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León no podía estar más triste.
El cortejo fúnebre avanzaba a paso lento, negando el triste final a un ser tan querido como ella. El trágico destino estaba escrito para Doña Sardina y sus plañideras se resistían a la despedida.
El Miércoles de Ceniza transformó a la capital de viejo reino en luto y lamento en un entierro de la sardina que congregó al fiscal, al monaguillo y al obispo para acompañar hasta el polvo a este suculento manjar.
Los zafarrones de Riello ejercieron de verdugos ante el llanto incontenido de sus seres queridos, que la acompañaron hasta la hoguera guiados por por los cencerros y los responsos musicales de la banda.
No quiso amargar en demasía el obispo, mientras las llamas hacían su trabajo, y menos en un año en el que la pandemia había permitido dar digna sepultura a la sardina.
Eso sí, hubo recuerdo para unos políticos que siguen haciendo el canelo, mientras se tiran de los pelos, y mensajes para Mañueco, a quien pidió que no se olvide de lo prometido y se acuerde de un León abandonado, que dicen ha rugido, y no merece dicho final, aunque, para el clero, la cosa pinta mal.
Las últimas voluntades las suscribió el fiscal que, para mofa y escarnio de quienes intenten abusar de las nobles gentes de este pueblo, permitía quemar a la sardina en representación de aquellos al que el pueblo apeteciera quemar y que todos tenemos en la mente.
Y es que, a León parece haberle mirado un tuerto, dijo la autoridad competente, o cagado una pega, que dirían sus gentes, por lo que a modo de guiño se permitirá a los leoneses que en esta cuaresma se siga comiendo jamón, cecina o botillo.
Con vivas a Don Carnal y Doña Cuaresma, y sin ganas de hacer distingos, León borró de un plomazo sus excesos carnavaleros y cambió la careta por el capillo, el disfraz por la túnica para dar paso a la Cuaresma mientras la sardina se iba hasta el cielo.
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Sara I. Belled, Clara Privé y Lourdes Pérez
Clara Alba, Cristina Cándido y Leticia Aróstegui
Javier Martínez y Leticia Aróstegui
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