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P. DE LAS HERAS/N. VEGA
Miércoles, 22 de junio 2016, 16:20
El 12 de mayo de 2015, José María Aznar subió al escenario en Zaragoza con un mensaje para los votantes del PP que se habían sentido defraudados por la gestión de Mariano Rajoy: «Volved a casa». Era la primera de sus cinco apariciones en ... la campaña de los comicios locales y autonómicos. Los dirigentes populares evaluaron entonces que su presencia, moderada y sin coincidencia con la agenda del líder del partido, podía contribuir a recuperar al electorado que se había quedado sin referentes en el flanco derecho de la formación. Siete meses después, Aznar rehusaba pedir el voto para Rajoy en las generales del 20 de diciembre. Tampoco lo pedirá para las de este domingo.
El pasado 8 de diciembre, Felipe González, poco amigo ya de los mítines, decidió remangarse e implicarse de lleno en la campaña de Pedro Sánchez. Participó en tres actos, mucho más que en cualquier otra ocasión. El primero fue con Ángel Gabilondo en Vicálvaro; el segundo, con el propio secretario general del PSOE en Badajoz, y el último, en el cierre, con Susana Díaz en Sevilla. «Estoy aquí para expresar mi solidaridad al PSOE», dijo. Él, que en 2011 llegó a afirmar que era un militante «no simpatizante», entendió que era demasiado lo que estaba en juego. Podemos ya amenazaba seriamente con arrebatar a su partido la primacía en la izquierda. Medio año después, el expresidente se limitará a participar en un único acto con el aspirante socialista. Dicen en Ferraz que tenía compromisos fuera de España.
No hay estudios que ponderen hasta qué punto las intervenciones de los expresidentes del Gobierno en las campañas contribuyen o perjudican a los candidatos. Todos llevan consigo una historia de luces y sombras al frente del Ejecutivo, y si bien forman parte de la identidad de la formación e incluso de sus cimientos, hay ocasiones en las que su presencia puede restar.
En concreto, la participación de Aznar en anteriores campañas del PP fue utilizada por el PSOE como elemento movilizadir del votante de la izquierda. Así ocurrió en las europeas en 2009, cuando el equipo del entonces presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, espoleó a su electorado con la vuelta al pasado de los populares.
Con los expresidentes del PSOE pasa algo similar. Los socialistas siempre han reivindicado a González y sus ministros por el papel que ejercieron en la construcción del estado de bienestar, de la sanidad universal, de la educación publica y la transformación de España en general. Pese a los GAL, Filesa, etc, su nombre remite a la época gloriosa del partido. Sin embargo, Pablo Iglesias lo ha utilizado también como sinónimo de la degeneración socialista. A menudo recuerda su estatus económico, su paso por el consejo de Gas Natural o sus relaciones sociales como ejemplo del adulterio socialista. En el debate de investidura incluso le acusó de tener las manos manchadas de «cal viva».
Amistades peligrosas
Algo similar ocurre con Zapatero. El hecho de que Iglesias lo citara la semana pasada como «el mejor presidente de la democracia», en un intento obvio de ahondar en la división del PSOE, ha provocado un sentimiento de orgullo en las bases socialistas y les ha hecho sacar las uñas para evitar que Podemos se apropie de su legado (el matrimonio homosexual, la ley contra la violencia de género, la ley de dependencia o la ley del aborto). Pero lo cierto es que su figura no está aun plenamente rehabilitada. Para algunos su nombre remite a una gestión deficiente de la crisis, para otros a la claudicación ante los poderes económicos (la reforma laboral, la reforma exprés de la Constitución, la congelación de las pensiones...)
Aún así, cabe pensar que entre los afines la presencia de los expresidentes suma más que resta. Especialmente, en el caso del PSOE que ahora intenta salvarse de una derrota histórica apelando a los «viejos socialistas» o «socialistas de corazón». En el del PP, pese al voto de rechazo que puede despertar, la colaboración de Aznar podría tener también valor añadido. Es el presidente de honor del partido y representa a un sector identificado con los valores políticos de la formación que se ha sentido «huérfano» en la última legislatura. Su presencia y su discurso no favorece, sin embargo, el relato de Rajoy.
Las críticas antes esporádicas han derivado en dardos cada vez menos espaciados y siempre dirigidos a la diana de la gestión de su sucesor. Especialmente desde que se filtró su situación tributaria. El incumplimiento del déficit desde el Gobierno o la polarización de la campaña han sido motivo de censura en los discursos de Aznar de las últimas semanas. En este escenario, el equipo del jefe del Ejecutivo no lamenta que el expresidente se abstenga de implicarse en la contienda. Más bien todo lo contrario.
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