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El miedo a Vox fue uno de los principales elementos de la campaña para las elecciones del 28 de abril. Seis meses después, la estrategia de los socialistas es otra. Pedro Sánchez apenas concede una sola posibilidad a un Ejecutivo de coalición de las tres ... derechas. Al revés, se erige como único candidato con mimbres para poder formar Gobierno y con ese argumento insiste en pedir la concentración del voto en el PSOE, pero eso no quiere decir que no quiera servirse de la figura de Santiago Abascal para desgastar a un Pablo Casado, su más inmediato competidor, que, al menos hasta hace una semana, ha recogido en los sondeos los frutos de un giro la moderación. Este martes aprovechó para arremeter contra él y cuestionar su viraje. «Ayer vimos a una ultraderecha envalentonada -advirtió en un acto en Valladolid- y a una derecha achantada».
El líder de los socialistas trató así de sacar réditos de una apreciación generalizada incluso en su propio partido, la de que ningún candidato, salvo en algún momento Pablo Iglesias, se paró a contestar las polémicas afirmaciones del cabeza de lista de Vox sobre temas como la inmigración, la violencia machista o el modelo de Estado. Él tampoco. Y aún así, cargó toda la responsabilidad por esa ausencia de respuesta sobre las espaldas de populares y liberales. «Vimos a una derecha que callaba, que no alzaba la voz. ¿Por qué? -insistió- Porque han hecho todo lo contrario que el PP y los liberales en Europa», dijo en alusión al aislamiento por el que han optado por ejemplo los partidos de Angela Merkel o Emmanuel Macron.
Sánchez insistió, por otro lado, en el mensaje que también trató de asentar con sus intervenciones durante el encuentro a cinco organizado por la Academia de la Televisión: que votar a cualquiera de las otras opciones políticas es profundizar en el bloqueo. Con esa advertencia trata de captar, fundamentalmente, a los descontentos de Ciudadanos, a los que lleva semanas tratando de seducir con un discurso de firmeza contra el independentismo en Cataluña. Ayer incluso propuso castigar en el Código Penal los referéndums ilegales, una vieja batalla del PP que el PSOE no sólo ha rechazado siempre, la última vez en febrero, sino que revirtió en 2005. Y en el plano económico, prometió hacer vicepresidenta económica a Nadia Calviño, guardiana de la ortodoxia presupuestaria. Pero un día después, volvió a virar a la izquierda.
El PSOE necesita cuidar todas sus fronteras electorales. Las encuestas no detectan grandes transferencias de voto en su perjuicio (tampoco a su favor) pero sí un número nada despreciable de indecisos, en torno a dos millones, que eventualmente podrían decantarse de un lado u otro. Y eso le obliga a unos equilibrios complejos. Si durante el debate marcó claras distancias con Unidas Podemos, este martes pidió a los suyos en Valladolid una movilización contundente para poder dar «una respuesta de izquierdas a los problemas que tiene España» y presumió de sus medidas más progresistas, entre otras, la subida del 22% del Salario Mínimo Interprofesional, una exigencia de Pablo Iglesias a cambio de garantizar su apoyo a los fallidos Presupuestos de 2019.
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