Duró poco la cordialidad en el debate. Lo que transcurrió entre el primer apretón de manos, al llegar los candidatos a plató, y el segundo, para la foto ante los medios.
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Dice la regla que un apretón tiene que ser firme, durar pocos segundos, ser ... sólido y consistente, pero sin llegar a hacer daño, y que las manos tienen que estar en una posición de equilibrio. Y, de hecho, cuando Sánchez y Feijóo entraron al estudio se dieron «un apretón de igualdad o cooperativo, en el que las dos palmas están verticales y ninguno ejerce la superioridad sobre el otro», indica la lingüista Carolina Herranz, preguntada por este medio acerca de la comunicación no verbal en el cara a cara entre los candidatos de PSOE y PP para el 23J.
Pero, después, cuando llega el momento de posar para las cámaras, las manos cambian: «Quizá producto de los nervios».
Y eso quiere decir que Sánchez tiene «una posición dominante, agresiva», frente a la «sumisión» de Feijóo. Uno quiere tener el control y el otro se lo da o le hace sentir que lo tiene.
Es un debate muy preparado. El primer cara a cara desde que Rajoy se sentara en 2015 frente al entonces nuevo secretario general del PSOE. Están ensayados los discursos, listos los informes –los gráficos e, incluso, los posibles acuerdos– y también los gestos y las posturas.
Cruzar las manos, como hace Sánchez en la imagen anterior, «a pesar de que visualmente se pueda pensar que es una postura de comodidad, de seguridad, indica todo lo contrario». Es «una postura de cierre» que el presidente mantuvo durante buena parte del debate y que Feijóo se empeñó en corregir desde el principio.
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En el primer bloque, Ana Pastor, moderadora junto a Vicente Vallés, le recordó al presidente que dijo en su día que la economía iba «como una moto» y Sánchez comenzó su alocución atropellado, hablando «muy rápido».
«Es posible que sobrepase en ese momento las 200 palabras por minuto», estima Herranz, profesora de la Universidad Rey Juan Carlos. Eso, junto al temblor de las manos, visible sobre todo en los pulgares, denota «nerviosismo».
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A Feijóo se le ve «más tranquilo, más pausado», más abierto incluso al mirar sus manos, una encima de la otra o colocadas sobre la mesa de manera paralela. No obstante, bajo la mesa su postura decía otra cosa.
Esto, lo de cruzar las piernas, les ocurrió a ambos en diferentes momentos del debate.
Le ocurrió también al presidente en el segundo bloque, cuando se cerró en banda ante su interlocutor al escuchar, de boca de Feijóo, que Montero sigue en el gobierno y él ha sido «incapaz de cesarla», al hilo de la ley del 'solo sí es sí'.
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Mucho antes, Sánchez fue el primero que interrumpió, en el primer turno de Feijóo, cuando el del PP le decía que no ha querido un debate con «todos sus socios».
Y después del «festival del humor», como denomina Sánchez, se ríe. Sin embargo, «no es una risa sincera, sino que en estos casos tiene una risa burlesca que es despreciativa para el rival». Son momentos en los que Sánchez filtraba a través de la comunicación no verbal sus emociones, como farfullos o resoplidos, que son síntoma de frustración. Y en ese sentido Feijóo, en general, fue «más cortés» y «coherente». Los papeles ya en este primer bloque, apunta Herranz, «se habían invertido». Recuerda a Rubalcaba con Rajoy en noviembre de 2011.
Y eso que ninguno de los dos respetó en uno o varios puntos en el debate la máxima de cooperación de H. P. Grice, que implica que hay un acuerdo previo entre todos los hablantes en cuanto a cuatro factores: la cantidad, dar la información precisa; calidad, decir la verdad; relación o relevancia, responder a lo que se pregunta, y modo o manera, ser breve, claro y conciso.
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No contestó Feijóo a la primera pregunta del segundo bloque, tras escuchar que seis mujeres habían sido asesinadas por sus parejas o exparejas en los últimos días, y atacó a Sánchez por votar con Vox para evitar gobiernos del PP.
El debate entró en un momento bronco mientras Sánchez se defendía y Feijóo tomaba notas con su bolígrafo azul en vez de mantener el contacto visual directo. Fallo comunicativo.
A lo que no miró Sánchez, lo que denota una «falta de aprecio», fue al acuerdo que Feijóó firmó en directo para facilitar la investidura del partido más votado y lanzó al centro de la mesa. El socialista se puso a mover papeles en su carpeta roja, a juego con el bolígrafo.
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El parón entre el segundo y el tercer bloque permitió a los equipos de los candidatos afinar el mensaje. A la vuelta, Sanchez se mostró «más comedido». Duró poco y siguieron las interrupciones desde ambas partes de la mesa.
«Los espectadores desconectamos porque es difícil seguir un debate con tanta tensión y ruido», advierte Herranz. El del 10J, de hecho, fue el debate menos visto de la historia, con 6 millones de espectadores.
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No hubo interrupciones en el minuto de oro. Sánchez mantuvo bien el contacto visual con el espectador. Tenía su discurso aprendido y miró a cámara. Todavía tenía entonces las manos entrelazadas. Y junta el dedo pulgar con el índice, lo que indica precisión.
Feijóo perdió el contacto visual con el elector. ¿Pudo confundirse de cámara? No miraba de frente al espectador. Mira varias veces hacia abajo, «mirando algo o recordando lo que tiene que decir».
Con ello, en general fue Feijóo el candidato que salió mejor parado. Ocho años después del último cara a cara –no se celebró en la previa de ninguna de las dos convocatorias de 2019 – los candidatos de PSOE y PP, más que debatir, se atacaron y se defendieron. El gallego se mostró «coherente», sin contradicciones en cuanto a su lenguaje verbal y no verbal. Sánchez, sin embargo, sucumbió a sus emociones. «Se jugaba mucho más y quería hacerlo bien», destaca Herranz, pero «le salió muy mal».
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