Mercedes Gallego
Nueva York
Lunes, 26 de octubre 2020, 18:54
Las urnas son un confesionario. Ese lugar íntimo en el que cada alma se queda sola con su conciencia y solo tiene que responder ante el Creador. Donde al cerrarse la cortina desaparecen los miedos al qué dirán, el sentido del ridículo y la humillación ... de no ser comprendido. El lugar al que no llegan las encuestas, porque lo inconfesable sólo se dice a la hora de la verdad.
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Los periodistas pueden ser como esos confesores que tienden la mano y oyen lo que uno no se atrevería a publicar en los periódicos. Como Dolkun Kanat, que se confesó con una extraña a través del plexiglás de su taxi, porque hay cosas que son más fáciles de contar a un desconocido sin ánimo de juzgar que a otros neoyorquinos incapaces de entender que una persona dulce y sensata pueda votar el 3 de noviembre por Donald Trump. Sobre todo cuando hace cuatro años era demócrata y apoyaba a Hillary Clinton.
«Soy uyghur, ¿sabes?». Sí, claro, que sí. El taxista chino pertenece a una de las 55 minorías étnicas que se reconocen en el país asiático, más multicultural de lo que parece desde fuera y de lo que querría el Partido Comunista Chino, que dirige el país con mano férrea. La suya es original del noreste del país, habla turco y se convirtió al islam a partir del siglo X. Desde hace cinco años más de un millón de uyghurs han pasado por campos de concentración donde se les 'reeduca' para la homogeneización, aunque la persecución más violenta comenzó tras la masacre de 2009 y, con ella, la diáspora. No son suficientes como para formar un grupo de influencia en ningún país, así que no le importan a ningún gobierno, salvo al de Trump, que en junio firmó la Ley de Política de Derechos Humanos para los uyghur.
«No soy gran fan de Trump, pero sí de su partido y de lo que están haciendo», explica. «Los republicanos son más religiosos y por tanto más sensibles a la persecución de minorías religiosas. La mayoría de los demócratas no creen en Dios, tienen una moralidad diferente». En 2016 no lo entendía así porque todavía no hablaba bien inglés y se quedaba con los titulares. «Cuando Trump atacaba a los musulmanes yo lo tomaba de modo personal, pero ahora me doy cuenta de que eso no iba contra nosotros, sino contra los radicales que hay en cualquier religión. Y es bueno que condene a los países que los albergan, porque ellos no hablan por nosotros y la mayoría son dictadores como China y Corea del Norte. Nosotros somos gente pacífica».
Y moderada. Pasir no ve el aborto con buenos ojos, pero defiende la libre elección. Donde no transige es con China, país que ve como una amenaza, no solo para su familia sino para el mundo. «Mira lo que ha pasado con el virus, sea natural o fabricado, vino de China, pero Trump es el único que lo llama virus chino». Ahí es donde empieza a temer que la larga mano del Gobierno comunista llegue a cualquier rincón del planeta y lo pague con sus familiares en el país asiático. Por eso cuando desaparece la mampara del taxi y se enfrenta a la grabadora, a su mujer le entra la angustia y decide pasar el testigo a un amigo dispuesto a jugársela. Eso sí, cambiando de nombre y sin cámara, como se ha hecho con Dolkun para respetar el secreto de confesión.
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Mr. Imin, como ha elegido llamarse, es un investigador médico en la Universidad de Columbia que habla con pausa y mide muy bien sus palabras. Tampoco es fan de Trump, como ninguno de los aquí entrevistados que se inclinan por votarle. De hecho, todos eran simpatizantes demócratas hasta que el magnate del 'reality show' irrumpió en la esfera política desatando un clima tan divisorio que ahora los que han llegado huyendo de la represión no se atreven a hablar de sus ideas políticas en el país de la libertad.
Mientras los estadistas calculan cuántos votantes mantendrán su apoyo al líder republicano, pocos se plantean que pueda recoger nuevos votos entre electores a los que les ha gustado lo que han visto estos cuatro años. A pocos demócratas les cabe en la cabeza que otros hayan decidido pasar por alto su personalidad.
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«No me gusta su actitud, ni la forma en la que habla –admite el investigador de Columbia–, pero sí lo que hace». Los hechos son también lo que valora Javier Maradiaga, un peluquero nicaragüense al que le echa para atrás la falta de respeto con que el presidente trata «a todo el mundo, no solo a los hispanos». «Y nadie puede decir que no lo supiera, mira cómo trataba a la gente en su concurso, todos salían llorando».
Homosexual, progresista y demócrata, el peluquero de Manhattan se naturalizó estadounidense en 2016, después de más de dos décadas en el país, sólo para votar por Hillary Clinton, «porque las mujeres son inteligentes y tienen más sentimientos». Quería un cambio y lo encontró sin saberlo, los caminos del Señor son inescrutables. «Lo que me gusta de él es que no es un político normal, acostumbrado a no cumplir las promesas que hace en campaña. Ya estamos cansados de eso».
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Cada uno interpreta diferente El 'Make America Great' que acuñó en 2016 y repite cuatro años después. Para los uyghur consiste en devolver a EE UU su papel de líder mundial. De hacerse suficientemente fuerte como para plantarle cara a China y frenarle sus ansias imperialistas. Para Maradiaga, volver a los años antes del 11-S, «cuando EE UU era tierra de oportunidades y uno no tenía que luchar tanto. La peluquería estaba llena y dejaba dinero. Ahora trabajamos para sobrevivir».
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Iker Barinaga / Ander Azpiroz
Frente al espejo, en la silla giratoria, se cultiva la misma confianza de confesor que permite desnudar el alma. Javier tiene el coraje y la dignidad del nicaragüense. No ha venido a EE UU para esconderse, sino huyendo de un dictador como Daniel Ortega, contra el que «Obama nunca hizo nada». Al contrario, circulan por ahí las fotos de Biden riéndose con Nicolás Maduro en la toma de posesión de la presidenta brasileña Dilma Rousseff, como puñales en el corazón de muchos hispanos. Nadie puede negar que el Gobierno de Trump haya sido duro con las autoridades de Venezuela, Cuba, Nicaragua y todos los que han corrompido la etiqueta socialista en Latinoamérica. «Biden ofrece lo mismo que Obama, pero Obama tuvo ocho años para hacerlo. ¿Por qué no lo hizo?».
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Si algo le tira para atrás es la mala educación del candidato republicano, la forma en la que trata a la gente y su apoyo a los supremacistas blancos, pero quiere darle una oportunidad. También a Mr. Imin le molesta cómo trata a los demás y, sobre todo, a otros países, porque cree que necesita de Europa para plantarle cara a China. «Demasiado énfasis en 'America First», objeta.
Como a Lili, una colombiana a cuyo marido periodista mató la guerrilla y ahora limpia casas en Nueva York. Dice que no tiene tiempo para entrevistas porque no hace más que trabajar, pero puede ser una excusa para evitar la cámara. No le importa compartir que le gusta «este señor porque no se anda por las ramas y no es político, como los demás, que siempre andan prometiendo y nunca hacen nada por nadie más que por ellos mismos», cuenta. «Este dice las cosas tal como son. Ha hecho muchas cosas» que ella ha visto con sus propios ojos, porque la economía iba mejor hasta que se desató la pandemia.
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Nadie puede discutirles que Trump no se ha comportado como un político al uso y ha sido diferente a todos sus predecesores. Mr. Imin votó por Barack Obama y por Hillary Clinton, pero cree que los demócratas eran demasiado amables y políticamente correctos con China, un saco en el que también mete a George W. Bush, como a todos los presidentes desde Bill Clinton, que han dejado al gigante asiático comerse el mundo. Cuando Trump llegó al poder se dio cuenta de que «su forma de pensar es muy parecida a la del Gobierno chino. Dos locos frente a frente. Funciona».
Y he aquí que el ser humano se hace pequeño y contempla con humildad su propia existencia. «No sabemos lo que sería el Gobierno de Biden, solo podemos compararlo con lo que conocemos, lo que fue el de Obama y el de Trump. Solo podemos juzgar lo que vemos», concluye.
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Para muchos inmigrantes, la tierra que dejaron atrás siempre estará en la papeleta electoral, pero el doctor Andrew Park, que llegó a EE UU con cinco años, vota más como un hombre de suburbios. La ciudad dormitorio de Long Island en la que reside, con tranquilos jardines y espaciosos chalés, nada tiene que ver con el Sodoma y Gomorra que encuentra al salir del metro en Manhattan.
Allí importa más preservar el estatus quo. A Park, de 46 años, le preocupa que Biden dificulte la posesión de armas, porque está convencido de que los criminales las seguirán consiguiendo y a él le faltará munición para defender a su familia, pero la razón principal por la que no puede votarle es Obamacare. Votó a Obama «una sola vez», aclara, porque la reforma sanitaria «simplemente fue un desastre». Los seguros médicos se dispararon a más de mil dólares al mes por persona. «Te saldría más barato tener un BMW en la puerta», se irrita. «Y encima te multaban si no comprabas una póliza. ¿Cómo se puede vivir en un país libre y que te obliguen a comprar algo?». Lo de compensar con clientes sanos a las aseguradoras por los que tienen mala salud le suena a comunismo.
«Trump es un idiota, no hay duda», dice sin reparos. «No debería estar en Twitter, tendría que ponerse una mascarilla y tener modales, pero ha hecho más que ningún otro presidente. Él no tiene plan sanitario, pero Biden empeorará las cosas». Lo ve como el clásico ejemplo de elegir al menor de dos males. Y al menos sabe a quién no votará.
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