'meterle en alguno' y que, en esa descontextualización, alguna persona pudiera llegar a sentirse ofendida.
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-No sé si tiene previsto venir por aquí para el aniversario de su fallecimiento.
-Toda la familia adora Gijón y ahora tenemos la razón más poderosa para ir siempre que podemos. Allí estaremos siempre, porque allí está él. Sin duda hay fechas en las que la llamada es más fuerte, como lo fue su cumpleaños el pasado 21 de febrero que, por cierto, Gijón quiso regalarle uno de los días de sol más bonitos que recuerdo. Aunque no hay ni habrá un solo día en el que no daríamos cualquier cosa por estar junto a él.
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